Elementales 2: Tierra

Capítulo 8

Los rayos del sol iluminaron la habitación de Héctor despertando a Megan. La chica se había quedado dormida abrazada o, más bien, acurrucada al chico, y, sorprendentemente, había dormido toda la noche del tirón. 

Hacía dos meses que no había dejado de despertarse por las noches, una o dos veces. En muchas de esas ocasiones se había desvelado y se había puesto a estudiar, cocinar o pintar para matar el tiempo hasta que amanecía y se preparaba para ir a trabajar. Habían sido unas noches muy largas y muy solas. 

La chica acarició el pecho del hombre con la punta de los dedos, alzó la cabeza y observó su rostro sereno mientras dormía. Durante los días que habían pasado en la cabaña, él tampoco había dormido mucho. Se le notaba la tensión en todo el cuerpo. Ahora, sin embargo, estaba totalmente relajado. 

La muchacha suponía que era por estar lejos de aquellos que querían cazarlo como si fuera un animal, aunque en parte lo era. En ese momento estaban arropados por su familia, toda su familia, así que, la tensión de ser descubiertos y asesinados no estaba presente, pero su miedo a volver a ser rechazada sí. Un poco menos, pero estaba ahí. 

La joven se movió para levantarse con cuidado de no darle a Héctor en la herida que le habían curado, o despertarlo. No obstante, no contaba con que el hombre estaba en alerta en todo momento, incluso cuando parecía relajado. 

La mano del chico se alargó para agarrar el brazo de ella y atraerla de nuevo a su lado. 

—¿No estabas dormido? —le preguntó ella con una sonrisa en los labios. 

—Sí, pero he sentido cuando te has alejado. 

—Más silenciosa no he podido ser. 

—No puedes escapar de mí. 

—Estoy empezando a creerlo. 

—¿A dónde ibas? —quiso saber él atrapándola entre sus brazos. 

—Al baño. Tengo necesidades básicas como todo el mundo. 

—De acuerdo. Te dejaré ir si me das un beso —Megan alzó la cabeza de la almohada y le dejó un beso en la mejilla—. ¿Qué ha sido eso? 

—Un beso. No has dicho dónde tenía que darte el beso ni cómo debía de ser. 

—Eso no vale. Quiero un beso en la boca, en los labios, y con ganas. No solo un piquito. Tiene que durar, por lo menos, un minuto. 

—¿Tanto? —Los ojos del chico se entrecerraron y su ceño se frunció casi enfadado—. Es broma, es broma —añadió ella cuando los brazos de él la apretaron con más fuerza. 

—Por graciosa ahora el mínimo debe ser tres minutos. 

—Me hago pis. No voy a poder aguantar mucho más. 

—Cuanto más tardes en besarme, más tardarás en ir al baño. Menos hablar y más besar. 

La muchacha sacó los brazos de debajo del chico como pudo, le rodeó el cuello, lo atrajo hacia ella y pegó sus labios a los de él. 

La sensación de angustia desaparecía con la sensación de la llegada al hogar. La desconfianza se desvaneció con la intensidad, la confianza y la seguridad de aquellos labios que devoraban su boca. Se dejó llevar por primera vez en muchos años y un calor abrasador recorrió su cuerpo de arriba abajo. 

El ritmo de sus respiraciones aumentó junto con los latidos de sus corazones. 

Las manos de Héctor acariciaron el costado de la joven hasta el muslo. Esperaba que la chica huyera en cualquier momento, sin embargo, no ocurrió. Eso fue maravilloso, absolutamente maravilloso. Estaba a punto de llegar a rozar el pecho de ella cuando alguien llamó a la puerta de la habitación. Un gruñido salió de la garganta de ambos. 

—¿Quién es? —inquirió Héctor con los dientes apretados. 

—No quiero molestaros, pero tengo algo que contaros —contestó Aaron desde el otro lado de la puerta de madera. 

—Entra. 

—Perdonadme si he interrumpido algo importante. He pensado que Megan querría aprender con las chicas a utilizar sus poderes para pelear cuerpo a cuerpo. 

—Me encantaría. Será de gran utilidad —respondió la aludida con entusiasmo. 

—Creo que no es necesario que sepa eso —añadió el joven al sentarse en el borde de la cama. 

—Hijo, eso la ayudará a defenderse si se encuentra en una mala situación y está sola. 

—Nunca estará sola. 

—Bueno, pues por si a ti te pasa algo, ella podrá salvarte. 

—No me pasará nada. 

—Está bien, para —lo detuvo Megan—. Tu padre tiene razón. Ya sé que tú eres el machito en esta relación, pero yo también tengo que tener alguna oportunidad de protegerte a ti o a mí, o a cualquier otro miembro de la familia. Solo será por precaución. Solo por si acaso —se sentó en el borde de la cama junto a él—. Por favor. 

—Vale, pero yo quiero estar presente en esas clases. 

—Trato hecho si me prometes que te quedarás quieto —le advirtió ella con un dedo delante de su cara. 

—Hecho. 

—Estupendo. Vamos al jardín trasero. Nos están esperando —les informó Aaron con alegría. 



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En el texto hay: profecia, amor, dolor

Editado: 11.03.2024

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