Mientras hablaba me dirigí al banco que días antes había recuperado de entre la maleza y me senté. Ella me imitó y se colocó junto a mí de manera que sentía su cuerpo junto al mío. Veía sus manos tan cerca y tenía que controlarme para no tomarlas entre las mías.
Y casi como magia llegó ese momento en que nos quedamos mudos esperando que alguno de los dos…
─Anna ─ comencé a decir aún sin mirarla a los ojos ─ en este último… “viaje”, bueno realmente no puedo llamarlo de otra manera y se lo difícil que es para ti creerme, pero, de cualquier forma, ha ocurrido algo. Algo que no llegue a anticipar y que hace las cosas más complicadas, al menos para mí. Desconozco en qué momento despertaré nuevamente en Argentina y quizás eso sea causa de que quizás lo que te diga suene de algún modo… prematuro. Tal vez deba regresar por medio de la misión diplomática, pero… pero… no quiero dejar de verte.
En ese momento sentí que ella se estrechaba mucho más a mí y un segundo después sentí el suave roce de sus manos entre las mías.
─Por alguna razón, desde que mi hermano te trajo a casa, he estado temiendo llegar una mañana al establo y no encontrarte. Eso no es algo normal ¿verdad? Ni creo que tenga que ver con que tu historia sea cierta o no.
En ese momento la miré a los ojos y tomé sus dos manos entre las mías. Nos quedamos allí mirando a las estrellas que comenzaban a fulgurar en la noche.
¡Oh! Mi amada Annika, espero que mis lágrimas no dañen las hojas de este manuscrito. Realmente no era mi intención despertar estas emociones, pero forman parte de mi historia.
Esa noche temí con verdadero terror que mi despertar fuese en casa. ¿Pueden creerlo? Evité lo más que pude quedarme dormido y el sueño sólo me venció a últimas horas de la madrugada. Al siguiente día sentía que mi amor se desbordaba por Anna. Anhele más que nada en el mundo su visita matutina. Le confesé que no sabía en qué momento desaparecería de la granja. Ella simplemente me dijo que quizás eso no ocurriese (era obvio que aún no me creía), que podía seguir encargándome del jardín y que su padre utilizaría sus influencias para legalizarme en Suecia o en España y así conseguir un empleo como maestro. Ella continuaría en Suecia durante dos meses más (daba por hecho que el maestro-jardinero permanecería allí). Y yo, cual niño enamorado, veía mi vida en Argentina como un sueño lejano.
─ No hay nada de qué preocuparse, mi querido maestro – dijo colocándose frente a mí y tomando mis manos entre las suyas. La atraje hacia mí y posé mis labios sobre los de ella. Fue la primera vez que la besé. Me sentía el hombre más dichoso del mundo. Pero al mismo tiempo sentía que el tiempo se me acababa.
Su padre sugirió que visitara el huerto de los manzanos, quizás requeriría de ciertos cuidados. De manera que mis trabajos de jardinero continuaron allí. Me encargué del pasto y reformé algunos de los soportes de las ramas cargadas de frutos. En horas de la tarde Anna llegaba con la cena y su radiante sonrisa. Logré improvisar un rústico escaño con viejos troncos y chamizas adosado a la valla y allí nos sentábamos hasta que el avance de la noche nos hacía volver a la casa.
─Supongo que tu padre no aprobará que tú y yo…
─Ya le he dicho que eres maestro que vives en Argentina, viniste a Suecia con un grupo de turistas y que te extraviaste.
─Muy ingenioso sin duda. Supongo que querrá comprobar todo eso.
─Por supuesto, pero antes preferiría que acabaras con el jardín. Además, sabe que no eres peligroso.
─¿Eso cree? Pues pienso llevarme a su hija.
─¿Si? Pues es probable que ella no se deje llevar a la primera, mi querido maestro.
Mientras hablaba me había ido estrechado entre sus brazos.
─Supongo que tendré que esforzarme un poco más.
Y nos besamos apasionadamente.
Pero mi estadía se agotaba. El titiritero había decidido mover los hilos.
Ese otro día llegue temprano al huerto para hacer los últimos arreglos. Trabajé durante la mañana hasta que el señor escopeta se apareció con el almuerzo, una bola rellena de carne que según Anna se conocía como “palt”. Comí con parsimonia y me senté en el improvisado banco a reposar.
Debí estar más pendiente. Tenía que prever que el momento había llegado, pero ninguna alarma se encendió en mi mente, sólo pensaba en Annika y con ese dulce pensamiento dejé que el sueño me llevara a la inconsciencia.
Lo primero que noté fueron unas voces opacadas que llegaban hasta mis oídos, aparte de ello todo era silencio. Abrí los ojos y me encontré en una habitación. Me incorporé sintiendo un increíble peso en el estómago y un nudo en la garganta que hacía trabajosa mi respiración. Estaba en el cuarto de los Álvarez. Todos mis últimos días pasaron ante mí como una advenediza visión en la que había quedado mi tesoro más preciado, Anna. Me derrumbé sintiendo que la vida me abandonaba.
Esas son las ironías de la vida. Había vuelto a casa y no estaba contento. El sueño que en principio añoraba con ansias me había traído de vuelta y yo odiaba que hubiese ocurrido. Habría dado todo por continuar en el huerto con los manzanos, esperando a que ella llegara. La habría besado una vez más y le habría abrazado fuertemente sintiendo su vibrante cuerpo contra el mío.