Llevo bien mi complejo de superioridad. Lo tengo. Y lo acepto. Cada ser humano con el que me cruzo es inferior a mí, y no tiene la culpa de serlo. Así que trato de mostrarme condescendiente, explicando las cosas muchas veces y desde el principio para que todo el mundo me entienda. Eso, para mi sorpresa, me funciona con muchas mujeres, aunque otras me obsequian con alguna bofetada o algún insulto antes de perderse de mi vista para siempre.
En el trabajo, no obstante, me suele dar resultados más pobres. Sobre todo en las entrevistas de trabajo. He aprendido a disimular un poco que el entrevistador es inferior a mí para conseguir el trabajo. Después, una vez conseguido, me encargo de crear un ambiente de trabajo nocivo, en el que la gente comprende de que he llegado para mandar. Nadie me puede mandar a mí, soy superior a todos.
El caso es que la última entrevista de trabajo fue curiosa y me he decidido a relatarla por escrito. Así, cuando dentro de un tiempo quiera echarme unas risas, la leeré.
El puesto de trabajo era técnico de recursos humanos, acorde a mis estudios de relaciones laborales. Salió una mujer por una puerta y me hizo pasar. Perfecto. Una mujer era más fácil de engañar. Me dio la mano pero yo le di dos besos.
—En contextos profesionales nos solemos saludar de una manera más formal, señor Manrique.
—Bueno, es que todavía no es un contexto profesional ya que no me ha contratado. Creía que conocíamos la diferencia. —Me miró sombríamente y me contestó:
—Yo no le voy a entrevistar, soy la secretaria del señor de Pablos.
—Qué susto, pensaba que me iba a entrevistar una mujer.
¿Cómo no se me había ocurrido que se trataba de la secretaria? Me apartó la cara con gesto de desprecio.
—Pase a la puerta de la izquierda, candidato Manrique.
Pasé y me encontré con un hombrecito calvo y trajeado, peligrosamente encorvado sobre unos informes.
—El señor de Pablos, supongo —dije.
El viejo levantó la vista y me recordó a una comadreja, a la que hubiera molestado mientras escarbaba en la tierra.
—Siéntese. Es usted Carlos Manrique, ¿verdad?
—Eso pone en mi DNI.
—De acuerdo, me presento. Mi nombre es Carlos de Pablos...
—Mi tocayo. Eso es buena señal.
—...y soy el responsable del departamento de recursos humanos de Sincaset. —No pareció haber oído mi comentario. Debía de estar un poco sordo—. Estoy realizando una serie de entrevistas para cubrir un puesto de técnico de recursos humanos en mi departamento y tengo que decirle que ya he visto a diversos candidatos. Seré franco con usted. El nivel está alto, señor Manrique. No lo digo para desanimarle, pero me gusta ser transparente desde el día uno.
—No me desanima. Me gusta que considere este encuentro como el día uno, implica que habrá día dos, y día tres, y muchos más.
—Bueno, era una forma de hablar, no lo tome al pie de la letra.
—Cuando me interesa sí me tomo las cosas al pie de la letra.
—Continúo. El puesto que se encuentra vacante consiste en la colabor...
—He leído el anuncio. He estudiado relaciones laborales. Sé en qué consiste un puesto de técnico en recursos humanos. Puede pasar directamente a comunicarme mi futuro salario y a hacerme las preguntas situacionales para corroborar que rendiré.
—Señor Manrique... he de decirle que muestra usted cierta prepotencia...
—Sólo quiero ir al grano. Supongo que su tiempo es al menos tan valioso como el mío. ¿Cierto?
—Cierto. Pero creo que es necesario guardar las formas y los procedimientos. Sobre todo en una entrevista de trabajo.
—Adelante, le permito que lo haga usted a su manera, Pablo.
—Señor de Pablos...
—Si guardamos tantos formalismos no terminaremos nunca.
—Es que no me llamo Pablo. Me llamo de Pablos. Carlos de Pablos.
—Venga, Carlos. Dispara.
—Mire, estoy empezando a considerar que quizás usted no es el candidato más adecuado para este puesto, y como es usted el que aprecia el ahorro de tiempo le diré...
—Hágame una pregunta. Sólo una. La que usted quiera. Si mi respuesta no le satisface, me marcharé.
Silencio de varios segundos.
—Jugaré su juego, ya que sólo me pide eso. —El viejo se ajustó las gafas—. Supongamos que está realizando usted un proceso de selección de personal. Hizo la mayoría de entrevistas a través de Skype y al final se quedó con los tres mejores candidatos, a los que hace venir en persona a Sincaset para una última prueba presencial. Ahí es cuando se da cuenta de que una de las candidatas está embarazada, y además en estado avanzado. El puesto requiere una incorporación y dedicación inmediatas. Qué duda cabe que su estado de encinta podría ser un obstáculo a este objetivo a corto plazo. Sin embargo, la mujer ha mostrado un desempeño excelente en todas las pruebas del proceso hasta el momento. ¿Qué haría en tal situación?
—¿Es eso un dilema? Se iría. Fuera del proceso de selección. Es lo que Sincaset querría, más allá de aseveraciones hipócritas que sólo sirvieran para manejar la situación de una manera políticamente correcta. Yo lo sé. Usted lo sabe. El director general de esta empresa lo sabe y haría lo mismo. Una empresa privada como ésta no es una hermanita de la caridad, y tampoco está para perder el tiempo con suavidades. Quizás podríamos dejar a la mujer participar de la última prueba para ahorrarnos denuncias innecesarias, pero desde luego no la tendríamos en cuenta para la decisión final, lo haga bien o mal. ¿Sí o no? Si no me contrata ahora mismo es porque es un melindroso que cede a las presiones de la deseabilidad social y le faltan agallas para incorporar a alguien que desborda ambición y pragmatismo. ¿Sabe por qué? Porque en pocos meses puedo ascender sin parar y comerme esta empresa. ¿A que tiene miedo a que pase por encima de usted, que tarda tres horas en tomar una decisión que a mí me tomaría un minuto?