El largo viaje de vacaciones toca a su fin. Durante mes y medio hemos vivido en la ciudad inglesa de Bournemouth. Diana y yo hemos alquilado una habitación en Nortoft Road. Hemos conocido gente alocada. Mucha. Extranjeros y británicos. Nunca había conocido a tanta gente en tan poco tiempo. Mi novia ha estado abierta a conocer gente también, por suerte no se ha cerrado. Pero al convivir con ella me he dado cuenta de algo que me molesta: su teléfono móvil. Parece ser el protagonista absoluto, que tiene preferencia sobre todas las cosas. Antes de venir aquí, contrató una tarifa especial para poder comunicarse a bajo coste con España. Estamos hablando y suena su móvil, lo coge. Estamos comiendo y siente el impulso de llamar a una amiga, lo hace. ¿Su hora preferida para hablar? Durante mi siesta. A gritos, que su interlocutor está lejos, en el continente. Sin contar con la mensajería instantánea, con la que ocurren tres cuartas partes de lo mismo. Alguien tendría suficiente material para escribir su biografía si accediera a su historial de mensajes. Siento que estoy en segundo lugar, tras su móvil. En casi un año de relación no me había percatado del alcance del problema. En el fondo, lo que me molesta es la banalidad de sus conversaciones. Tras ser testigo de muchas, mi conclusión es que los temas más importantes que aborda son la ropa, el tiempo y el cotilleo.
Hoy es nuestra última fiesta. Mañana por la tarde tenemos el vuelo. Hemos convocado a la mayor cantidad de gente posible para despedirnos, e iremos a la discoteca Cameo. De camino se nos va uniendo gente. Daryna, la ucraniana, me mira mientras caminamos pese a que está hablando con otras personas, unos pasos más adelante. Es una chica que me llama la atención. Rubia, de ojos azules, una belleza del este. A ratos me arrepiento de haber hecho este viaje con Diana. No es la primera vez que Daryna me ha mirado de esa forma durante mi estancia. Diana está hablando por el móvil. Ni me he dado cuenta de cuándo ha comenzado, estoy demasiado habituado a verla con el maldito aparato pegado a la oreja. Creo que, con el tiempo, entrarán en simbiosis y se quedarán pegados definitivamente. Capto retazos de su conversación pese al estruendo de la multitud que se agolpa a la puerta de la discoteca. “No, tía, ésa no me gustaba…”, “...es que ese día era más barato…”, “...en dos días nos vemos, chiqui…”. Entiendo que está manteniendo conversaciones trascendentales, como siempre. Le suelto la mano. Es mi primera y pequeña venganza de la noche. Me mira fugazmente. Los ojos de Daryna, en cambio, me transmiten otra cosa…
Dentro de la discoteca la vida adquiere otro tinte. La desinhibición corre por mis venas, al igual que los chupitos de tequila. Hago el payaso con mis amigos, bailamos de manera graciosa para pavonearnos. Cuando la busco, no me cuesta encontrar la luz azul de los pequeños ojos de Daryna en la oscuridad. Clavados en mí. En cambio me cuesta dar con mi novia. Está sentada en un sofá y ha dejado de hablar por el móvil, pero está escribiendo. Parece que la conversación ha cambiado de formato y continúa, con la misma o con otra persona. Dos amigas inglesas se sientan con ella, cervezas en las manos.
Me voy a otra sala, que pone música electrónica, con algunos de mi grupo. A estas alturas he tomado la decisión de dejar de preocuparme por lo que haga Diana. Inadvertidamente aparece Daryna a mi lado, bailando. No dudo. La cojo por la cintura y comienzo a bailar con ella.
—¡Por fin bailamos juntos! —me grita. Toda conversación allí requería forzar la garganta.
—¡Y lo que nos queda!
—¡Me alegra oír eso!
Qué chica más elegante, ni siquiera menciona a la que sabe que es mi novia y que sabe que está en esta misma discoteca. O le trae sin cuidado. Había hablado poco con Daryna antes. La conexión ha sido sobre todo visual. No sé si es buena persona, si tiene las mismas aficiones que yo, si es una terrorista o una voluntaria de Cruz Roja Internacional. Ni siquiera estoy seguro de cómo suena su voz. Los gritos en la discoteca no dan una buena idea. Quizás es mejor no saber nada de esto. De Diana he conocido más de la cuenta, y ése ha sido el problema. Todo está bien así, entonces: Daryna y yo bailando en un rincón oscuro y comiéndonos con la mirada. Una ligera punzada me hace experimentar cierta mala conciencia. Miro a los ojos de Daryna de nuevo y me zambullo en ese azul puro, hipnótico. La pasión me estremece, me acerco más a ella. Acerca sus labios a los míos…
Al día siguiente, durante el vuelo, Diana sufre. La compañía aérea no permite el uso de teléfonos móviles. Debido a eso, no tiene más remedio que prestarme atención.
—Cari, ¿qué te pareció la fiesta de anoche?
—Una noche loca.
—¿Dónde te metiste tanto rato? Me costó encontrarte.
—Te lo explico en tu idioma. Intenté llamarte, pero comunicaba. Ni siquiera podía dejarte un mensaje de voz. Así que busqué líneas abiertas.
—¿Qué quieres decir? ¿Que te fuiste con otra? —replicó con una sonrisa incrédula.
—No, tranquila. Me refiero a los amigos.
—Ay, eso me recuerda que tengo que llamar a Eva.
—Claro, que no se te olvide.