El Viajero de los Sueños

Novena Parte

En los siguientes minutos le conté la historia desde mis nueve años hasta el momento en que su hermano me sorprendió en los manzanos.

─Y dices que no sabes en qué momento el sueño te va a… trasladar a otro lugar.

Se veía maravillada. Tal vez consideraba que ese maestro de un pequeño pueblo en Argentina tenía una mente brillante para inventar cuentos.

─¿Sabes? Es la historia más asombrosa que he escuchado.

No podía advertir lo que se encerraba detrás de aquella mirada aunque sospechaba que ella cuestionaba mi cordura.

─¿Alguien ha sido testigo de uno de tus… “viajes”?

─Creo que no. Solo mis padres… ─ mi mente reaccionó rápidamente ante un detalle.

─Si, creo que hay un testigo.

Comencé a dar vueltas esperanzado.

─Es un niño, estaba allí cuando desperté hace dos días.

­─¿Un niño dices?

Le describí los rasgos del crío tal como le había visto.

─Podría afirmar que él vio. Él presenció mi llegada.

─Bien. Creo que ya tenemos por donde comenzar ─ dijo levantándose

En ese momento sentía un extraño alivio, como si me hubiese liberado de un enorme peso, algo que no había sentido en mucho tiempo. Sentía que recuperaba mi humor habitual.

─Es hora de irme. Le hablaré a mi padre de lo que hacías en la granja.

─Siempre que puedas convencerlos de que llegue de manera involuntaria y en una forma... poco convencional.

─Pierde cuidado. No necesita saberlo. Por ahora yo mantendré tu historia, hasta que… puedas convencerme.

─No abrigaba esperanzas de que me creyeras, incluso para mi es difícil digerirlo, es…

─Tienes un testigo. Trabajaremos en eso.

¿Trabajaremos? ¿Ella daba por hecho que permanecería mucho tiempo allí o me equivocaba?  

Cuando ya salía por la puerta se volvió.

─Será mejor que comas las manzanas si no quieres ver a mi padre realmente enfadado.

Y con una fugaz sonrisa puso rumbo a la casa entre las sombras del crepúsculo. Su vestido azul ondeando en la suave brisa matutina era algo que no olvidaría jamás.

No puedo decir si esa noche añoré despertar en casa. La realidad es que los pájaros de la mañana me trajeron a la vigilia en un viejo establo y en la granja de los Larsson. Esa hospitalidad me apenaba y más aún cuando ella llegó al poco rato con algo de pan y café para que desayunase. Ellos no tenían razones que les indujeran a darle cobijo a alguien que sorprendieron robando sus manzanas.

─Debo salir. Pero en la tarde podremos reanudar nuestra conversa.

Yo, que buscaba algo con que compensar su hospitalidad aposté por lo que tenía ante mí.

─Quizás pueda asear un poco todo esto. Supongo que hace tiempo que…

─Oh, el jardín. Mi padre ha estado por contratar a alguien, pero creo que lo ha olvidado. Haz lo que gustes. Hay algunas herramientas en el establo. Bien. Te veré en la tarde.

─Oye. No te he dado las gracias.

─Oh, no fue nada. Sabía cuándo te vi que no eras un… indeseable. Me pareciste intelectual y cómo puedes ver, acerté en un… digamos…   cincuenta por ciento.

Se dispuso a marcharse, pero aún tenía una razón para abordarla un segundo más.

─No se tu nombre.

─Soy Anna, pero todos me llaman Annika.

­─Es un verdadero placer, Anna. Y gracias por… 

─¡Ey! No es nada, además, aun tienes que convencerme, ¿recuerdas?

Y con estas palabras se alejó.

Debo decir que ese día, el otro y otros más que vinieron permanecí anclado en la granja. De alguna forma, el sueño que en las veces anteriores me había retornado a mi hogar no llegaba. Y las razones para volver parecían perder peso. Por supuesto que había una explicación.

Ella volvió ese día en la tarde y además de la cena me trajo una muda de ropa.

─He logrado conseguirte esto entre las cosas de mi hermano ─ dijo entregándome las prendas. En la parte de atrás del establo hay una ducha que tal vez puedes usar. Luego vendré por lo que tienes puesto para hacértelo lavar.

Si. Mi deuda con ellos se hacía mayor y no me gustaban las deudas. Por un segundo pensé en arrojarme en la cama en pos del sueño que me sacara de allí. ¿Pero estaba siendo sincero conmigo? ¿Realmente deseaba simplemente desaparecer sin más? Me limité a hacer lo que ella proponía.

Proseguimos con el asunto de mis “viajes”. Claro que nunca había hablado tan naturalmente de ello. Y el hecho de que alguien, además de escucharme, emitiera sus opiniones, era la terapia que ningún loquero me dispensaría jamás.

─Opino que algo ha debido ocurrir en tu infancia. Por alguna razón has concebido este… poder.

─¿Poder?...   Si, supongo que es una buena forma de decirlo. Aunque daría lo que fuera por no tenerlo.




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