Toda la familia estaba reunida en el jardín trasero de la casa de Berenice en isla Kaia. Anabel ya se había recuperado del todo y Andrew había cogido unos días libres para pensar en lo que iba a hacer con su trabajo. No lo iba a dejar, pero no iba a continuar en el departamento de operaciones especiales. No quería estar lejos de Ana ni un segundo.
Miriam y Jonathan empezaban a prepararlo todo para la boda, aunque aún no sabía la fecha de la celebración.
Todos estaban cenando, hablando y riendo y, aunque Aaron intentaba participar en todo, la preocupación por su segundo hijo no lo abandonaba.
Maryah se inclinó hacia su marido inquieta por lo que pudiera estar preocupándole.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó ella.
—No estoy tranquilo —se acercó un poco más a ella y le susurró—: Héctor está herido.
—¡¿Qué?! ¿Por qué no me lo has dicho antes? —gritó su esposa captando la atención de todos los presentes.
—¿Qué pasa, mamá? —le inquirió Gabriel enfrente de ella.
—Héctor está herido —le contestó su hermano Oliver leyendo la mente de su progenitora.
—¿Y por qué no hemos ido ya a por él? —quiso saber Ángel.
—Porque él me ha dicho que no vaya. Está bien —respondió Aaron masajeando sus sienes blancas con los dedos.
—¿Qué es lo que no nos estás diciendo, papá? —preguntó Gabriel al inclinarse hacia él.
—Está con alguien. Le ha curado.
—¿Quién es ese alguien?
—No puedo contarlo. Me ha pedido que no lo diga aún.
—¿Por qué?
—Porque quiere decirlo él, en persona.
—Vuelvo a preguntar, ¿a qué estamos esperando para ir a por él? —dijo Ángel al prepararse para levantarse.
—Me ha dicho tu hermano que espere su llamada.
—Pero estás preocupado, muy preocupado. No sabes cuándo te va a llamar ni cómo estará cuando lo haga.
—¿Dónde está, tío? —le interrogó Anabel.
—Regresó a la selva de isla Mercurio. Le pidió a su jefe otra misión y tuvo que ir otra vez allí.
—Vamos a por él —sentenció Maryah al levantarse de la silla de un salto.
—Cariño, me ha dicho que espere su llamada —apuntó su marido.
—Me da igual lo que te haya dicho. Vamos a ir a por él ahora mismo. Si tú no me llevas me iré en avión.
—Hermano, estoy de acuerdo con mi cuñada. Hay que ir a buscarlo —añadió Samara al ponerse de pie.
Uno a uno se alzaron de sus asientos dispuestos a ir hasta la selva y traer de regreso a Héctor.
Aaron pasó su mirada celeste por todos ellos, les dedicó una sonrisa y se irguió extendiendo las manos hacia su hijo Gabriel y Maryah.
Se cogieron de las manos y dejaron que el hombre los llevara hasta su destino, sin necesidad de hacer escalas.
La oscuridad y las plantas de la selva les dieron la bienvenida en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Sabes por dónde está? —le preguntó su mujer.
—No, no me lo ha dicho.
—No importa —Anabel elevó la cabeza y olisqueó el aire húmedo—. Por allí —señaló hacia el interior de la jungla.
La chica se encaminó delante de todos y los guio por la espesura. Subieron un talud resbaladizo por la lluvia y continuaron hacia la dirección de la cabaña de Andrew.
—No creo que se haya escondido en mi cabaña. Quedó casi destruida por los hombres de Bernard —puntualizó Andrew siguiendo a su prometida.
—Un momento. Es posible que… —pensó Eric en voz alta y mirando a su alrededor para orientarse—. Antes de que nos atacaran, Héctor y yo salimos a dar una vuelta y él encontró una cabaña abandonada escondida entre los árboles. Quizás esté allí. Un buen escondite, la verdad.
El joven se puso delante para guiar la comitiva y se dirigió hacia el este para encontrar la diminuta cabaña que encontraron en su paseo. Se hizo camino por la densa vegetación hasta llegar a los árboles que buscaba. Miró hacia arriba con una sonrisa y esperando ver luz dentro de la casa, sin embargo, estaba todo a oscuras, como si allí no hubiera nada. Eric frunció el ceño extrañado y observó a su alrededor. Estaba absolutamente seguro de que estaba en el sitio correcto. Algo se le escapaba.
—Hijo, ¿es aquí? —le preguntó su madre con la respiración entrecortada por la caminata.
—Sí, pero no la veo. Esperad aquí —les dijo quedando desnudo a la velocidad de un rayo para convertirse después en el leopardo negro.
El felino subió hasta la copa de los árboles y llegó hasta el porche de madera de la diminuta casa.
Papá, es aquí. Hay una escala en el lado oeste del árbol que está a tu derecha —le informó desde las alturas.
Mientras los demás subían, el leopardo se acercó a la puerta y pegó la oreja para oír algo, pero no escuchó nada. Lo que sí olió fue a su hermano, a Satán y a… Había otro olor que no conocía. No olía mal, así que, no podía ser un enemigo. Aun así, era mejor prevenir que curar.
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Editado: 11.03.2024