El veneno de tu amor

Capítulo 4

El teléfono de Fátima comenzó a sonar muy temprano en la mañana, ella se apresuró a salir de la ducha para contestar, pensando que se trataba del apuesto ingeniero con quién la había pasado tan bien la noche anterior, pero la voz pertenecía a otro.

—Vaya, por fin contestas. Eres más difícil de encontrar que una estrella de cine —dijo Tony al otro lado de la línea.

Fátima soltó un suspiro, una mano estaba al teléfono, mientras que con la otra se aferraba a la toalla que envolvía su cuerpo.

—Buenos días, Tony —replicó sin mucho ánimo—. Lamento parecer evasiva. La realidad es que me encuentro muy ocupada y no sé si tenga tiempo para estar saliendo en citas.

—Oh, vamos, ¿qué tanto tienes qué hacer? —preguntó Tony casi con un dejo burlón en la voz.

—No sé si Santiago te lo comentó, pero el próximo semestre me gradúo y ya he empezado a trabajar en mi tesis. Eso absorbe mucho tiempo.

—Fátima, no digas sandeces, estás a unos días de salir de vacaciones de diciembre. ¿En verdad vas a estar día y noche trabajando en tu tesis? Sabes que le puedes pagar a gente para que la haga por ti, ¿cierto?

—Yo jamás haría una trampa de ese estilo —contestó irritada—. Mira, lo siento, debo colgar, tengo cosas que hacer. Que estés bien.

Fátima ya no esperó su respuesta, colgó deseando que el mensaje le quedara claro: no estaba interesada.

Al salir de su recámara se topó con Santiago, quien había cambiado su jeans habituales por un traje y corbata.

—¡Qué guapo! —exclamó Fátima al verlo—. ¿A dónde tan arreglado?

—Voy a Construcciones Lombardo, tengo una reunión con el jefe de arquitectos, es para lo de mi contratación.

—Mucho éxito, seguro que lo impresionarás —dijo con una sonrisa—. Oye, espera, ¿cuánto te tomará? Hoy salgo temprano de clases, esperaba que estuvieras aquí para comer juntos.

—No creo, seguro volveré hasta tarde. Ya será otro día —contestó Santiago antes de dirigirse escaleras abajo.

 

Fátima volvió de la universidad poco después del mediodía. Al pasar hacia las escaleras que llevaban a la planta alta, notó por el ventanal que su papá se encontraba solo en el jardín tomando el sol. Fátima se sintió enternecer, el frío de diciembre le caía de peso a sus huesos envejecidos, aunque su papá no lo admitiera. El anciano salía a tomar sol para mitigar el dolor en sus articulaciones, pero siempre fingiendo que lo hacía por gusto. Salió para hacerle compañía un rato.

—Hola, papá, ¿cómo estás?

—Ah, mi princesita —dijo al oír la voz de su hija—. ¿Qué haces en casa tan temprano?

—Hoy solo fui a presentar un examen, el semestre ya está acabando —dijo tomando asiento en la banca donde él se encontraba—. Pronto me tendrás en casa todo el día por unas semanas.

—Eso me va a dar mucho gusto. A veces siento que no hablamos lo suficiente —contestó Camilo—. Dime, ¿por fin viste a ese joven que tanto quería tu mamá?

—La verdad es que no, papá. ¿Te puedo contar algo? En su lugar conocí a alguien maravilloso. Cuando me confundí de restaurante, entré y vi a un hombre sentado solo, tontamente asumí que era el amigo de Santiago y llegué a hacerle la plática toda quitada de la pena, pues resultó que no era él, sino que me fui a sentar a la mesa de un extraño que estaba esperando a su familia. Casi muero de vergüenza, pero ellos actuaron muy amablemente y la verdad es que ese chico y yo hicimos clic. Me gusta, apenas nos estamos conociendo, pero estoy muy entusiasmada.

Camilo soltó una risa jocosa por la anécdota de su hija y luego acarició su brazo con cariño.

—Solo a mi princesa le pasaría una cosa de esas —dijo con júbilo—, pero me agrada que algo bueno haya salido de la confusión. Ese joven es muy afortunado de haber llamado tu atención.

—¡Papá! ¿Cómo estás?

En ese momento, ambos se percataron de la mujer de mediana edad que venía apresurada en su dirección. Marcia, la media hermana de Fátima, llegó con su papá y se colocó de cuclillas frente a él mientras lo inspeccionaba con la mirada con insistencia, como si quisiera encontrar cualquier atisbo de maltrato o descuido.

—¿Estás bien? Mira qué delgado te ves. ¿No te están dando de comer en esta casa? —preguntó Marcia casi compungida.

Fátima rechinó los dientes, ¿en esta casa? Esta era SU casa y por supuesto que su papá estaba bien alimentado. Era irritante que Marcia actuara como si ellos fueran unos extraños en posesión de Camilo y no sus hijos también.

—Claro que me alimentan bien, es más, me tienen como en engorda… todo el día con una botana o un antojo… —contestó Camilo desestimando la preocupación de su hija mayor—. Saluda a tu hermana.

Casi con molestia, Marcia miró a Fátima de reojo.

—Hola —dijo secamente.

—Hola —contestó esta en el mismo tono—. Creo que los dejaré solos. Seguro tienen mucho de qué hablar.

Fátima se levantó de su lugar para cedérselo a Marcia. Era mejor retirarse, puesto que no deseaba seguir escuchando las insinuaciones de que aquí no trataban bien a su papá.




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