En El Corazón del Bosque Plateado
- Alpha Kaelen -
El aire helado de la noche se colaba a través de las copas de los robles centenarios, cargado con el olor a tierra mojada, a pino y a un sutil matiz de peligro que solo los depredadores podían detectar. Sobre una roca cubierta de musgo que se alzaba como un altar en la penumbra del bosque, Arion, el joven alfa de la manada de los Lobos de la Luna Roja, se detuvo. Su figura, esbelta pero poderosa, estaba inmóvil, fundiéndose con la oscuridad. Debajo de él, a los pies de la colina, la manada se movía en silencio, sombras que se deslizaban entre los árboles. La luna, una esfera de luz escarlata, los bañaba con un resplandor sobrenatural.
Arion no era un lobo como los demás. Su pelaje, tan oscuro como la noche sin estrellas, lo hacía casi invisible. Sus ojos, en cambio, brillaban con la luz de la luna, un ámbar líquido que reflejaba la furia, la soledad y la responsabilidad que llevaba dentro. A sus 25 años, era el alfa más joven que El Refugio había tenido en siglos. Su liderazgo no se basaba en la fuerza bruta, sino en una determinación inquebrantable que había heredado de su abuelo, el único sobreviviente de la Gran Purga.
Recordó las palabras de su abuelo, grabadas en su alma: "La magia es una enfermedad, Arion. Es una plaga que consume todo a su paso. Nos robó a tu madre y a tu padre, y nos obligó a escondernos como ratas. Nunca confíes en un humano. Y mucho menos en aquellos que la practican". La rabia que sentía hacia ellos era el motor de su existencia.
Un aullido cercano lo sacó de sus pensamientos. Era Dante, su Beta. “Arion”, murmuró, su voz un susurro ronco. “Los rastros de la criatura... se están acercando a las Tierras del Este. Han cruzado la Marca de Piedra”.
Arion gruñó. La Marca de Piedra era el límite no oficial entre el bosque y el mundo humano, una línea que no debían cruzar. El enemigo que los acechaba no era un depredador común. Era una criatura del Vacío, una bestia que devoraba la esencia misma de la vida.
“No importa”, respondió Arion con voz grave. “No podemos permitir que llegue a las aldeas humanas. Es nuestro problema. No dejaremos que esa plaga devore más vidas”.
Dante no discutió. Conocía la moral de su alfa. Aunque Arion odiaba a los humanos, no los dejaría a su suerte. Su deber era proteger el bosque, y eso incluía evitar que las bestias del Vacío lo consumieran todo.
Mientras corrían, Arion no podía dejar de pensar en lo que su abuelo le había enseñado. Le había advertido sobre los peligros del mundo, la malicia de los humanos y el poder destructivo de su magia. No había visto un hechizo poderoso; su conocimiento era teórico, basado en las historias y los recuerdos de su abuelo.
Pero pronto, muy pronto, esa realidad cambiaría. No sabía que, al otro lado de la Marca de Piedra, una joven maga de ojos tan azules como el hielo y cabellos como la nieve también perseguía a la misma criatura. Y sus caminos estaban a punto de colisionar, en un encuentro que reescribiría el destino de sus mundos.
El viento cambió, y un olor nuevo llegó a sus fosas nasales. No era el hedor a ceniza de la criatura. Era un olor dulce y peligroso, como flores quemadas. Era el aroma de la magia. Arion gruñó, la furia creciendo en su interior. La presencia de la magia en sus tierras era un insulto. Y el depredador dentro de él, el lobo, se alzó, listo para la confrontación.
(Horas antes del Encuentros - En La Ciudadela Rúnica)
- Maga Seraphina -
El sol de la mañana se filtraba por las altas ventanas ojivales del Salón de los Tomos en la Ciudadela de Aethelgard. Polvo dorado flotaba en los rayos de luz, iluminando miles de estanterías. En el centro, ajena al mundo exterior, estaba Seraphina. A sus 23 años, era la maga más joven en haber alcanzado el rango de Maestra en la Orden de la Llama. Su cabello, de un blanco inmaculado, caía en cascada por su espalda, un contraste con sus ojos, dos gemas de un azul tan profundo que parecían contener el cielo.
Su vida, desde que fue encontrada a la puerta de la Orden cuando era una bebé, había sido la magia. La consideraba su familia, su propósito y su único hogar. Creció bajo la tutela de la Gran Maestra Elysia, una mujer estricta y poderosa. Sin embargo, a pesar de su inmenso poder, Seraphina sentía una profunda desconexión con el frío y calculador Consejo de la Orden.
Mientras leía un antiguo tratado, sintió una vibración, una nota disonante en la sinfonía de la magia que la rodeaba. No era un hechizo. Era algo primordial y salvaje.
—Un pulso de energía oscura —murmuró para sí misma. Se levantó y corrió a la ventana más cercana. El pulso venía del bosque ancestral, conocido por los magos como las Tierras del Olvido, un lugar que el Consejo había prohibido explícitamente a los jóvenes magos.
Elysia, con su rostro impasible, apareció detrás de ella.
—Maestra Seraphina, ¿a dónde va? —preguntó su voz, más una advertencia que una pregunta.
—He sentido algo, Maestra. Un pulso de energía del Vacío. Es fuerte y se está moviendo hacia el este —respondió Seraphina, sin apartar los ojos del horizonte.
—Déjelo. Los asuntos de las Tierras del Olvido no nos conciernen —dijo Elysia con un desdén apenas perceptible.
—No son simples bestias. Es una criatura del Vacío. Puede crecer y devorar la magia de la tierra. Si llega a la Marca de Piedra, las aldeas humanas estarán en peligro —argumentó Seraphina.
Las palabras de Elysia no la detuvieron. Su corazón latía con urgencia. El pulso que sintió era el más poderoso que había presenciado. Ignorando las miradas de los aprendices y los Maestros, se dirigió al portal de teletransporte.
Cuando llegó al borde del bosque, la magia se sentía pesada y tensa. Era un tipo de energía que nunca había sentido, un poder crudo y elemental que le ponía los pelos de punta. Siguió el rastro de destrucción, árboles consumidos por una negrura antinatural. Se detuvo ante un claro. En el centro, la criatura del Vacío se alzaba, una masa de sombras con múltiples tentáculos que pulsaban con la energía que devoraba.
Editado: 26.09.2025