—¿Por qué le has puesto los cuernos a tu novia?
Él tardó unos segundos en contestar.
—Porque... ya no me llena.
—¿En qué sentido no te llena?
—Las cosas ya no son como eran, no me hace ni caso.
—Te puso los cuernos y no se lo has perdonado, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó él con los ojos muy abiertos.
—Como sabes soy psicóloga. Y está mal que lo diga yo, pero de las buenas —contestó ella con un guiño de ojo.
—Si tú lo dices...
—En su día tuvisteis una bronca tremenda, al principio no la ibas a perdonar. Te pasaste largas noches pensando en romper, pero no podías porque la comprendías en algunos aspectos. Y la querías demasiado. Al final lo medio hablasteis y lo medio solucionasteis, firmasteis la paz. Pero los dedos que por tu parte lo hicieron temblaban de duda. Existe en ti un círculo importante que no está cerrado. Y por la brecha entran sucesos, que de otra manera no lo harían. Como el que yo represento...
—Sí eres buena... Y qué bien hablas. —La miraba con asombro. Ella hizo gesto de sacudirse un polvo inexistente sobre su hombro desnudo mientras sonreía—. No voy a seguir preguntándote que me vas a deprimir.
Silencio de varios segundos. Caricias bajo las sábanas. Luz tenue de una de las lamparitas, cubierta por una prenda de ropa.
—¿Y tú? —continuó él—. ¿Por qué le has sido infiel a tu novio?
—Es complicado. Lo que tengo claro es que se merece eso y mucho más.
—Déjame adivinar. —Inspirado, él se irguió en la cama apoyándose en un codo—. Él te puso los cuernos a ti.
—Bingo.
—¡Toma, yo también soy un buen psicólogo!
—Tú no eres psicólogo.
—Ya lo sé, pero déjame que haga también mi discursito. Te levantabas cada mañana preguntándote por qué ya no te daba el beso de buenos días. Le hacías el café y no se lo tomaba. Cuando él ama el café. Le viste varias veces depilarse los huevecillos. Un día encontraste un sujetador que no era tuyo bajo la cama. Al día siguiente volviste más pronto del trabajo a propósito, y lo pillaste retozando con la rubia. Entonces decidiste dejarlo, pero antes te vengarías. Así se cerraría tu círculo.
Ella se rio a gusto mientras abrazaba la almohada.
—Eres muy tonto, no has acertado ni una. —Tras unos segundos en que lo miraba con ojos divertidos, continuó—: No eres bueno en nada, ni en la cama, ni como psicólogo.
—¿Ah, no? ¿Entonces por qué te has acostado conmigo?
Tras unos segundos de reflexión, ella contestó:
—Digamos que... en la autopista de mi historia amorosa tú eres la primera estación de servicio que encontré.