Las gaviotas se alejan graznando en el puerto gris.
No halla el gozo que hallaba en tales lares. Si antes el puerto era gris no lo recuerda, o no lo percibió así cuando eran cuatro, y no dos, los pies que lo recorrían.
La estruendosa bocina de un barco que entra en puerto aniquila su vigor. Suena fuerte, para estar lejos. Como sus recuerdos. Las tenebrosas aguas de la tarde se remueven.
Deja atrás las verjas, se adentra en un parque. Le cuesta pisar ese paseo entre los árboles.
Entonces eran cuatro, y no dos, las piernas que lo caminaban. Y su mano rugosa rozaba otra más pequeña, más rosada.
Bajo la monstruosa losa de su memoria, la tierra se estremece.