El Viajero de los Sueños

Segunda Parte

"Blackberry Menssenger (Pin) 21 de noviembre de 2016

Enviamos la presente cadena para solicitar a quienes conozcan al Sr. Saúl Ortega favor ponerse en contacto con nosotros. Esta persona fue encontrada hace unos días deambulando por nuestra base en Attu, sin ropa adecuada y su salud no parece ser la mejor, ya hemos informado a las autoridades, pero no han mostrado el mínimo interés. Hemos insistido en que el Sr. Ortega nos diga cómo llegó a la base y su propósito, pero sólo se limitó a pedirnos lápiz y papel. Desde entonces ha permanecido escribiendo en la habitación en la que le hemos instalado. Se agradece pasar la cadena…."

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Mis progenitores nunca más volvieron a insistir en lo que me había ocurrido y si bien mis hermanos me llegaron a interrogar, tampoco me tomaron en serio. En el fondo pienso que al menos mis padres sentían temor de que mi relato fuese real. Si, ese temor que suele embargarnos por lo desconocido y que nos impide salir del imperio de lo habitual. Y es que no había forma de conseguir una piña o agujas de pino en el lugar en el que vivíamos. El clima de mi país no era idóneo para esa clase de árboles y la importación de sus frutos era algo prácticamente inexistente.

Los años fueron pasando parsimoniosa e inexorablemente, y con ellos el suceso sufrió la amenaza del olvido. Tanto fue así que cada vez que lo rememoraba ya lo consideraba un sueño. ¡Un sueño! En un principio, mis viajes al bosque fueron reemplazados por caminatas con mi padre o con mis hermanos (estos últimos habían recibido la orden de no perderme de vista en ningún momento). Pero tal situación no duraría mucho. Aún así no volví a recorrer el bosque a solas, pues mi época de adolescente, con las tareas escolares y las que mi madre ideaba para mantenerme ocupado, como ayudarla en el jardín en el que sus plantas ornamentales quizás recibían más atención de la debida (aunque confieso que gracias a ello me convertí en un excelente jardinero) constituían una parte importante de la rutina del día. El resto lo pasaba leyendo novelas que mi madre siempre traía cuando iba a la ciudad (también desarrollé un apetito voraz por la lectura). Y así llegó mi época de universitario. Quizás deba decirles que siempre me llamó la atención la historia, no puedo decir que ello haya sido influenciado por una razón especial, ya les he dicho que (al menos en apariencia) era una persona normal, como cualquier otra, así que decidí licenciarme en Historia Universal. Para ello tuve que dejar mi hogar, pues la enseñanza superior tendría lugar en la capital. Entonces contaba dieciocho años.

La Universidad de Buenos Aires, funcionaba en uno de esos edificios que se habían abierto paso entre las edificaciones coloniales que poblaban la ciudad. Recuerdo que la entrada, colmada con una enorme reja decorada con grabados gregorianos, daba paso a peatones y vehículos. Entonces, las casas de estudio no estaban saturadas de estudiantes como suele ocurrir hoy en día, donde se requieren mayores sistemas de organización si se pretende funcionar con cierto orden. Pese a ser una edificación enorme, nuestra universidad acogía a pocos alumnos (supongo que la mayoría de los jóvenes de entonces, al igual que mis hermanos, preferían dedicarse a la siembra de algodón o a cualquier otra actividad que les produjera réditos inmediatos). Mi llegada no supuso mayores contratiempos que los que tiene cualquier adolescente que debe afrontar  ese importante preludio a la vida profesional. Tampoco fui un solitario o uno de esos estudiantes “raros” que aparentemente pasan su vida apartados de todos los demás (algo explotado hasta la saciedad en las películas de Hollywood). Tenía mi grupo de amigos y mis relaciones con el resto eran lo que se llamaría aceptables. Aproximadamente, en el tercer año de carrera mis obligaciones académicas habían aumentado considerablemente. El material que comprendían las asignaturas era bastante extenso y mi tiempo se consumía en investigar, estudiar y ser avaluado. Y eran las investigaciones exigidas por los nada benignos profesores lo que ahora consumía la mayor parte de mi tiempo. Por consiguiente, pasaba innumerables horas entre los manoseados, ajados y viejos libros de texto de los que disponía la universidad.

