El Viajero de los Sueños

Sexta Parte

Aún estaba en la salida del pequeño recoveco. A mi derecha, la calle atravesaba una intersección donde se hallaba el semáforo hasta desaparecer en la lejana maraña de coches, postes, edificios y gente. La cúpula de una iglesia dominaba la escena. A la izquierda, la avenida bordeaba una glorieta con una fuente en el centro para discurrir en el mismo sentido, esta vez entre una hilera de árboles desgarbados que colmaba la isleta y antecedía a los edificios. Me decidí por esta opción, puesto que la primera parecía llevar al área más céntrica de la ciudad y allí habría mucha más gente, más autoridad y más posibilidades de llamar la atención. En realidad, pensaba encontrar un lugar donde dormir. No es que abrigara muchas posibilidades de que a la primera cabezada el sueño me sacara de allí ¿pero a qué otra cosa podía aferrarme?

Luego de dejar la glorieta, la calle me condujo a un conglomerado de viejos edificios de marcado estilo grecorromano o algo parecido. Suponía que habían sido construidos al menos varios siglos antes. Luego la avenida se fundió en múltiples calles que se abrían en varias direcciones. Nuevamente tome por una de las de la izquierda. Caminé alrededor de dos kilómetros con edificios a ambos lados sin poder divisar un lugar ideal donde apacentarme. A veces los gendarmes pasaban a mi lado con su porra oscilando de un lado a otro, algunas veces me dirigían miradas desinteresadas en otras me observaban con mayor detalle. Yo simplemente pasaba junto a ellos tratando de parecer lo más natural posible. Me sentía como un delincuente huyendo de la justicia. Caminé durante largo rato, pero el casco urbano continuaba imperturbable ante mí, si estaba intentando salir de la ciudad la dirección escogida no era la más indicada. Me detuve desalentado. Me hallaba en otra intersección con calles que salían hacia todos los puntos cardinales. Apostado en la acera había un hombre con algunos diarios en una cesta, pregonando a vivas voz quizás el nombre del diario o alguna noticia en una jerga de las que no entendía un ápice y exhibiendo un ejemplar en sus manos.

Los periódicos por lo general anuncian el nombre de la ciudad a la que pertenecen y pensé que eso me ayudaría a saber al menos donde me hallaba. Pero acceder a uno de aquellos diarios era igual de bochornoso que preguntar a cualquiera de los transeúntes. No tenía dinero para adquirir un ejemplar (era seguro que el vendedor no se sentiría precisamente alagado al pagarle con pesos argentinos) por lo que continué evaluando mis posibilidades. Sin embargo…   podía conseguir alguna página arrojada en la calle. No tenía razones para exigir que fuese del periódico del día. Aun cuando no entendiese el idioma podría aportarme alguna pista. Con esta idea seguí avanzando, abriéndome paso entre los transeúntes. Deambulé casi por dos horas y seguía sin conseguir lo que buscaba. Tal vez los citadinos no eran muy adeptos a la prensa escrita o aprovechaban hasta la última página para algo más que leer (mi madre lo hacía al envolver ciertas verduras o para recoger los desperdicios de la cocina). Aquello no estaba dando resultado y la noche se aproximaba. Continué caminando sin rumbo fijo. Poco después me encontré ante un parque (agradecí encarecidamente a Dios que no se hallase en medio de una ciudad bombardeada). Traspuse la entrada y me paseé por la caminería agradecido de hallar un lugar en el cual poder descansar y, de ser posible, dormir. Había algunas personas paseando tranquilamente o apostados en los escaños, aunque algunos de ellos se dirigían a la salida pues ya la luz del sol había sido reemplazada por la noche. Ubiqué un escaño entre grandes matojos en un recodo que me pareció ideal solo que… estaba ocupado por una pareja. Debía esperar a que se marcharan o ubicar otro lugar, pero estaba muy cansado para seguir caminando así que me decidí por lo primero y aguardé en un banco cercano. Sin embargo, cuando ya sentía el alivio de haber hallado un improvisado cobijo, un gendarme apareció en la vereda. Me sentía en una película de espionaje y esas cosas. El asunto de no portar papeles me daba razones para temer. El agente fijó su atención en mí por un instante y siguió su camino. Comencé a pensar rápidamente. Tal vez el parque cerraba a determinada hora, si era así el asunto podría volverse problemático. Pero ya estaba allí y no tenía deseos de ir a otra parte. Unos minutos después, el hombre y la mujer se alejaban tomados de la mano. Raudo me dirigí al escaño. Quizás no sería muy cómodo para dormir, pero no tenía otras opciones. Unos metros más allá, sobre otro banco había otra persona tendida, supuse que sería un indigente o alguien que no pudo regresar a casa, aunque esto último era más aplicable a mí. Traté de ponerme lo más cómodo posible sobre el indolente hormigón. Pensé en la fiesta en casa de los Álvarez, en el maestro al que habían invitado a quedarse y se había marchado temprano al cuarto de huéspedes. ¿Qué habrían pensado cuando las horas de la mañana fueron pasando en sucesión y el huésped no salía del cuarto? En un principio habrían sostenido que el maestro tenía una gran resaca y era mejor dejarle dormir, ya despertaría (aun cuando se supone que el “qué dirán” no admite que te quedes en cama cuando eres el huésped en una casa). Era probable que hubieran parloteado al respecto y que a medio día Juan se hubiese atribuido la responsabilidad de ir por el invitado, era probable que no estuviese bien y era más seguro comprobarlo. Habría dado algunos golpes suaves en la puerta y habría pronunciado mi nombre en baja voz, luego de aguardar unos segundos habría accionado el cerrojo y habría… entrado. Sin dejar de mirar la cama vacía habría llamado a su esposa diciéndole al mismo tiempo que el maestro se había ido. Ella entraría unos segundos después y se detendría ante el desierto lecho. Conjeturarían sobre la hora a la cual pude haberme ido, en la imposibilidad de que haya sido en determinado momento. No habían oído ruidos de pasos ni de puertas que se abrían en la madrugada, aunque el cansancio de la fiesta les habría impedido oír algo. Considerarían una descortesía por parte del maestro el haberse marchado sin decir nada, en la tarde Juan se pasearía por su casa a ver qué mosca le había picado. Con estos pensamientos fui cayendo en la modorra del sueño. No sé cuánto tiempo dormí hasta que algo comenzó a golpear mi hombro. Pensé que sería Juan y su esposa despertándome en el cuarto de huéspedes, pero...




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