El pasillo estaba lleno, decenas de estudiantes caminaban a paso lento cargando libros y charlando despreocupados mientras iban a su siguiente clase. Fátima comenzó a zigzaguear entre el mar de gente, ella no tenía una clase a la cual llegar, su día académico ya había concluido, pero había quedado de verse con su amiga Ximena para tomarse un café y detestaba llegar tarde.
Por más que intentó darse prisa, el reloj marcaba las 6:12pm cuando entró a la cafetería. Se quejó para sus adentros mientras buscaba a Ximena entre las mesas. Su amiga se encontraba con la mirada clavada en el teléfono celular, ni siquiera se había percatado de la hora, pero eso no impidió que Fátima se disculpara profusamente por el retraso.
—Lo siento, la gente parece caminar más lento cuando tienes prisa —dijo mientras recuperaba el aliento.
Ximena alzó los ojos de la pantalla y le dedicó una sonrisa de bienvenida.
—Tú siempre corriendo. Debiste estudiar enfermería o algo más movido, la historia no te va —dijo Ximena en tono de juego y luego le tendió el latte que le había pedido—. Leche de soya, como te gusta.
—Gracias, piensas en todo —dijo Fátima devolviéndole la sonrisa.
Ximena guardó el teléfono dentro de su bolso y le dedicó toda su atención a su amiga.
—¿Ya sabes qué harás para el fin de año? Mis papás me acaban de avisar que iremos a Francia. Hará mucho frío, pero será lindo pasar allá el Año Nuevo frente a la Torre Eiffel —le contó Ximena.
—Te tengo envidia de la buena, nosotros nos quedaremos en casa los cuatro. Mis papás no están para viajes, ni mucho menos —dijo Fátima con pena.
—¿Qué hay de tus medios hermanos? ¿La pasarán con ustedes?
Fátima tuvo que reprimir la risa burlona que le provocó la pregunta.
—No, ellos no soportan a mi mamá. Tras casi 25 años de matrimonio, la siguen considerando una cazafortunas. Nunca han confiado en ella, ni le tienen aprecio, así que nos evitan todo lo que pueden. Para ellos es imposible que mi mamá ame a mi papá dada la enorme diferencia de edad que se llevan, siguen seguros de que ella iba detrás de su dinero y que es lo único que le interesa.
—No puedo creerlo, qué pesados —comentó Ximena con asombro—. ¿A ti y a tu hermano tampoco los quieren?
—Son cordiales cuando los llegamos a ver, solo que eso casi nunca sucede. La realidad es que no me importa, jamás los he visto como hermanos, más podrían ser mis tíos, ellos ya son casados y con hijos. La diferencia de años entre ellos y Santiago y yo es muy grande, tampoco era que podíamos tener una gran relación.
—Ojalá pudiera traerte conmigo en mi equipaje, así pasaríamos el Año Nuevo juntas —dijo Ximena antes de darle un sorbo a su café.
—Eso sería estupendo. Aunque me sentiría muy mal de dejar a mis papás en el estado en el que están —dijo Fátima sintiendo un escalofrío en el cuerpo al pensar en lo que sucedía en casa.
—¿Qué ha dicho el oncólogo de tu mamá? —preguntó Ximena adoptando un semblante más serio.
—Qué importa lo que diga, la realidad es que cada vez necesita usar más seguido el oxígeno… tanta quimioterapia y cirugías sin que veamos una mejora —dijo Fátima casi con amargura.
Ximena tomó la mano de Fátima y le dio un apretón cariñoso.
—En verdad lo lamento. Debe ser horrible.
Fátima inhaló profundo, el aroma del café llenó sus fosas nasales.
—Por favor, cambiemos de tema. Mejor cuéntame qué planeas hacer en tu viaje.
Después de un par de horas de charla superficial, Fátima volvió a casa. Tenía intención de estacionar su Prius blanco en donde siempre lo ponía, pero la calle estaba atestada de autos y su lugar ya estaba ocupado por un BMW rojo. Soltó un suspiro de cansancio, su hermano Santiago debía estar teniendo otra reunión con amigos. Odiaba que trajera gente a casa, normalmente eran ruidosos y tomaban demasiado. A Fátima no le gustaba el alcohol, ni la forma en la que transformaba a la gente. Ya le había pedido varias veces a Santiago que buscara otro lugar para sus reuniones, pero él siempre contestaba que esta era su casa y que ella no era quién para prohibirle nada. Hoy no tenía ánimos de discutir, así que simplemente se iría a su habitación y trataría de ignorar lo que pasaba en la planta baja.
Aparcó donde pudo y entró a casa, desde antes de abrir la puerta ya podía escuchar la música y las risas. Se apresuró por el pasillo sin voltear a ver a la gente que se encontraba en la sala. Casi llegando a las escaleras, se topó de lleno con una figura masculina alargada.
—¿A dónde con tanta prisa? —preguntó Marco con una amplia sonrisa.
Marco Ortega era uno de los pocos amigos de Santiago que Fátima toleraba. Recién graduado de la carrera de leyes, era siempre respetuoso y educado. Le devolvió la sonrisa, contenta de que fuera él con quien se topara.
—La semana me dejó molida, solo quiero acostarme en cama —dijo señalando hacia las escaleras.
—Ven a tomar una cerveza con nosotros, seguro que te relajas —la invitó.
—Sabes que eso no es lo mío, solo deseo descansar.
Como el caballero que era, Marco no insistió, sino que se hizo a un lado para dejarla pasar y le guiñó un ojo a modo de despedida. Fátima le sonrió como forma de agradecimiento y se precipitó escaleras arriba.