El viaje sin retorno

28. El pollo mágico

Recuerdo unas Navidades cuando era pequeño. Fue la primera vez que vi un animal entero cocinado. Un pollo. O casi entero, no tenía cabeza ni plumas ni piel. Era el centro de atención de mi familia, como si todos lo adoraran.

Me impresionó.

Sin embargo, yo me di cuenta de que se trataba de un pollo mágico. Estaba vivo. Se estaba haciendo el muerto para pasar desapercibido ante los humanos. Pronto encontraría su momento y escaparía. Mi abuelo blandió una espada ante mi amigo, pues lo consideré tal, y antes de que pudiera clavarse en su carne recuperó su piel, sus plumas y su cabeza, la cual no vi llegar pero llegó y se colocó en el extremo del cuello seccionado, encajándose como una pieza de Lego. Al extender sus alas para echar a volar parecía más grande. Causó gran revuelo entre los presentes. Miré de nuevo a su cabeza y era la de un dragón, con sus escamas y todo. Voló hacia mí en su camino hacia la ventana abierta. Una de sus garras se clavó en mi camiseta y me colocó en su lomo para que escapara con él. O ella. No sabía qué era. Una vez al aire libre, le pregunté:

—¿Cómo te llamas?

—Tirisnea.

—Eso es nombre de chica, ¿no?

—De chica no. De dragona.

—Ah, hola Tirisnea, yo soy Damián.

—Sé quién eres. Eres mi amigo y por eso nos vamos.

La dragona fue cogiendo altura y tamaño. Su cabeza era ya como mi cuerpo, y al girarme hacia atrás vi unas enormes alas, cuerpo y cola balancearse a través del viento. Al hacerlo descubrí a mi padre un poco más allá, volando gracias a unas alas negras que le habían brotado de la espalda. Gritaba algo que no entendí, parecía compungido. Se aferró a las escamas pero Tirisnea hizo un giro brusco y consiguió deshacerse de él.

—Vamos a ver a tu amiga Elena.

—¿Ah, sí? ¡Qué bien!

Elena estaba asomada a la ventana y nos vio llegar, sonriendo al darse cuenta de que era yo. La cogí estirando el brazo y la monté detrás de mí.

—¿Este dragón es tu amigo?

—Sí. Y es una dragona. Se llama Tirisnea.

—¡Hola, Tirisnea!

Pero Tirisnea no contestó. Se encontraba mal. Dijo al fin:

—Me duelen las patas. Y el lomo. Y el abdomen.

El cielo se oscureció y aparecieron relámpagos con la apariencia de tenedores de metal, que lastimaron a mi querida dragona. Comenzamos a caer, y a caer, y a caer…

Me negué a comer. Mi trozo de pollo (de pollo mágico) permaneció en el plato tal cual me lo sirvieron. Me prometí a mí mismo que jamás me comería a un amigo. El día siguiente lo pasé castigado en mi cuarto.



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En el texto hay: crimen, romance, drama

Editado: 14.10.2024

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