Elementales 2: Tierra

Capítulo 10

Jonathan y Miriam llegaron puntuales para recoger a Andrew y Anabel e ir todos juntos a visitar a Mágissa. 

—¿Estáis listos? —les preguntó Miriam apareciendo en el salón de la casa, delante de ellos, con Jonathan agarrado a su mano. 

—Sí. ¿Cómo vamos? —quiso saber Andrew mientras se levantaba. 

—Nosotros os llevamos, así llegaremos más rápido y volveremos a tiempo para la fiesta —le contestó su hermano tendiendo la mano hacia él. 

—De acuerdo. No me quemarás, ¿verdad? 

—No, tranquilo. He estado practicando. 

Andrew cogió la mano de su hermano con un poco de reticencia y sin soltar a Anabel. La chica agarró la mano de su hermana cerrando el círculo y se evaporaron hasta la casa de Mágissa. 

La pequeña cabaña situada en isla Pyrena, el hogar de los elementales de fuego, estaba situada encima de una pequeña colina donde, al principio, había un lago de aguas cristalinas. 

Los gemelos se miraron recordando la primera vez que llegaron hasta ese lago y sonrieron. Ese día fue el comienzo de una nueva vida que aún no conocían. La bruja no les había contado mucho sobre su destino, pero en aquel momento, se sentían agradecidos de haber podido llegar hasta ese lugar inexplorado y extraño para ellos. 

—¿Aquí aparecisteis? —inquirió Miriam abrazando a Jonathan. 

—En ese lago. No sabes cuánto me alegro de que nos engullera hasta aquí —la abrazó pegándola un poco más a él para dejarle un beso en los labios. 

—Vamos, voy a darle un abrazo de oso —lo apremió Andrew empezando a caminar hacia la cima de la colina. 

Cuando llegaron a lo más alto, vieron un coche conocido y se miraron extrañados. 

—No somos los únicos que hemos decidido venir a verla hoy —dijo Jonathan pasando por al lado del vehículo para acercarse a la puerta de madera. 

Llamó con los nudillos y esperó a que respondieran. 

—¿Quién es? —preguntó una voz masculina en el interior de la vivienda. 

—Jonathan y Andrew —contestó el segundo reconociendo la voz. 

La tabla de madera se abrió dejando ver a un chico rubio, con ojos celestes, espalda ancha, un poco más alto que las chicas y una sonrisa de oreja a oreja en sus labios carnosos. 

—Dichosos los ojos —los saludó el joven abrazando a los hermanos con efusividad y alegría—. Entrad. 

—¿Llevas mucho tiempo aquí? —lo interrogó Jonathan dejando paso a Miriam. 

—Diez minutos. ¿Y estas preciosidades quiénes son? —la mirada celeste del muchacho recorrió de arriba abajo a las chicas. 

—Ella es Miriam, mi prometida, y ella es Anabel, su hermana —los presentó el inspector. 

—Mi novia. Chicas, él es Robert, uno de nuestros hermanos —terminó Andrew agarrando la cintura de la muchacha para pegarla a él con posesión. 

—Tranquilo, no voy a quitártela. No soy tan cruel. Encantado de conoceros. 

—¿Dónde está Mágissa? —quiso saber Jonathan. 

—En el jardín trasero. Está concentrada y muy preocupada. 

—¿Qué ha ocurrido? 

—Hace tiempo que no tiene noticias de nuestro hermano Derek.

—¿Cuánto tiempo? 

—Tres meses.

—¿Tres meses? ¿Por qué no nos ha avisado antes? —preguntaron los gemelos al unísono. 

—No quería preocuparos hasta no estar segura. Lo ha intentado todo, pero no consigue dar con él. 

—¿A dónde dijo que iba la última vez que lo vio? —inquirió Jonathan.

—No lo sé. Que ella os lo diga cuando vuelva. Voy a avisarla. Se alegrará mucho de veros. 

Robert les dedicó otra enorme sonrisa y salió por la puerta de la cocina para salir de la cabaña. 

—No sabíamos que teníais más hermanos —dijo Miriam sorprendida. 

—Bueno, no son hermanos de sangre, aunque como si lo fueran —respondió el inspector dejando un beso en la frente femenina. 

—¿Y cuántos más sois? —quiso saber Anabel. 

—Incluyendo a Robert, en total somos siete. 

—Son los hijos de Mágissa, ¿no? 

Andrew estaba a punto de contestarle cuando una mujer morena, joven, con ojos negros saltones y muy menuda, entró corriendo y abrazó a los gemelos con lágrimas en los ojos y una sonrisa en sus labios. 

—Menos mal que habéis venido —los saludó la mujer. 

—¿Qué ocurre con Derek, Mágissa? —la interrogó Jonathan sintiendo el temblor del cuerpo de la mujer. 

—No consigo encontrarlo. He hecho todos los hechizos que conozco para buscarlo y nada, no lo encuentro. 

—Tranquila, Andrew y yo lo vamos a buscar. ¿A dónde te dijo que iba la última vez que lo viste? 

—Me dijo algo de un secuestro. No lo entendí bien porque me llamó por teléfono, no vino a verme. 



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En el texto hay: profecia, amor, dolor

Editado: 11.03.2024

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