"Facebook (Muro) 27 de noviembre de 2016
Hace unos días compartíamos con todos ustedes un comunicado sobre la llegada del Sr. Saul Ortega a nuestra base en Attu y suplicábamos a sus familiares o a quienes le conocieran ponerse en contacto con nosotros. En esta oportunidad insistimos en lo mismo, haciendo la salvedad de que su salud es frágil y ha empeorado notoriamente. Nuestro médico le ha examinado y su diagnóstico no es el mejor. Por lo tanto, insistimos nuevamente en que cualquier persona que le conozca nos contacte."
"Blackberry Mensenger (Pin) 28 de Noviembre de 2016
Disculpen la cadena pero nos urge hacer saber a los familiares o a quienes conozcan al Sr. Saúl Ortega por favor ponerse en contacto con nosotros por este medio. El Sr. Ortega llegó a la Base de Attu hace unos diez días y ha permanecido aquí desde entonces. Últimamente su salud se ha visto crítica lo que quizás se deba al clima o a su afición de pasar días y parte de sus noches escribiendo. Por las esporádicas conversaciones que ha sostenido con los miembros de la estación se deduce que es una buena persona por lo que estamos seguro de que no tardará en aparecer alguien que le conozca. Se agradece pasar la cadena------------"
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Una oleada de alarmas se encendieron en mi cerebro y una retahíla de indescifrables frases se dejo escuchar tras de mí, y aunque no las comprendía se evidenciaba la irritación que las precedía. No podía dar un paso y la presión en mi espalda aumentaba. De pronto, lo que asumí como un puntapié se estrelló en mi trasero y caí sobre la hierba de largo a largo. Me di la vuelta para encarar a mi atacante y me encontré con los dos cañones de una escopeta apuntándome. La irascible mirada del hombre que calculé más o menos de mi edad me fulminaba. Usaba una boina y ropa de trabajo. Sus botas estaban salpicadas de barro. Prosiguió en su exótica lengua. Alzando la voz le dije que no hablaba su idioma y que lamentaba haber osado robar sus manzanas. Se detuvo por un momento y percibí perplejidad en su semblante. Pero se recuperó a los pocos segundos y gritando me hizo incorporar. Sin dejar de esgrimir su escopeta me hizo avanzar delante de él.
Ahora era un miserable delincuente, sospechaba que me llevaría ante las autoridades del pueblo y ahora estas no se dignarían en liberarme al siguiente día. Sería procesado como cualquier reo y arrojado a un oscuro y maloliente hueco. Debí hacerle caso a mi conciencia y abandonar la heredad cuando podía. ¿Pero qué podía hacerse cuando una necesidad primordial nublaba tu entendimiento? Acababa de incurrir en un hurto famélico de acuerdo a una conversa que sostuviera un día con mi buen amigo Marco, ya recién graduado en derecho. En Argentina no te metían en prisión si robabas para comer. Pero eso sólo ocurría en mi país, en el resto del mundo eras tratado como cualquier delincuente y era eso lo que ahora me deparaba el destino.
La vereda por la que avanzábamos nos condujo hacia los patios principales de una enorme mansión. Un viejo Duesenberg aguardaba a un lado de la casa. El sujeto me condujo hacia ella gritando otra sarta de palabras indescriptibles. Cuando ya estábamos cerca de los escalones de la entrada, la puerta se abrió y salieron otros dos sujetos, uno de ellos era un hombre de unos cincuenta años, el otro a todas luces era bastante menor que el que ahora me apuntaba. Este último les hablo durante un minuto y acto seguido el menor se arrojó contra mí dándome un empujón que me hizo trastabillar. El de la escopeta renovó su furia y me grito otra arenga de quien sabe que cosas. Casi gritando volví a decirle lo mismo que le dijera al momento de sorprenderme, añadiendo además que si pensaban hacer algo eran libres de hacer lo que quisieran. Y no decía mentiras, ya cualquier cosa era mejor a seguir soportando esa situación. El hombre de mayor edad se había acercado parsimoniosamente, su aplomo me hizo pensar que era el dueño de la heredad y quizás el padre de los dos tipos. Tomó la escopeta de manos del otro sujeto y agarrándola por el cañón se dispuso a enarbolarla. Baje la mirada ya preparado para sentir el fuerte impacto en mi rostro, en la espalda o quizás en las piernas hasta que una voz femenina penetró el aire de la mañana ya prácticamente convertida en tarde.
Pude ver que el hombre bajaba la escopeta mientras la voz que había entrado en escena les decía una retahíla de cosas. Yo seguía mirando al suelo, me había sumido en una especie de letargo en el que mi conciencia ya no parecía estar allí. Era como si todo aquello estuviese ocurriendo muy lejos. Quizás tardé demasiado en reaccionar cuando oí nuevamente la voz.
─Hola. ¿Cómo te llamas? ¿Qué hacías en la huerta?
¿Podía ser? ¿Estaba hablando en un perfectamente inteligible español? ¿Era eso posible después de tantos días oyendo un dialecto indescifrable?
Levanté la mirada asombrado y maravillado al mismo tiempo y allí estaba, era una joven de unos veinticinco años, sus ojos avellana sobre la tez blanca lucían radiantes ante la claridad de la tarde, usaba un vestido azul que detallaba una estilizada silueta. Al mirarme se detuvo un momento. Percibí quizás un leve sobresalto o impresión ¿quizás? Detrás de ella los demás aguardaban recelosos.
─No espero que entiendas la conducta de mis hermanos y mi padre – prosiguió después de su leve sorpresa ─ Pero dicen que te sorprendieron robando nuestras manzanas.
─Soy Saúl. En ningún momento quise apropiarme de sus manzanas ni invadir su propiedad e incluso… llegar a este país (esto último lo dije más para mí que para alguien más) a no ser porque hace varios días estoy perdido y llevo el mismo tiempo sin probar alimentos (preferí omitir el pan que furtivamente se había procurado mi amigo roncador).