La hija le estaba contando algo a la madre en el metro. La primera sentada, la segunda de pie. La primera apasionada, la segunda como si la cosa no fuera con ella. De hecho, ésta no dijo una sola palabra y le costaba mirar a su hija mientras escuchaba (si escuchaba). Su expresión mostraba deseo por que su hija acabara; no pronunció una sola sílaba.
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Esa noche, la hija (de nombre Aurora) fue abducida por los extraterrestres mientras paseaba a su perro Chuski. No fue una abducción al uso. Unos tentáculos calientes rodearon su cuerpo hasta cubrir el último rincón. Quedó inmovilizada. Sólo parpadeando pudo manifestar su desacuerdo con el inusual secuestro. Chuski ladraba con vehemencia.
Segundos después, Aurora creyó perder la conciencia varias veces seguidas. Y no necesariamente habiendo despertado de cada una. Como si atravesara el cemento hacia abajo, a través de varios pisos de un aparcamiento subterráneo. Sí, pensó Aurora, es una analogía adecuada.
Todo era abierto, plano, plata, frío. Estaba desnuda, ¡horror! Se tapó las vergüenzas como pudo mientras miraba alrededor. No había nadie. Ni nada. Una explanada infinita se extendía en todas direcciones. La inmensidad la abrumó. La hizo sentir lo que era: pequeña. Lejos, parecía haber la misma explanada de metal, pero en posición vertical. Y así en todas direcciones. Se encontraba en una gigantesca caja de hierro. No del todo, arriba lucía el sol. Ignoraba si se trataría del mismo sol que ella conocía. Pronto decidió que no. Éste era azul. Además, los rayos del sol que ella conocía calentaban; éstos enfriaban.
Todo su ser se replegó mientras orientaba la mirada hacia su interior. Estaba hueca. No había amor. No había vestigios de cariño, afecto, ni otras emociones que se les parecieran. Nadie se había ocupado de ella. Nunca. Había crecido como una cáscara. El sol azul descendió y la llenó.
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El caso ocupó mucho tiempo su lugar en las páginas de sucesos. Cómo murió la madre se convirtió en un quebradero de cabeza para la investigación policial, originando todo tipo de teorías conspiranoicas y paranormales en determinados círculos de opinión. Nunca se supo. La única pista que los forenses encontraron fue que el cadáver estaba varios grados más frío de lo que debería estar; incluso algunos órganos internos se hallaban próximos a la congelación… en pleno mes de junio. La mujer estaba sentada en el sofá, con la televisión encendida. No había indicios de enfermedad, muerte súbita, accidente o violencia.
La única persona que vivía con ella, y que había estado presente en el momento del deceso, era la hija. Por tanto, la única sospechosa. Pero no hubo manera de conectarla con el crimen. Ni siquiera se encontraron huellas dactilares de la hija en el cuerpo o ropa de la madre.
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Aurora se aficionó a las novelas de ciencia ficción. Por las noches, para que sus tíos no le conminaran a apagar la luz y dormir, abría la palma de su mano y engendraba esa pequeña y gélida bola de luz azul. Leería con su incansable amiga hasta bien entrada la madrugada.