El viaje sin retorno

23. Otoño en la lápida

Me encantan los entierros. Es el único evento en el que los tímidos tenemos nuestro sitio. Parece como si el mundo hubiera sido fabricado para extrovertidos. A excepción de los cementerios... Aquí, puedo guardar silencio y no aparentar nada que no soy. Si alguien me interpela, está bien no contestar, o hacerlo con una mirada o un toque en el brazo. No hace falta más. Si uno no se prodiga en palabras, comentarios y muestras de dinamismo social, a uno se le perdona. Ni siquiera eso. No se le tiene en cuenta desde un principio.

El cementerio es el reino de los retraídos. Ha muerto un familiar. Pero yo me fijo en cómo el sol otoñal impacta sobre una lápida. Una que muestra una foto de una persona de mediana edad. Una mujer. Con dificultad debido a los rayos del sol, puedo leer que su epitafio dice: “Te fuiste antes de tiempo, pero permaneces en nuestros corazones”. Me acerco para ver mejor la foto. En contra de lo que me había parecido, es joven. “2002-2017”. Muy joven. Con toda la vida por delante. Perdida para siempre.

Me centro de nuevo en el funeral al que estoy asistiendo. Alguien está pronunciando unas palabras. Lugares comunes, frases preparadas. Todos somos mejores cuando hemos muerto. Me aparto del grupo de nuevo, inadvertido, y enfoco mi rostro hacia el sol. Como un girasol.

Mientras disfruto del templado sol otoñal, que ahuyenta las primeras brisas cortantes del año, me pregunto qué desdichado evento pudo segar la vida de esa chica de quince años. Nadie debería ver su futuro quebrado tan pronto. “Lucía E. S.”. Ante mi sorpresa me percato de la aparente forma de pretérito imperfecto de su nombre. Es maliciosamente irónico.

En el fuero interno de mi introversión, puedo permitirme ocurrencias de ese tipo. Como también que, de nuevo ante mi sorpresa, estoy sintiendo más la muerte de esa tal Lucía que la de mi familiar. Los rayos otoñales se posan sobre mis hombros y me dicen que no debo sentirme mal por ello. Me reconfortan.

Reniego del funeral al que asisto. Al menos, por unos minutos. Prefiero honrar la memoria de Lucía E. S. Nunca la muerte de una persona tan joven será suficientemente velada. Miro muy de cerca su foto. Era una chica de cara bonita y sonriente. Me pregunto si sería feliz en vida, como expresa su foto. Su lápida está rodeada de flores. Pero algunas están viejas y sin pétalos. ¿Habrá venido mucha gente a su entierro? ¿Será recordada por sus familiares, como promete el epitafio? A juzgar por la fecha de su deceso, ésta tuvo lugar hace poco. Me pregunto si sus padres aún la llorarán, si tendría un novio que aún la recuerda. Si le gustaba ir al instituto y estudiar, si tenía planes de futuro. Esto último se me antoja lo más amargo; dado que si los tenía, nunca los pudo cumplir.

No sé a cuántas de estas preguntas se puede contestar con un sí. Lucía, yo contesto a la mayoría de las preguntas de mi vida con un no. ¿A cuántas preguntas contestarías tú con un no? ¿Te cerraste a la vida? ¿Es eso? En fin, no puedo hacer nada por ti, pero al menos este maravilloso sol iluminará siempre el lugar de tu descanso eterno. Y quizás yo te visite de vez en cuando, ¿por qué no? Cada vez que quiera venir aquí a reunirme conmigo mismo, con el sol de la tarde, y contigo, Lucía. No te conocí, pero te recordaré. Descansa en paz.

Un manto de hojas doradas te arropa en tu lecho, mientras los últimos jirones de luz brillan sobre tu nombre marmóreo.



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En el texto hay: crimen, romance, drama

Editado: 14.10.2024

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