Elementales 2: Tierra

Capítulo 10

El sonido de las armas al amartillarse llegó a los oídos de los hombres y la mujer. Héctor y Aaron reaccionaron de inmediato y se abalanzaron sobre la chica, cayendo sobre la hojarasca del suelo y la muchacha. 

—¿Qué ocurre? —preguntó Megan aplastada bajo los cuerpos masculinos. 

—Nos disparan. Vamos a cambiar de forma. Un animal pequeño. ¡Ahora! —gritó Aaron sobre el sonido de los proyectiles. 

Los tres humanos se transformaron en tres pequeños roedores que se escondieron entre las hierbas y las hojas caídas en el suelo. Los animales esperaron ocultos hasta que los proyectiles acabaron de volar por encima de sus cabezas. 

Los tiradores se acercaron para ver los cuerpos agujereados, pero se quedaron desconcertados cuando no vieron a nadie. 

—¿Dónde están? —quiso saber uno de ellos. 

El roedor dorado rodeó a uno de los hombres mientras ratón negro se ponía entre los otros dos. Ambos animales cambiaron a su forma humana sorprendiendo a los atacantes. 

Aaron se deshizo de los dos hombres que estaban a su lado haciendo que una burbuja de agua rodeara sus cabezas para ahogarlos. 

Por su parte, Héctor hizo que la tierra de sus pies trepara por sus cuerpos para estrangularlos. Mientras uno de ellos caía al suelo, Aaron vio un tatuaje que sobresalía de la manga de la camiseta negra. Se acercó al desconocido y le levantó la manga para ver el dibujo con claridad. De nuevo, el símbolo druida que vio en el cobertizo estaba delante de sus ojos. 

—Joder —blasfemó con el rostro blanco por la preocupación. 

—¿Qué pasa, papá? 

—Los ha mandado Bernard. 

—¿Cómo lo sabes? 

—Por este tatuaje. Es el símbolo druida de Bernard. 

—¿Bernard es un druida? 

—Pertenece a uno de los clanes que siempre ha querido dominar el mundo. 

—Debemos irnos de aquí ya. 

En cuanto la última palabra salió de su boca, sintió que algo le picaba en el cuello. Se llevó la mano al lugar y tocó una pequeña aguja. No había pasado ni tres segundos cuando Aaron imitó a su hijo. 

—¿Qué es esto? —quiso saber el hombre sintiendo que se mareaba. 

—Papá, esto no es… bueno —Héctor clavó una rodilla desnuda en el suelo y su respiración se agitó. 

—Eso no lo habéis visto venir, ¿verdad? —les dijo un hombre saliendo de entre unos arbustos cerca de ellos—. Mi jefe está deseando veros. 

—Nos ha sedado —dijo Aaron saboreando el líquido en su boca. 

—Por supuesto, no voy a enfrentarme a vosotros sin ninguna ventaja —el esbirro miró a su alrededor—. ¿Dónde está la chica? 

—Se ha ido —respondió Héctor intentando mantener los ojos abiertos. 

—No mientas. Está escondida. ¡Muchacha, será mejor que salgas de tu escondite si no quieres que mate a tu churri! —le gritó para que pudiera oírlo. 

Megan continuaba siendo un ratón con el pelaje cobrizo y continuaba escondida en un arbusto. No podía dejar que los matara delante de ella y, aún menos, si ella estaba oculta como una rata, nunca mejor dicho. El roedor respiró hondo, salió de detrás de la planta y volvió a su forma humana. 

—Aquí está —informó el hombre con una sonrisa y su mirada negra recorrió el cuerpo desnudo de ella—. Qué buen gusto tienes, colega. 

Héctor intentó ponerse en pie, pero cayó al suelo de rodillas. Probó a gatear, mas no pudo. Los brazos no le respondían. 

—Deberías irte antes de que acabes mal —le advirtió Megan enderezando la espalda y mirándolo fijamente. 

—Me parece que no estás en condiciones idóneas para decir eso. Tus guardianes están fuera de juego y tú indefensa. 

—¿Quién dice que lo estoy? 

—Yo. Solo eres una insignificante mujer. No puedes conmigo. 

—Vaya, eso ha sido un comentario muy machista por tu parte. No deberías subestimar a nadie y, mucho menos, a las mujeres. Y, menos aún, si esa mujer es el alma gemela de un elemental —los dedos de la chica se movieron como si estuviera a punto de sacar las pistolas de unas cartucheras invisibles. 

—Las mujeres, sea quien sea, no son un obstáculo para mí, así que, las almas gemelas de los elementales me dan igual. 

—Pues no debería porque podrías lamentarlo. 

El hombre se carcajeó y dio un paso hacia ella. De repente, en cuanto el pie del desconocido se apoyó en el suelo, la raíz de un árbol cercano lo agarró. 

—¿Qué es esto? —quiso saber el hombre. 

—Lo último que verás en tu vida —contestó Megan levantando las manos hasta que quedaron delante de su pecho y movió los dedos como si estuviera tocando un piano o controlando unos títeres. 

Más raíces salieron de la tierra a toda velocidad, agarrando al desconocido por las piernas, los brazos, la cintura y el cuello. 

El miedo comenzó a reflejarse en los ojos negros del hombre. 



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En el texto hay: profecia, amor, dolor

Editado: 11.03.2024

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