La aparición de los dos magos, vestidos con las túnicas de la Orden de la Llama, cortó la tensa calma del Santuario. Para Arion, la escena era una confirmación de sus peores temores: la maga lo había guiado hasta una emboscada.
—¡Te lo dije! —rugió Arion, transformándose por completo. El lobo alfa, enorme y furioso, se interpuso entre Seraphina y los magos, pero sus ojos ámbar estaban fijos en la maga. —¡Este es tu juego, bruja! ¡Nos traicionaste!
Seraphina se puso de pie de un salto dentro del círculo de sellado.
—¡No, Arion, escúchame! ¡Yo no los llamé! ¡El Consejo me está cazando!
Uno de los magos, un hombre alto y delgado, dio un paso adelante. Sus manos brillaron con una luz rojiza y peligrosa.
—Seraphina. El Consejo de Aethelgard te convoca. Has profanado nuestras leyes al contactar con las bestias de las Tierras del Olvido. Vuelve con nosotros o serás neutralizada.
Arion gruñó, dándose cuenta de que los magos estaban allí por ella, no por él. Pero eso no disminuía su desprecio. En el fondo, seguía siendo una maga, y la magia era su enemigo.
—¡Ustedes no la tocarán! —rugió Arion. La amenaza era instintiva, nacida del vínculo de protección que lo estaba volviendo loco. No podía permitir que la tocaran, aunque deseaba verla muerta por su propia mano.
El mago lanzó un dardo de fuego esmeralda hacia Seraphina. Arion actuó sin pensarlo. Con un aullido de furia, se lanzó hacia adelante, cubriendo a la maga con su propio cuerpo. El dardo de fuego golpeó su espalda.
Arion gimió de dolor; el fuego mágico quemaba la carne y el pelaje. Cayó de rodillas.
—¡Arion! —gritó Seraphina, su desesperación era tan intensa que el Nexus Cinder-Luna se encendió. Una descarga de pura energía mágica, impulsada por la fuerza y el dolor de Arion, explotó del cuerpo de Seraphina.
La maga, sintiendo la agonía de su mate, rompió su propia regla de no usar magia ofensiva. Concentró la energía, y una ráfaga de viento helado, mucho más fuerte de lo que sus poderes por sí solos permitían, golpeó a los dos magos con la fuerza de un martillo. Los magos volaron hacia atrás, impactando contra los árboles y cayendo inconscientes.
Seraphina se tambaleó y se arrastró hacia Arion, que luchaba por volver a su forma humana, su piel humeando.
—¡Estás loco! ¿Por qué hiciste eso? —le gritó, con lágrimas de frustración en los ojos, mientras utilizaba sus manos para intentar curar la quemadura.
—No sé... —murmuró Arion, su voz un suspiro áspero, sus ojos entrecerrados por el dolor. —Mi... mi instinto...
Ella entendió. El vínculo había forzado el acto de protección. El lobo alfa no podía permitir que nadie más la matara.
—Necesitas curación inmediata —dijo Seraphina.
Arion se transformó de nuevo a su forma humana. La mirada que le dio a Seraphina era compleja; ya no era puro odio, sino una mezcla de rabia y una aterradora dependencia.
—Tu gente nos ha encontrado —siseó. —El verdadero peligro siempre fueron ustedes.
—Lo sé —murmuró Seraphina. —Pero ahora... somos aliados. Nos necesitan para sellar esto, o la criatura y el Vacío consumirán tanto a tu manada como a mi Orden.
Seraphina colocó sus manos sobre la espalda quemada de Arion, y por primera vez, canalizó su magia de curación sin su permiso. Le inyectó su energía vital y, con ella, la fuerza del vínculo. Arion sintió la frescura de su magia apaciguando el fuego. Era calmante... y humillante.
Mientras sanaba, Arion observó los cuerpos inconscientes de los magos. —Atraparlos. Y antes del amanecer, sellar la criatura en este nexo. Necesitamos su energía para nuestro ritual.
Seraphina y Arion habían atado firmemente a los magos a las gruesas raíces con tiras de corteza. La presencia de sus propios captores magos se sumaba a la surrealista tregua.
Seraphina regresó al centro del círculo de sellado. Los símbolos que había dibujado brillaban débilmente. Arion, recuperado en su forma humana, se sentó a una distancia incómoda, vigilando a los magos y a Seraphina.
El frío se hizo insoportable. Seraphina tiritó. —El frío está interfiriendo con la carga del hechizo —murmuró ella.
Arion gruñó. El vínculo le gritaba que la calentara.
