El viaje sin retorno

18. Redefinir nuestra amistad

Un conocido me estaba contando que Celia y David, buenos amigos, dejaron de verse.

Lo cierto es que Celia deseaba seguir viendo a David, y David deseaba seguir viendo a Celia. La cosa se había enrarecido; todos mis lectores entenderán a lo que me refiero. Cómo se produjo el inopinado torbellino poco importa, quizás una palabra mal entendida o una caricia peor interpretada, en fin, se desembocó en una despedida fría sin el abrazo habitual. Ahora ninguno de los dos respondía al teléfono para contactar con el otro, no fuera que la contestación consistiera en una declaración de amor. Pasaron semanas sin comunicación alguna. Ni que decir tiene que las respectivas parejas —que las tenían— estaban encantadas de poder librarse de la preocupación de ese molesto amigo íntimo, esa tercera persona, pese a que sus palabras expresaran pena y comprensión.

No obstante, se trata de un suceso a lamentar la pérdida de grandes amistades por tonterías semejantes; no había más que aclarar la situación y a ello es a lo que se dedicaron David y Celia, cada uno a su manera. Él comenzó a escribir un mensaje de Whatsapp: “Tenemos que hablar, Celia. Te quiero…”, mas antes de que pudiera terminar la frase ella lo llamó en ese justo momento y quedaron para hablar al día siguiente y desenrarecer la situación. Por supuesto, David olvidó el mensaje que estaba escribiendo y acto seguido Celia lo leyó, ocasionando la consiguiente confusión. Nadie, a excepción del lector, supo nunca que la continuación, nunca escrita, del mensaje era “…comentar algunas cosas, vamos a quedar para hablar”.

Como es fácil suponer, la cita aclaratoria del día siguiente se canceló por parte de Celia, que alegaba haber caído enferma (sucia mentira). Otra alegría para las parejas. Quiso la casualidad que David formateara aquella tarde su móvil por funcionarle con extrema lentitud y que perdiera en consecuencia todas las conversaciones activas, y por tanto nunca viera el mensaje que él mismo dejó a mitad de confección.

Así pues, la amistad se hallaba malherida y era difícil reanimarla en este punto. Sin embargo, como ya habrá notado el lector, el verdadero protagonista de este relato es el azar, y quiso éste que a los cuatro días se toparan por la calle. Él sospechaba que la alegada enfermedad había sido una patraña, y le costaba desechar una amistad como aquélla, con la que había compartido tantas aventuras desde la temprana adolescencia. Así que al verla sintió un impulso que no tuvo ningún motivo para reprimir, dado que en este punto no tenía nada que perder y sí mucho que ganar. Se acercó a ella y la besó en la boca. Ella dio tres pasos hacia atrás con violencia. Un paso más y la habría atropellado un autobús. Él la atrajo hacia sí para evitar el peligro y quedaron abrazados.

—¿Qué haces?

Él permaneció pensativo durante unos instantes, tan perplejo como ella por lo que acababa de suceder: el beso, el cuasi-atropello, el abrazo.

—Por lo visto… redefinir nuestra amistad.

En este punto permito la libertad de interpretación por parte del lector, puesto que la persona que me estaba contando esta historia murió atropellada por un autobús justo antes de finalizar su relato. Destino sarcástico, que salva al personaje pero no al narrador de una idéntica muerte.

A lo que vamos, ¿detendría bruscamente Celia el inesperado avance de David, confinando su relación a un definitivo ostracismo? ¿Continuaría dándose la serie de infortunados malentendidos que alejaban a Celia de David y a David de Celia?

¿O por el contrario se abrió una nueva etapa de vivencias en la vida de ambos jóvenes, enviando a sus respectivas parejas al cajón de las experiencias bonitas pero prescritas? ¿Acaso durante tantos años algo permaneció clandestino y aplacado, y gracias a estos azarosos sucesos eclosionó, convirtiéndolo en oficial y abanderado?

¿Qué piensa el lector? Por mi parte, por más que pienso, no logro imaginar la respuesta.



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En el texto hay: crimen, romance, drama

Editado: 14.10.2024

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