Los hombres se despertaron cuando escucharon el timbre del móvil que descansaba en el cajón de la estantería. Andrew lo cogió y escuchó.
—Jefe, Montes se ha puesto en contacto. Javier llegará al anochecer —le informó Cobra.
—De acuerdo. Nos vemos allí antes para prepararnos —colgó y miró a todos los presentes—. Vendrá al anochecer.
—Bien. Alguien debería quedarse aquí por si llega Bernard antes —propuso Aaron al sentarse en el sofá con cansancio.
—Yo me quedo —dijo Ángel sentado con comodidad en la alfombra.
—Vale. ¿Y qué tienes que hacer con tu objetivo? ¿Lo vas a detener o lo vas a matar? —le inquirió Aaron a Andrew.
—En principio, detenerlo. Si la cosa se pone mal, tampoco me va a fastidiar matarlo.
—Muy bien. ¿Por casualidad tienes armas para nosotros?
—Algo tengo, aunque ¿para qué la queréis? No os hace falta.
—Era para hacerlo como los humanos, pero si prefieres que lo hagamos a nuestra manera, por mí bien.
—Voy a hacer un poco de ejercicio. Estoy agarrotado —anunció Héctor mientras se estiraba en la puerta de la cabaña.
—Espera, te acompaño —Eric se levantó de la silla, se estiró, se desvistió y un leopardo negro con los ojos celestes salió corriendo detrás de la pantera negra.
—No sé si me acostumbraré algún día a veros desnudos —dijo Jonathan dando un sorbo a la taza de café.
***
Las dos panteras se internaron en la selva y corrieron, saltaron y treparon a los árboles con rapidez y agilidad. La tensión en sus cuerpos se disipó, sin embargo, el felino negro con una pequeña mancha blanca en la cabeza se quedó quieto y con los pelos de la cola erizados.
Habían llegado hasta una casa con la fachada negra y verde, camuflada entre las copas de los árboles.
Héctor miró hacia arriba, hacia la edificación, y su cuerpo se tensó mientras exhibía los colmillos y gruñía.
¿Qué ocurre? —le inquirió Eric telepáticamente y mirando hacia el mismo lugar.
«No lo sé», contestó su hermano sin comprender su propio comportamiento. ¿Qué podría haber en aquella casa que lo pusiera en alerta?
Echemos un vistazo —el leopardo trepó hasta el árbol más cercano y entrecerró los ojos para poder mirar a través de los cristales sucios, pero fue inútil. El polvo cubría todas las ventanas—. Parece abandonada. No veo a nadie —le informó a su hermano que se había quedado en el suelo lleno de hojarasca, mirando hacia la casa, petrificado.
«Mira si la puerta está abierta», le propuso Héctor sin poder apartar su mirada de la cabaña.
La pantera saltó al árbol donde descansaba la vivienda, se acercó a la puerta con mucho cuidado y sigilo, cambió a su forma humana y abrió despacio. La dejó ir y volvió a su forma felina para olisquear el aire viciado del interior. Los pocos muebles que había estaban carcomidos y desvencijados. No había ninguna señal de vida, ni humana ni animal.
No hay nadie. Está abandonada —confirmó Eric observando la estancia única de la que disponía la vivienda.
«Vámonos. Mis sentidos deben de estar alterados por la pronta visita de Bernard».
Es posible. ¿Hacemos un pequeño reconocimiento del terreno para asegurarnos de que aún no ha llegado?
«Sí, me quedaré más tranquilo».
El felino negro de ojos celestes bajó de un salto de la cabaña y emprendió el camino siguiendo a su hermano.
Bordearon el río escondidos entre la maleza y regresaron a la casa de Andrew. No había rastro de Bernard todavía. Entraron y Aaron clavó su mirada celeste en su hijo Héctor.
—¿Todo bien, hijo? —le preguntó con un presentimiento extraño.
—Sí, papá. Solo estoy un poco nervioso, pero ya estoy mejor. ¿Habéis trazado un plan para esta noche?
—Nosotros solo estaremos en la retaguardia. Actuaremos cuando Andrew nos necesite.
Héctor asintió y su padre y sus hermanos se miraron extrañados. ¿Desde cuándo no quería estar cerca de la acción?
—¿Seguro que estás bien? —lo interrogó Oliver intentando entrar en su mente, pero sin éxito. Su hermano la tenía bloqueada.
—Estoy bien. Es la misión de Andrew. Pase lo que pase, la mía también se acabará —contestó al sentarse en una silla de la cocina, apoyando los codos en la mesa, ausente de lo que le rodeaba.
«¿Por qué me he sentido tan inquieto al ver esa casa?», se preguntó sin comprenderlo.
***
Andrew ya tenía preparada la mochila y las armas. Solo quedaba una hora para ir a esperar a Javier en los lindes de su casa. Inexplicablemente, estaba nervioso y no era la primera vez que lo hacía. Aunque, sí era la primera vez que alguien esperaba volver a verlo con vida. «Anabel», pensó colgando la mochila al hombro para salir de la habitación con una sonrisa dibujada en su boca.
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Editado: 11.03.2024