Se sentía vacía. Hueca. Existencialmente nimia. Aunque en otras esferas avanzaba, en el amor su historia personal era una página medio en blanco, medio emborronada, medio arrancada. En la oscuridad, abandonó esa cama que únicamente le había proporcionado placer y se marchó a su casa. Allí, evadiendo miradas y preguntas parentales, se dirigió a su habitación y se arrebujó en el suelo junto a su mesilla de noche, de donde extrajo la carta. La leyó en voz baja, susurrada, una vez más.
“Hola, Paula. Yo no soy bueno escribiendo cartas como tú. Pero te quería contestar, y al final me he decidido. Pero más para exponerte mis motivos y despedirme que para otra cosa. Has sido buena conmigo, te mereces una explicación.
Sé que no estoy bien. Y que no voy a mejorar. Hago daño a la gente que me rodea. Me parece que mi madre ha tirado la toalla, y en vez de intentar ayudarme se protege contra mí y las palabras feas que le digo sin parar. No le culpo. No salgo de casa, me paso el día entero jugando a los videojuegos. ¿Querrías ser amigo de alguien así?
He leído tu carta decenas de veces, cientos incluso. Me la sé de memoria. Me acuesto a menudo pensando que en mi patética vida, la única mano amiga ha sido la tuya. Esa mano pequeña y blanca, que me palmeaba la espalda en los pasillos del instituto. La recuerdo bien.
Y también recuerdo esa vez que te acompañé a hacer recados, que me mencionabas en tu carta. Como ya no vale la pena guardar secretos, te diré una cosa: fui asquerosamente feliz esa hora en la que toda tu atención fue para mí. Sacaste lo mejor de mí, te hablé de cosas de las que no sabía, para darme cuenta para mi sorpresa de que sí sabía. Me perdí en tus preciosos ojos verdes, prestándome toda tu atención. Simplemente me perdí. Si me pidieran que eligiera un momento de mi vida como ejemplo de felicidad, sería ése. Sin duda.
Estoy al corriente de que te estás comiendo el mundo. Te escuché en la radio, compré tu libro y lo he leído varias veces. Me parece magnífico. Eres una persona que florece y se desarrolla, que lleva una vida plena. Yo, por mi parte, languidezco en la oscuridad de mi habitación. Hace cuatro años que no piso una peluquería, me paso días sin ver mi cara en el espejo, el cepillo de dientes no sabe de mí. La vida alegre y feliz que se nos vende por todas partes no es para mí. ¿Por qué hay que ser feliz? Yo no lo soy. Tú y yo pertenecemos a dimensiones diferentes, a universos que no son ni paralelos. Si hubiéramos mantenido nuestra amistad, yo te habría arrastrado a ti a la oscuridad, antes de que tú me hubieras guiado a mí a la luz.
En fin, es mejor vivir la calamidad en soledad, para evitar infectar a los demás. Espero que hayas entendido mis razones, Paula. Me despido de ti.
Un afectuoso abrazo,
Pablo”
Paula devolvió la carta a su lugar. Apagó las luces y se arrebujó entre las sábanas, refugiándose en los reinos reparadores del sueño.