El viaje sin retorno

11. Lo peor del ser humano

El problema es que había leído demasiado sobre el tema. Había visto demasiados vídeos. Me había empapado de seducción científica hasta tal punto que me sentía capaz de ligar en cualquier situación.

Y se me fue.

La adrenalina imbuyó mis venas cuando la vi en el coche de al lado, parada en un semáforo. Rubia, joven, guapa, mi tipo. Bajé la ventanilla para hablar pero se puso el semáforo en verde y arrancó.

La seguí. Tenía que pensar algo. Trataría de volver a parar junto a ella en algún semáforo. Esa chica corría mucho. Me gustaba esa actitud. Pero dificultaba mis planes. “Le daré un golpe por detrás para obligarla a parar”, pensé. Tras reírme interiormente de esa estúpida idea, se me ocurrió que no era tan estúpida. Cosas así pasaban todos los días en una ciudad como la mía. Tendría conversación asegurada. Y nos intercambiaríamos los datos de contacto. Lo único que tenía que hacer era ser cuidadoso y no darle demasiado fuerte. Y tampoco demasiado flojo como para que quedara en una mirada suya a su parachoques trasero y un “no ha sido nada, ves con más cuidado en adelante”.

Me decidí. Al ver que el próximo semáforo había cambiado a amarillo, me coloqué detrás de ella y aceleré. Cuando ella frenó, empotré mi Audi contra su Fiesta.

¡Perfecto!

Me castañeteaban los dientes, pero aparte de eso me encontraba bien. Le hice luces y gestos para que se echara a un lado. Cuando lo hizo, salí del coche y me dirigí a ella, sin comprobar los desperfectos. Abrí su puerta. Estaba mareada. Se tambaleaba. Tenía la mirada perdida.

—¿Eres idiota... o qué? —me dijo. No llevaba el cinturón.

—¿No llevabas el cinturón?

—No... me he dado con la cabeza en el volante. Y me duele la rodilla...

Parecía estar cerca de perder el conocimiento. Aun así, me había llamado idiota. Menuda mujer...

—Qué fiera estás hecha —le dije—. ¿Eres así de salvaje también en la cama?

—Más te vale tener seguro. Y no haber bebido —contestó. Parecía que le costaba pronunciar las palabras.

Le eché el aliento y puso cara de asco.

—No he bebido. Y lo del seguro tenlo por seguro —chasqueé los dedos para acompañar el chiste, pero ella no se rio. Comencé a notar que no estaba receptiva.

—Veo borroso... me mareo.

Allí, con la cabeza apoyada en el volante, perdió el conocimiento y le entraron convulsiones. En ese momento supe que algo andaba terriblemente mal.

Tres días más tarde se celebró el funeral. La familia no me permitió asistir.



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En el texto hay: crimen, romance, drama

Editado: 14.10.2024

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