El viaje sin retorno

21. Temblar

Temo volver a casa.

Es por eso que trato de pasar el máximo de tiempo fuera. Menos mal que tengo unas amigas maravillosas que siempre están dispuestas a quedar. Pobres, no les dejo tiempo para hacer los deberes de clase. Pero yo al día siguiente las defiendo, o me ofrezco yo misma para corregir.

Lo malo es que si paso demasiado tiempo fuera de casa, el retorno es peor. Se trata de buscar un balance.

Está muy oscuro en el rellano. Más de lo normal, debe de ser noche cerrada, en realidad no me he fijado estando fuera. Pego el oído a la puerta antes de introducir la llave, como de costumbre. Silencio. Miro la hora. Las 00:09. Debe de haberse acostado ya. Respiro hondo. Me tiemblan las piernas.

Trato de no hacer ruido al girar la llave, aunque sé que es imposible. Oscuridad dentro. Me quito los zapatos y los cojo con la mano. Ilumino la pantalla de mi móvil. Es suficiente para ver por dónde voy. Al pasar por el salón, mis ojos se vuelven hacia su habitación. Está cerrada. Respiro hondo. Al hacerlo noto un pinchazo en el costado derecho. Aún me duele por el incidente del otro día. Ignoro el dolor, sólo me preocupa no hacer ruido. He llegado a ser buena en esto, podría ser ladrona. Pero nunca me deshago de los temblores. Espero que no me traicionen y tropiece.

Mi respiración se detiene cuando paso por delante de su habitación. Oigo el sonido más tranquilizador: sus ronquidos. Cuando le oigo empezar a roncar cada noche me siento como cuando se va a trabajar por las mañanas o como cuando vienen mis abuelos a recogerme algunos fines de semana. La vida es mejor entonces.

Sólo en apariencia.

Los temblores nunca cesan. Entro en mi habitación y echo el pestillo. Tiemblo. Me desnudo y me pongo el pijama. Tiemblo. Busco la postura en la cama para conciliar el sueño. Lloro y tiemblo. Despierto de madrugada, bañada en sudor y aterrada por una pesadilla, sólo para darme cuenta de que me falta quien me pueda consolar. Es entonces cuando tiemblo más.

Por las mañanas apuro al máximo en la cama, le doy tiempo para que se vaya a trabajar. Después me toca prepararme corriendo. No desayuno ni me lavo la cara. Llego tarde al instituto todos los días. He aceptado que mi nota va a bajar por eso.

Mis abuelos no me creen cuando he sacado el tema. Son sus padres, están de su parte. Es lo bastante listo como para no dejarme nunca un ojo morado o una cicatriz que enseñar a otras personas. Pero el dolor y los temblores son permanentes. A veces juego con la idea de provocar algo más grave, para tener una prueba. Y me acobardo. Eso está más allá de mis posibilidades.

Echo mucho de menos a mamá.

Todo esto lo estoy escribiendo en mi diario. No sé si podría presentarse como prueba ante un juez. Tampoco me parece buena idea. Un juez no tendría tiempo para leerse el diario de una niñata. No voy a hablar con jueces ni con mis abuelos, pero mañana no volveré a casa después de clase. Me iré para no volver. Desconozco adónde. Sólo sé que me faltan fuerzas para seguir viviendo aquí. A veces me duele el corazón, lo cual creo que no es normal en gente de mi edad. Y los temblores... me hacen llorar. Lloro todas las noches. Me voy. O no… no tengo adónde ir. Tengo sueño, y ganas de romper algo. Estoy demasiado familiarizada con estas mezclas de sensaciones. Necesito ayuda.

O no llegaré a la edad adulta.



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En el texto hay: crimen, romance, drama

Editado: 14.10.2024

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