La biblioteca de la institución se erigía en un enorme salón en el que los pasillos, delimitados por hileras de anaqueles atestados de libros absorbían cualquier ruido. La afluencia de estudiantes no era numerosa, al menos durante la tarde por lo que a esas horas podías consultar los textos acompañado de un silencio amortiguado de papel añejado por los años. Mis visitas al recinto concurrían en compañía de uno o más compañeros aquejados por intereses similares. Pero eventualmente pernoctaba en solitario. En algunos casos, el cansancio a causa de haber estudiado hasta altas horas de la noche me atosigaba y debía marcharme a casa donde podría tomarme unos minutos en mi cama. Y fue lo que ocurrió en una de mis tantas estadías en la biblioteca, solo que no me marché a casa. Ya me preparaba para dejar el lugar, pero decidí echar otra ojeada al volumen que tenía entre mis manos. Recuerdo que revisaba el tema de los Juicios de Nuremberg y toda esa parafernalia sensacionalista con la que acostumbra la prensa a divulgar las noticias (supongo que la Segunda Guerra Mundial dio para eso y mucho más). Aún no terminaba de digerir todo ese asunto pero todavía tenía tiempo antes de volver a casa. Sin embargo, mis ojos perdían precisión ante las pequeñas letras. El sueño comenzaba a interferir con mi concentración y yo simplemente se lo permití. No reparé en que estuviese aún en la biblioteca, sólo puedo decir que el sueño que me invadía era como cualquiera de aquellos que difícilmente puedes conciliar si te propones dormir como habitualmente lo haces. De haber sabido que pasaría algo inusitado jamás habría sucumbido ¿pero cómo podría saberlo? Es lo irónico de la vida, juega con cada uno de nosotros como vulgares marionetas, prestos a los mínimos caprichos de un titiritero, no puedes revelarte, no puedes oponerte a sus designios, sólo existes para cumplir sus exigencias por arbitrarias o excéntricas que sean. Y si. Como lo oyen. Me quedé dormido en la biblioteca. Recuerdo que en medio del sueño comencé a oír un sonido estruendoso, pero quizás lo que realmente me despertó fue una fría brisa en el rostro. Me hallaba tirado en el suelo, aunque era un suelo irregular, como si me hallase sobre una inmensa roca. Eso y el estrepitoso sonido fue lo que percibí antes de decirme que aquello debía ser un sueño y que aún estaba profundamente dormido en la biblioteca. Tenía temor de incorporarme y el recuerdo de mis nueve años se agolpó en mi conciencia. Como humanos podemos saber cuándo una cosa tiene que ver con otra con providencial claridad, y ya no dude de la experiencia de mi infancia. Me levanté de mi rocoso lecho y contemplé el lugar en el que me encontraba. Me es imposible ilustrarle en estas palabras la impresión que causó en mí. Estaba en lo alto de un risco que se imponía sobre un azul mar que azotaba una y otra vez las playas con su inclemente oleaje, aquella peña era solo uno de los altos acantilados que perfilaban la costa, pretendiendo ocultar amplias ensenadas en las que la arenosa playa tomaba el protagonismo. A mis espaldas una calleja recorría el lugar describiendo el accidentado paisaje sobre la alta planicie. Podrán decir que era un paisaje hermoso, pero a mí no me lo parecía, en lo absoluto. Deben comprender que solo un momento antes me encontraba en un salón, rodeado de viejos libros y despertar de pronto en aquel lugar era algo… ¿cómo diríamos? ¿abrumador, intimidante, quizás malévolo? No tengo palabras para describirlo. Si de algo estaba seguro era de estar muy lejos de casa. Recordaba que en una oportunidad, mi padre llevó a toda la familia a la playa en un viaje que se extendido por varias horas y el lugar en el que estuvimos no se comparaba con el que ahora me rodeaba. No tardó mucho en asediarme la sensación de estar perdido. No sabía qué hacer, a donde dirigirme y por supuesto, como salir de allí. Permanecí un rato en medio de la incertidumbre hasta que me decidí por la del turista, buscaría la forma de dejar el desfiladero y bajaría a la playa, quizás en el trayecto se me ocurriese algo.




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