Elementales 2: Tierra

Capítulo 2

La muchacha se despertó al escuchar el canto de un pájaro cerca de la ventana, se levantó del sofá para estirarse y miró hacia la cama. El felino seguía tumbado en ella, inconsciente. 

La joven abrió la puerta para que entrara un poco de aire fresco y el olor a humedad llegó hasta sus fosas nasales. Se acercaba una tormenta. Cogió dos cestas del suelo y salió de la vivienda cerrando detrás de ella. Bajó del árbol y siguió su camino para recoger leña y algunos frutos. Tenía provisiones suficientes hasta que pasase la tormenta, pero nunca estaba de más algunas frutas frescas para hacer batidos o comerlas directamente. 

Se alejó varios metros de la casa y vio algunas plantas y el suelo con restos de sangre de la pantera. Arrancó y recogió las hojas manchadas y se las llevó para quemarlas en la chimenea o en la cocina. Si le habían disparado era posible que sus perseguidores continuaran con la búsqueda para rematarla. Continuó con la recogida de moras, fresas y frambuesas sin dejar de mirar a su alrededor, en alerta. 

***

La pantera negra con una mancha blanca entre sus orejas abrió los ojos lentamente y miró a su alrededor. «¿Dónde estoy?», pensó observando la estancia cuadrada de madera. Levantó la cabeza intentando recordar qué había pasado. 

Héctor se dio cuenta de que seguía con la forma felina y cambió a su forma humana, amortiguando un grito de dolor con la mano en su boca. La pierna izquierda le dolía y tiraba. Bajó la mirada hacia la extremidad y se quedó desconcertado. La venda que antes le tapaba la herida se había caído dejándola al aire. Observó la herida sentado en el borde de la cama y la rozó con suavidad. Los puntos para cerrarla estaban maravillosamente bien hechos. 

El joven se levantó con cuidado y cojeó hasta una garrafa de agua que descansaba en el centro de una mesa de madera redonda con dos sillas a su alrededor. Cogió un vaso del interior del fregadero y lo llenó del líquido transparente para beberlo de un solo trago y volver a llenarlo. Estaba sediento y tenía los labios agrietados. Observó que las ventanas estaban cerradas a cal y canto y frunció el ceño. «¿Me han capturado?», se preguntó dando un sorbo de agua y dejando el vaso en el fregadero. 

Se encaminó hacia una de las ventanas y la abrió. Pudo ver las hojas y las ramas de un árbol que le resultaba familiar. Cerró la persiana y se dirigió a la puerta de la pequeña casa. La abrió y volvió a sentir ese sentimiento de alerta que presintió al ver la cabaña abandonada cerca de la casa de Andrew. Miró a su alrededor agarrado a la barandilla de madera y se dio cuenta de dónde estaba. «Así que, ya no está abandonada», pensó intentando recordar cómo había llegado hasta allí. «¿Quién vivirá aquí?», quiso saber. 

Regresó al interior para buscar alguna pista, se acercó a un arcón a los pies de la cama y, estaba a punto de abrirlo cuando escuchó un gruñido en la puerta. Miró de reojo hacia el hueco y vio a un jaguar blanco.

El hombre le dedicó una sonrisa y el felino se acercó a él restregando su hocico por el brazo del humano. 

—Hola, Satán. ¿Qué haces aquí? —el felino ronroneó y Héctor le acarició la cabeza—. Yo también me alegro de verte. Supongo que no sabrás quién vive aquí, ¿verdad? —el jaguar se tumbó en el suelo, al lado del hombre, y cerró los ojos mientras seguía ronroneando y disfrutando de la caricia—. Lo tomaré como un no. 

El muchacho miró el arcón, le quitó el candado sin cerrar y levantó la tapa. Había mucha ropa,... ropa femenina para ser más exactos, y varios libros de veterinaria y algunos de novelas románticas. 

—Bueno, al menos sé que no es ninguno de los zopencos esbirros de Ezio. No tienen pinta ni de saber leer —le dijo al animal con una leve sonrisa. Cerró el arcón y miró a Satán—. ¿Tienes sed? —el felino se levantó de un salto—. Sígueme. 

El hombre se incorporó con una mueca de dolor y cojeó hasta la garrafa y el fregadero. Llenó un cuenco con agua y lo dejó en el suelo para que el animal pudiera beber. 

Satán estaba bebiendo con energía cuando el chico escuchó que alguien trepaba por el árbol. Dejó la garrafa con cuidado en el centro de la mesa y se escondió detrás de la puerta abierta, ordenando al jaguar que se quedara dónde estaba. 

Héctor escuchó el repicar de una polea y continuó esperando. Unos pasos se acercaban a la entrada y cruzaba el umbral quedando parada al ver la cama vacía. 

—¿Pero qué…? —empezó a preguntar la chica pelirroja con el desconcierto reflejado en su rostro. 

Sin previo aviso, el hombre salió de su escondite y le apresó el cuello entre sus brazos. 

—¿Quién eres? —le inquirió el joven en un susurro ronco, cerca del oído femenino. 

Un escalofrío recorrió el cuerpo de ella al sentir el aliento del intruso. 

—Me… Me llamo Megan Sands —la voz de la chica reflejaba su miedo. 

—¿Por qué estoy aquí? 

—No… No lo sé. Yo vivo aquí. ¿Dónde está la pantera herida? 

—¿La curaste tú? 

—Soy… Soy veterinaria. 

—¿Sabes que es un animal salvaje? Podría matarte en segundos. 

—Lo sé, pero intento no mostrar miedo ante los animales salvajes. Hasta ahora me ha resultado bien y no me han atacado. 



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En el texto hay: profecia, amor, dolor

Editado: 11.03.2024

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