Elementales 2: Tierra

Capítulo 2

Al día siguiente por la mañana, Javier estaba en el salón de la mansión rodeado de todos sus hombres, incluido Héctor.

—Bien, chicos. Dentro de una hora llegará el ministro de economía. Ha venido para rescatar a su hijo. Héctor, necesito que conduzcas el coche del ministro y lo lleves al refugio. José irá contigo. Cuando estemos en el refugio yo me ocuparé de negociar con él el acuerdo para que el hijo vuelva a casa con su padre “sano y salvo”.

Sus hombres rompieron a reír junto con su jefe, excepto Héctor.

—¿Cuánto tiempo van a durar las negociaciones? —quiso saber el chico.

—Pues, dependiendo de lo receptivo que esté el ministro. ¿Por qué? ¿Estás trazando algún plan para escapar? —le preguntó Javier entrecerrando los ojos con desconfianza.

—No, solo es curiosidad. Ya me ha quedado claro que no puedo escapar —le respondió acordándose de los latigazos que había recibido los días que lo había intentado.

—Bien. ¿Hay alguna pregunta sobre el plan? —inquirió Javier mirando a todos sus hombres. Todos negaron con la cabeza—. En ese caso, ¡id a vuestros puestos!

Todos salieron corriendo, excepto José y Héctor.

—Sería recomendable que dejara a algunos de los hombres vigilando la casa y a la chica —propuso el guardaespaldas al oído de su jefe.

Su jefe le asintió dándole la razón. No podía dejar que Anabel escapara y, estaba seguro de que lo intentaría. Le hizo un pequeño gesto a su guardaespaldas y éste salió del salón para reunirse con los hombres y dejar algunos en la casa vigilando.

Héctor estaba sentado en una silla con los codos apoyados en los muslos y las manos en la cabeza. Intentaba pensar a mil por hora. No creía que tardaran mucho. Una hora y media o dos como mucho. Tendría que desconectar la alarma, dejar alguna puerta abierta y esperar a que su prima estuviera lo suficientemente fuerte como para que los hombres que se quedaran no la vieran huir. Era casi imposible que pudiera salir. Sintió que Javier se movía, acercándose a él.

—¿Podría ver a mi prima antes de salir?

—Sí, pero no tardes. No quiero que lleguemos tarde a mi cita con el ministro.

El chico asintió, se levantó despacio y se encaminó hacia las escaleras blancas de mármol. Subió llegando al primer piso, se acercó a la puerta doble blanca al final del pasillo y entró con cuidado. Se acercó a la cama, se sentó y le acarició el rostro a su prima. Ya no lo tenía tan hinchado, pero las heridas del látigo en el cuello y la espalda aún estaban rojas.

—Primita, ¿estás despierta? —Anabel abrió los ojos y lo miró—. Es tu oportunidad para escapar. Dentro de unos minutos nos iremos. En la casa se quedarán algunos hombres, pero no creo que te vean. Tienes que escapar y pedir ayuda.

—¿Y qué pasa contigo? Te matará si se entera que me has ayudado.

—Soy más valioso para él vivo y no se va a enterar. Y, en parte, no te voy a ayudar. Te vas a escapar tú solita. Yo voy a estar con él, así que no puede echarme la culpa. Cuando nos hayamos ido espera unos minutos y después te vas. Sal por la puerta de la cocina, entrarás en la selva. Cruza el río en cuanto puedas, así no podrá seguir tu rastro con los perros. Encuentra a alguien para que te lleve a un teléfono y dile a Diego que mande a la caballería.

—Héctor, no sé si seré capaz de hacerlo. Casi no puedo moverme.

—Sé que puedes. Usa tus poderes. Saca fuerzas de donde sea. Por cierto, la alarma estará desactivada, pero por poco tiempo. Intenta darte la mayor prisa que puedas. Te veré pronto —le dio un beso en la frente, seguido de un abrazo y se fue.

El chico salió de la habitación, bajó las escaleras y miró a su alrededor. No parecía que hubiera nadie cerca. Se acercó a la cocina, entró esperando encontrar al ama de llaves allí sentada mirando una revista, pero no había nadie. Buscó en los cajones negros y blancos de la cocina lo que sabía que había sin ninguna duda. Sabía que había, pero ¿dónde? ¿En qué parte? Buscó por todos los armarios de arriba y en los de abajo, hasta que lo encontró. Sabía que lo había dejado por algún lado. Cogió un pequeño frasco de uno de los cajones con una gran sonrisa en la cara, lo abrió y sacó dos cápsulas rojas. Las abrió para sacar el polvo y lo echó en la taza de té que había preparada en la encimera, cerca de la vitrocerámica. Dejó el frasco donde lo había encontrado, limpió los restos del polvo que había en la encimera y salió de la cocina. Se quedó detrás de la puerta cerrada esperando a que el ama de llaves volviera para tomarse el té.

La anciana mujer no tardó mucho en aparecer murmurando. Entró en la cocina desde las puertas de cristales que daban al jardín, cogió la taza y se sentó en un taburete en la isleta que estaba en medio de la estancia. Cogió una revista, movió el té con una cucharilla y le dio un sorbo.



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En el texto hay: profecia, amor, dolor

Editado: 11.03.2024

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