En lo más profundo de un cuarto habitaba un hombre. O más bien un proyecto de hombre. Entre pósters y pantallas, peluches y ordenadores, desarrollaba su invisible vida. Sus ojos, semi-ocultos bajo un cabello en guerra y asaltados por unas ojeras demoníacas, observaban un mundo compuesto de píxeles.
Durante una de las pausas que hacía cada dos o tres horas de juego, en que abandonaba su puesto frente al ordenador en su silla de gamer para sentarse en un puff muy cómodo en la otra esquina de la habitación, desde el que podía contemplar la calle allá abajo, decidió estirar la mano para sacar otra vez la carta del cajón y leerla por enésima vez.
“Pablo, o como te gusta llamarte, Paveleth, tu nombre de jugón, supongo que te sorpenderás al ver esta carta. Sé que la gente ya no escribe cartas, que no se estila, pero estoy segura de que no serás capaz de deshacerte de algo que he escrito a mano de la misma forma que te podrías deshacer de un whatsapp o un sms. Te conozco algo y sé que eres un nostálgico bajo esa máscara, que al menos conseguiré remover algo dentro de ti.
Me consta que eres una persona con sentimientos, como todas las demás. Aunque te hayas encerrado y hayas decidido engullir la llave, eres un ser humano que siente, que vive, que se alegra y que se entristece con las cosas que le pasan. Te escribo con la desesperada esperanza de que algo en ti vuelva a florecer, y desees volver a ver la luz del sol.
Recuerdo cuando no éramos más que unos niñatos en el instituto que lidiaban con la pubertad. Tus miradas tímidas en el patio contrastaban con las monsergas despiadadas que me dabas en clase sobre las razas de elfos y enanos de Dragonlance y de la Tierra Media. Una vez te vi por la calle, fuera del ambiente del instituto, y fue agradable. A lo mejor no te lo dije, pero estuve bien. Aunque nos vimos por casualidad, pasamos la siguiente hora juntos, porque me acompañaste a hacer los recados que me había encargado mi madre. Me hablaste de cosas diferentes a las habituales. Me empezaste a parecer interesante, cuando comprobé que había algo más que dragones y videojuegos en tu cabeza. Hablamos de nuestras familias, de amistades, de los exámenes, hasta de filosofía. Fíjate si dieron de sí esos recados. Fue entonces cuando por primera vez pensé en ti como a un amigo.
Después las cosas volvieron a su curso. Aunque intenté acercarme más a ti, me topé una vez tras otra con un muro. Eso me apenó, en parte porque no podía conocerte más y en parte porque no entendía por qué era tan difícil. Pasado un tiempo comenzaste a faltar a clase. Y pasado otro tiempo desapareciste. Nos enteramos de que te habían cambiado de instituto pero que, aun así, seguías sin salir mucho de casa. Me dolió no haberme enterado por ti. Pero me dolió más todavía darme cuenta de que no esperaba mucho más de ti. Aun así, y no te atrevas a preguntarme por qué, supe dar con tu dirección para enviarte esta carta.
No sé si es un intento de recuperarte como amigo, o de despedirme de una manera adecuada. No sé lo que espero. Pienso en ti y sólo acuden interrogantes. Pero algo dentro de mí me pedía hacer esto.
Paula Verdes,
tu amiga”
Pablo guardó de nuevo la carta en su sitio y volvió a su rutina de juego.