El Viajero de los Sueños

Capítulo I

"Facebook. 16 de Diciembre de 2016

Aprovechamos este espacio social para informar que en el día de hoy fue hallado un hombre deambulando por nuestras instalaciones en la Base de Attu. Al preguntarle sobre su persona y lo que hacía por aquí dijo llamarse Saúl Ortega, oriundo de Madrid, España. No puede dar razón coherente sobre la forma en que llegó ni tampoco porta pasaporte o documento que acredite su estadía. Difundimos esta información con el deseo de contactar a sus familiares y conocidos. Se agradece a quien le conozca ponerse en contacto con nosotros"

"Blackberry Menssenger (Pin) 17 de Noviembre de 2016"

En el día de ayer fue avistado un anciano que se paseaba sin rumbo fijo por las inmediaciones de la Base de Attu. Llama la atención el hecho de que no usara la indumentaria adecuada para este lugar y más aun siendo una persona mayor. Dijo llamarse Saúl Ortega y no supo explicar la forma en la llegó, aunque se sospecha que vino de polizón en la embarcación de suministros. No ha dado respuesta satisfactoria en cuanto a lo que vino a hacer o cuánto tiempo piensa quedarse. Solicitamos a sus familiares o a cualquier persona que le conozca contactarnos por este medio. Se agradece pasar la cadena…"

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Me inclinaría a pensar que la vida no puede desvincularse jamás de lo que hacemos de manera cotidiana. Dormir, levantarnos, ir al trabajo, volver a casa, compartir en familia sería lo habitual. Hacer un viaje, celebrar una reunión o ver una película, tendría que ser lo que ocupase nuestro tiempo libre. Y las cosas que suelen ocurrirnos tampoco deberían desviarse de lo que ordinariamente sucede, podríamos ser objeto de un accidente, un robo, quizás víctimas de un fenómeno natural, incluso,  nacer parapléjicos, con una anormalidad, minusvalía o discapacidad (como se han dado a llamarlo los defensores del tema), pero nunca debería ser algo distinto a lo que ocurre normalmente. Pero, los hechos que pretendo narrar echan por el suelo tales posiciones. Algunos de nosotros, quizás una porción mínima, estamos destinados a tener experiencias que escapan a los criterios de lo habitual o, tal vez, de la normalidad por decirlo de otra manera. Tal vez sea menester mencionar aquí a quienes tienen facultades psíquicas (si realmente las tienen), aquellos que dicen ver espíritus o cosas del más allá (asuntos que considero más bien del género sensacionalista y peliculesco), todos ellos comparten algo en común: han recibido un tratamiento distinto de la vida.

Pero no les estoy haciendo leer estas líneas para hablarles de experiencias sobrenaturales, ni de alguna familia  perseguida por un maligno espíritu como en esos programas que se han puesto muy en boga en Discovery u otros canales de cable. Mi historia difiere de todo eso. No saben cuánto me gustaría que entre quienes la lean hubiese alguien que haya tenido una experiencia semejante, y que entre ustedes, quienes me han ofrecido su hospitalidad al prestarme cobijo del frio inclemente que entumece mis manos, dificultando mi escritura y que ahora me miran con ojos incrédulos, existiese la suficiente capacidad de comprensión. Pero me haría falsas expectativas. Ya mi amada esposa, a quien conocí a raíz de uno de los hechos que voy a contarles, y a quien el Creador apartó de mi lado dejándome solo con mi senilidad, la reuma, los problemas del corazón y otros achaques que acometen la frágil salud de los ancianos, me advirtió que tal cosa era poco factible y se encargó de impedir que hablara de ello. No deseaba que me estigmatizaran, que me consideraran un bicho raro o un espécimen digno de exámenes de laboratorio. ¡Cielos, cuanto la extraño! Sé que estoy faltando a mi palabra al contarles esto, pero ¿qué más puede esperar un viejo, ya de que le tomen las medidas para el cajón y que sea una mera razón para que el enterrador use su pala? Sin embargo, pretendo aprovechar mi lucidez, que si en algo se mantiene inalterable es en lo que ahora me ocupa ¿Cómo olvidar hechos tan extraños e inexplicables? Es probable que me pase por alto algún detalle, pero estoy seguro de que las palabras que ocuparán estas páginas serán suficientes para darles a conocer los asombrosos fenómenos que han aquejado mi vida.

Mi nombre es Saúl Ortega. Nací en 1928, en una época en que la gente parecía cumplir la orden sumarial de tener muchos hijos (y es probable que esa hipotética orden siga vigente).  Siete hermanos, conformaban la prole de  Doña Josefa y Don Ceferino Ortega, de los cuales fui yo el sexto. Mi padre siempre trabajó para las haciendas de algodón que entonces colmaban los campos que rodeaban el pueblo de Bermejo. En un principio, nuestra morada la constituía una casa humilde edificada al final de un callejón del pueblo. No tengo muchos recuerdos de ella pues, al poco tiempo de nacido, mi padre logro colocarse en una de las haciendas donde venía trabajando y allí se mudó con su familia. Realizaba el trabajo de campo con la ayuda de mis hermanos mayores, faenas en las que al poco tiempo también yo les acompañaría. Mi madre pernotaba en casa con los menores, Raquel, la única hembra e hija menor y yo. Había logrado que medianamente los cinco mayores asistiesen a la escuela, no obstante, se resistían a avanzar más de allí. Por supuesto, ganaban su dinero por el trabajo que hacían, de manera que poco podía importarles cualquier cosa relacionada con los estudios. Afortunadamente todos hicieron su futuro con la producción de algodón, hecho del que siempre estuvo orgulloso mi padre. «Los estudios son el gran invento creado por la gente para que nuestros muchachos pierdan el tiempo» solía decir. Pero si había algo de lo que Doña Josefa estaba segura era de que Raquel y yo, además de a la escuela, iríamos a la universidad. Tengo que decirlo, mi madre, era una mujer abnegada con el cuidado de casa y celosa con la educación de sus hijos, pero la necesidad de mantener la demanda económica del hogar le hizo perder parte del control sobre sus primeros vástagos, quienes desde jóvenes fueron instruidos por mi padre en la siembra y sega de algodón y pasaban la mayor parte de tiempo con él. Para entonces, el algodón era el rubro que por excelencia se producía en Bermejo, y el de Bermejo era el de los más cotizados del país, eso explica que mis hermanos prosperaran rápidamente en la empresa.




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