A pesar de que su nuevo trabajo suturaba sus horas, Vicente siempre encontraba el tiempo para enviarle un mensaje de buenos días a Fátima. Ella estaba en todo momento en su mente, como una compañía constante que le alegraba los días y le llenaba el alma. Jamás había desarrollado sentimientos tan rápido por alguien, Fátima estaba tomando un lugar primordial en su vida, se sentía enlazado a ella de un modo que le era difícil comprender con lógica, solo sabía que así era como se sentía. Esto era más que un enamoramiento pasajero, cada fibra de su cuerpo se lo decía.
Dado que Fátima ya se encontraba de vacaciones, cada que los horarios y la carga laboral de él lo permitían, ella conducía a la empresa de Vicente para que se encontraran para almorzar juntos. El tiempo que tenían era limitado, puesto que a Vicente solo le daban una hora de comida, sin embargo, ellos lo aprovechaban al máximo. Llevaban así más de una semana y cada día disfrutaban más de la compañía del otro. Los temas de conversación no parecían agotarse, había una conexión entre ambos que los hacía confiar plenamente en el otro.
Se encontraban almorzando en un pequeño restaurante de sushi cuando el teléfono de Vicente empezó a sonar.
—Debe ser la empresa —se lamentó, puesto que había tanto trabajo por hacer que a veces lo buscaban en sus horas de descanso para que volviera de emergencia. Al sacar el teléfono de su bolsillo, vio con alivio que se trataba de su hermana y contestó—. Hola, Carolina, ¿todo bien?…
Fátima siguió comiendo mientras él tomaba la llamada. Ella también se sentía contenta de que no fuera una llamada del trabajo y que él no tuviera que volver apresuradamente a la oficina como le había pasado en otras ocasiones.
—Sí… de acuerdo… lo intentaré… ¿Ahora? No puedo, estoy comiendo con una amiga… ¿Hola? ¿Hola? —Vicente verificó su pantalla y se dio cuenta de que la llamada se había cortado. Mala conexión, concluyó.
Al alzar el rostro de su teléfono, vio que Fátima lo miraba con ojos de pistola.
—¿Una amiga? —repitió ella furiosa, sintiendo que la sangre le hervía en el cuerpo. ¿Cómo se atrevía a referirse a ella como una amiga? ¿Qué clase de broma del mal gusto era esta?
Vicente no entendió de inmediato, por un instante quedó en blanco hasta que hizo memoria y recordó las palabras que acababa de emplear con Carolina.
—¿Qué tiene de malo? —preguntó él con aire inocente.
—Yo no soy tu amiga, ¡soy tu novia! —exclamó Fátima con expresión indignada.
Vicente sonrió de oreja a oreja, divertido por la clara molestia y feliz de que Fátima los llamara novios en voz alta. Eso era lo que él quería, incluso ya asumía que lo eran, aunque hasta este momento no habían hablado del tema abiertamente. Ahora ella estaba poniendo el título sobre la mesa y él no era ningún tonto como para rechazarlo.
—Lo siento, tienes toda la razón. Fue un descuido de mi parte y te pido disculpas. Si mi hermana vuelve a llamar, me aseguraré de rectificar el malentendido —dijo él sin dejar de sonreír.
Fátima no le devolvió la sonrisa, que la llamara amiga la había irritado demasiado y no iba ser tan fácil dejarlo pasar.
En ese momento, el teléfono de Vicente volvió a sonar. Fátima lo miró a modo de reto, viendo si realmente estaba dispuesto a cumplir su promesa. Vicente contestó sin perder tiempo.
—¿Hola? Lo siento, se cortó… la recepción es mala en esta zona… Ey, Carolina, ¿puedo marcarte más tarde? En este momento estoy comiendo con mi novia.
Fátima esbozó una sonrisa de triunfo y Vicente le dio un rápido beso en los labios al colgar.
—¿Contenta? —preguntó al separarse.
La emoción de ambos era palpable, su relación acababa de dar un importante paso.
—Así está mejor —concluyó ella satisfecha.
Llegó el día de Nochevieja, el matrimonio Navarro planeaba pasar la fecha en casa, ninguno de los dos se sentía como para celebrar, mientras que sus hijos irían a una fiesta de Año Nuevo con amigos.
Santiago se estaba preparando en su habitación, su cabello castaño perfectamente peinado hacía atrás y un poco más de loción que de costumbre. Se había puesto su camisa favorita, esa que, según le había dicho la vendedora, resaltaba sus ojos color miel.
Fátima lo miró desde el marco de la puerta, ella ya estaba lista. Un vestido rojo y medias afelpadas por dentro para aguantar el frío nocturno. Pasaron unos minutos hasta que Santiago reparó en la presencia de su hermana.
—Ya voy, no me presiones —dijo de buen humor—. Me hace sentir mal que estés lista antes que yo. Se supone que las mujeres son las que se tardan en arreglarse y tú siempre me ganas.
—Así es, pero tú eres mucho más vanidoso que yo —replicó Fátima en tono juguetón—, pero no vengo a presionarte. De hecho, quiero hablar contigo, tengo un favor que pedirte.
Santiago se giró ligeramente hacia ella, preguntándose si debía detener lo que estaba haciendo y prestarle toda su atención o si la plática no lo requería.
—Soy todo oídos —dijo decidiendo ir a su armario a tomar su chaqueta.
—No pienso ir a la fiesta de los Echeverría, tengo otros planes y necesito que se quede entre tú y yo. No le digas nada a mis papás.