—Acércate —ordenó Arion, su voz seca. —La supervivencia de mi gente depende de que te mantengas con vida para terminar tu estúpido hechizo. Ahora, acuéstate a mi lado. ¡Y no lo tomes como una invitación!
Seraphina se arrastró con cautela y se recostó de espaldas a él, dándole el menor espacio posible, dentro del radio de calor de su cuerpo.
El contacto fue como una descarga eléctrica. El calor que emanaba de la piel de Arion era abrasador, pero vital. Ella sintió una oleada de energía física que la envolvió, y la magia estancada en el círculo comenzó a vibrar con más fuerza. El Nexus Cinder-Luna se estabilizó instantáneamente.
Arion sintió el frío de la maga en su espalda, y con él, el peso de su dolor y su soledad. Sintió la pureza de su intención al proteger a las aldeas.
—¿Por qué? —preguntó Arion en un susurro áspero, su aliento rozando el cabello de ella. —¿Por qué viniste sola?
—Porque nadie más lo haría —respondió ella. —El Consejo se preocupa por el poder, no por la vida. Mi mentora, Elysia, me advirtió que ignorara la señal del Vacío.
—Mi abuelo... él me dijo que la magia era una enfermedad —dijo Arion, su voz cargada de un dolor antiguo. —Que los magos envenenaron la tierra para debilitarnos antes de la Purga.
—Mi Orden me enseñó a temer y odiar a tu gente —murmuró Seraphina. —Pero en el claro, cuando te interpusiste entre yo y la muerte, y cuando vi a tu Beta proteger a los heridos... me di cuenta de que me habían mentido. El odio nos mantiene separados, pero la mentira es lo que nos está matando.
Arion no la apartó. En lugar de eso, cerró los ojos y se permitió, por primera vez, sentirse protegido por la magia.
Seraphina se durmió, pero Arion permaneció despierto. Justo antes del amanecer, el círculo de sellado alcanzó su máximo poder.
—Es el momento —dijo Seraphina, despertando de golpe. Se separó de Arion, sintiendo un escalofrío. Se puso de pie y comenzó el cántico de sellado, sus manos brillando con la luz pura y azul del nexo. La energía telúrica de las Tres Raíces se disparó hacia el cielo, un faro de poder.
En ese mismo instante, un aullido de furia resonó desde la línea de los árboles. Kael y un grupo grande de lobos emergieron, sus ojos fijos en la luz mágica y los dos magos atados.
—¡Traición! —rugió Kael, transformándose en el imponente hombre lobo. —¡El Alfa está con la bruja! ¡Nos ha vendido a los magos!
La manada se lanzó hacia adelante, lista para atacar a Seraphina y a los magos. Arion se levantó, interponiéndose entre su manada y Seraphina, pero Kael fue más rápido. Se lanzó sobre Arion, derribándolo.
—¡Te has vuelto débil, hermano! ¡Ya no eres nuestro Alfa! —gruñó Kael, sujetando a Arion por el cuello.
Seraphina, aterrorizada y a punto de terminar el sellado, gritó: —¡Arion, te necesito! ¡No puedo terminar el hechizo sin ti!
Arion luchaba contra su Beta, su propio juicio nublado por el dolor de la traición percibida por su manada. Vio el miedo en los ojos de Seraphina, y sintió el tirón del Nexus que le suplicaba que la ayudara.
Con un dolor desgarrador, Arion se dio cuenta de que no podía protegerla y a su manada a la vez. No podía romper la confianza de su gente por una maga, sin importar el vínculo.
—¡Seraphina, huye! —rugió Arion.
Pero Seraphina estaba a punto de terminar el ritual. Los magos atados, recuperando el conocimiento, se liberaron de sus ataduras y se lanzaron sobre la maga.
Arion se liberó de Kael y vio el horror de la escena: Seraphina atrapada entre su gente, los magos listos para capturarla. Con un aullido de dolor y rabia, el lobo alfa tomó su decisión: por su gente, por la memoria de sus padres.
Arion se lanzó contra Seraphina, no para protegerla, sino para romper el vínculo. La embistió, el impacto la sacudió y la hizo caer fuera del círculo de poder. El hechizo se desvaneció. La criatura del Vacío, sintiendo el fallo, comenzó a regenerarse. Seraphina lo miró con horror y traición, sus ojos azules reflejando el dolor de la puñalada que él le había propinado.
—Lo siento —murmuró Arion, y su corazón, roto, le dijo que acababa de cometer el error más grande de su vida.
Editado: 26.11.2025