—¿Cuáles son tus aficiones?
—Lo que más me gusta es sentir un suelo firme bajo mis pies mientras paseo con un calzado cómodo y unos calcetines gruesos. También me agradan los bosques fríos y espesos, las puertas que crujen, los rincones poco frecuentados de los edificios y en especial el sofá de mi casa donde leo, ese sofá pretérito bajo la luz titilante de la lámpara.
—Colijo entonces que disfrutas de la lectura.
—Colige usted bien.
—Mira, se me hace extraño que uno de los dos tutee al otro pero no al revés. Llámame de tú.
—De acuerdo, Detú. —Tras un segundo de reflexión—: Espere, creía que se llamaba usted Juanjo, que ya es de por sí compuesto. No me complique las cosas, déjelas como están.
—Mantengámonos en el trato formal, pues. ¿De dónde extrae usted tanto tiempo libre para escribir? Me consta que es usted un abnegado trabajador de tiempo completo... Ni siquiera su madre, precoz y prolífica escritora, que en paz descanse, le supera en lo que lleva usted escrito a día de hoy.
—Retuerzo el tiempo hasta hacerle sufrir.
Silencio de tres segundos.
—Colijo que se organiza muy bien para compaginar sus actividades.
—De nuevo colige bien.
—¿Nos puede leer algún microrrelato suyo, de ésos que todo escritor tiene en su cajón pero que no ha salido a la luz por una razón u otra?
—No.
—Mmm, de acuerdo.
—¿No le ha gustado?
—Si ha denegado mi propuesta...
—Se trata del microrrelato más breve del mundo: “No”. Capta de manera magistral la esencia de las sociedades actuales y de las relaciones entre las personas. Aunque estoy trabajando para superar el susodicho mérito de la brevedad.
—Ah...
—No, “ah” no lo supera, sólo lo iguala, pues aunque la hache es muda sigue gozando de todos sus derechos como letra legítima del alfabeto español.
—Tengo que decirle que es usted todo un personaje...
—Respéteme. Soy una persona real, no un personaje. Note la diferencia. Debo decirle que aquí no ha colegido usted bien.