─ Le entiendo perfectamente, Sr. Lindberg. Y reconozco lo incómodo que mi investigación pueda resultarle, pero estoy seguro que mi cliente estaría dispuesto a aportar una generosa contribución por las molestias que ello pueda ocasionarle.
Me miró con cautela, aunque podía notar que su rostro se suavizaba.
─ Hace mucho que no recibimos contribuciones. Los contribuyentes querían… ¿cómo diríamos?... atribuirse derechos en la escuela y tales actitudes no son bienvenidas. Pero en su caso… creo que podremos hacer una excepción.
─ Prometo que mi búsqueda no les incomodará más de lo necesario ─ dije levantándome.
─ Tendrá que venir el fin de semana. Pondremos a su disposición dos secretarias que le ayudarán en su búsqueda.
De manera que tuve que dejar aquella escuela para el final. Y realmente fue mi única opción puesto que no tuve éxito en las otras que figuraban en mi lista. En algunos casos me pusieron con una amarga secretaria que me arrojó de mala gana un insondable lote de carpetas. En otros me decían que los registros se habían perdido en un incendio o que habían sido trasladados a los archivos provinciales pero que aparte de eso no tenían más información y tenía que repetirme que hacía aquella absurda búsqueda para ocupar mi tiempo libre, de lo contrario habría renunciado al instante.
La tranquilidad del fin de semana (sin alumnos, maestros, representantes y sin un director malhumorado) me permitió apreciar que la Götafors funcionaba en un edificio de diseño barroco que por había sufrido los continuos trabajos de remodelación tenía un delicado aire moderno. Sus cuatro pisos se extendían en una amplia extensión de terreno donde aparentemente se pretendió construir un ostentoso jardín con terrazas y jardineras, pero sin mucho éxito como evidenciaban las descuidadas plantas que aún se lograban ver.
─ Hola, soy Amanda. Usted debe ser el Sr. Ortega. ─ dijo la muchacha que aguardaba en la puerta.
─ Lamento si le hecho trabajar en su día libre.
─ Difícilmente habría sido un día libre – dijo invitándome a pasar ─ para el horrible Sr. Lindberg todos los días son de trabajo.
─ Entiendo.
─ Prométame que no le dirá nada de lo que he dicho.
─ No tiene de qué preocuparse.
Realmente no era difícil comprender su situación cuando el director era el Sr. Lindberg.
─ ¡Stella! ya está aquí. Puedes reunirte con nosotros en el depósito. ─ gritó de pronto dirigiéndose a alguien en el interior despertando ecos en los solitarios pasillos.
─ Es mi compañera. Está en la sala de ordenadores. Es una adicta a la internet, quizás por eso le gusta que la hagan trabajar los fines de semana.
Se le veía animada. Al menos me sentí dichoso de no compartir mi búsqueda con secretarias malhumoradas.
Los expedientes estaban numerados en archivadores perfectamente conservados. Me sorprendió el celo que había puesto la institución en ello. Comencé revisando los registros de 1952 necesitaba ampliar al máximo mi búsqueda. Mi compañera se dedicó al 53.
─ ¿Un niño con enormes gafas? Creo que es pan comido.
Algunos documentos cayeron al suelo provenientes del legajo de sobres y carpetas que sacaba del archivador y comenzó su búsqueda aparentemente sin reparar en ellos.
Pensé que quizás no fuese tan cuidadosa como los anteriores guardas de los archivos. Al poco rato se nos unió Stella que con las indicaciones de su compañera se dedicó al 54.
A cada rato se me acercaban con la foto de un niño, pero yo me limitaba a negar con un gesto de la cabeza. Yo mismo había visto muchas fotos, pero ninguna me parecía familiar y a cada rato que pasaba sentía más irracional mi búsqueda. Temía haber hecho traer a esas jóvenes por una necedad.
─ Creo que es todo ─ exclamé cuando ya revisábamos el 58 y 59 y comenzaba a caer la tarde.
─ ¿Está realmente seguro? El Sr. Lindberg no admite fracasos entre sus trabajadores y nosotras…
─ Nadie podría hablar de un fracaso. Han hecho lo que se les pidió. Es simplemente que él no estudió…
Me detuve perplejo mirando los registros esparcidos por Amanda. Había una foto de esas de página completa levemente cubierta con los otros documentos, pero la parte expuesta dejaba ver a un niño con enormes lentes observando fijamente a la cámara. Me agaché sobre el montón y la tomé. Pese al deterioro de los años y que tal vez el fotógrafo no había hecho su mejor trabajo, no tuve la menor duda. Era él.
─ “Sitial de Honor, Curso D. Junio 1953” ─ leyó Amanda sobre mi hombro.
Era la introducción de la instantánea, realmente representaba a dos niños y una niña. Señalé a mi muchacho en la foto. Stella la cogió y se hizo del resto de los documentos del suelo.
─ Curso D… Curso D… Curso D… Junio de 1953 ─ murmuraba mientras hurgaba entre el legajo de papeles.
─ Lo tengo ─ dijo de pronto examinando una ficha ─ Se llama Oliver Hallman y nació en enero del 47 por lo que a esta fecha tendrá…
─ Ya dáselo, Stella ─ Dijo Amanda quitándole la ficha y entregándomela ─ se supone que es su investigación.