Camino llevando mis manos a la boca tratando de tomar algo de calor. Meto mis manos en los bolsillos, como odio el maldito frío. El clima amenaza con una tormenta, se escucha el rugir del cielo. Los demás transeúntes caminaban con una gran sonrisa plasmada en la cara ¿que acaso no sienten como su nariz se congela? Quizás los demás tenían algo que yo ya no.
Todo el mundo parecía tan… tan perfecto. Las parejas que caminaban tomados de la mano, los niños que a pesar de las advertencias de sus padres se echaban a correr como si la vida les fuera en ello, hasta las personas que pedían dinero se veían mucho mejor. Me detuve un momento y saqué un billete de mi chaqueta para tenderlo a un viejo que pareciera no haber tomado una guitarra nunca en su vida.
— Gracias, señorita. — respondió y yo solo asentí con la cabeza siguiendo mi rumbo.
Los odiaba o quizá fuera algo más, algo en el fondo más que odio… era rencor.
Quería que todo desapareciera, quería que fuera lo más rápido posible, que en un instante la guerra se apoderó que solo en un parpadeo un fusil acabara con todo, así de simple, en un simple parpadeo. Pero era raro, por una parte lo deseaba con todo de mi pero por otra, por otra quería quedarme así, tan solo fuera una segundo bajo sus… bajó sus nada. Me repito.
Me siento en una banca aleatoria del parque donde prendí el cigarrillo y donde antes de poder dar una calada, se apaga. Se apaga en mis labios por una gota de lluvia, de repente todo se vuelve sombrío con las constantes gotas gigantes que caen del cielo. El cielo truena, parece acercarse el final de los tiempos y yo estoy preparada para recibirlo si eso es lo que quiere.
El frío me consume con rapidez, el agua me empapa por completo y me siento pesada cada vez más. Mi cerebro es incapaz de bloquear todo y mejor prefiere torturarme recordando lo sucedido hace algunos días.
El timbre sonó, ya había anochecido y mamá me había dicho que llegaría hasta tarde. Toda la casa se encontraba en total oscuridad y como pude me levanté del sofá y fui a la puerta donde al mirar por la mirilla. Nadie. Abrí la puerta y nadie estaba. ¿cómo era eso posible? solo fue un segundo lo que me tarde…
Todo parece una noche de estrellas fugaces donde también puedo sentir mi cuerpo moverse al son de la música proveniente de el descapotado de Lía, en una noche de tormenta al igual que esta, donde los vecinos de Heather gritaban que nos callaramos y no fueramos y… ¿que podían esperar? Somos un grupo de adolescentes, locos y rebeldes.
Rio por lo bajo recordando como Sophie le saco el dedo a una señora que se asomo por su ventana furica por todo el ruido que hacíamos y que al ver la sirena de la policía huimos todos. Todos… Lía, Harry, Sophie, Heather y…yo.
“Somos” En plural, en nosotros, en presente. Yo también formaba parte de ello, yo… también.
Algo parecido a una risa se me salió y luego no fue nada más eso, mi boca abierta en una gran sonrisa y luego en una carcajada donde se alejó el gran frío. No dude en pararme de esa triste y solitaria banca para gritar con todas mis fuerzas y mirar al cielo para que en mi rostro se palpara ese momento por la lluvia.
Mientras todos se alejaban despavoridos buscando calor y refugio yo me quedé ahí dando vueltas como tonta, nadie me prestaba atención. En este momento puedo darme cuenta que soy yo, soy solo yo. Soy yo, soy Ellie bailando bajo la lluvia como esa otra vez, soy yo en una pijamada con mis amigas, soy yo tomando cerveza junto con mis amigos a escondidas de nuestros padres, soy yo yendo de compras, soy yo cenando con mi madre, soy yo el dia que cruzé mirada con Oliver, eso soy.
Me diferencio de todos, voy caminando por las calles de Londres con la ropa más empapada que la calle, con un cigarrillo en mis labios y creí que no volvería a decir esto pero… disfrutando de la noche con mi compañía que es más que suficiente. Hago movimientos rítmicos mientras camino escuchando las diferentes canciones de las tiendas, me siento en otro mundo uno menos jodido como el que tenía ayer.
Pasan tiempo antes de que me quede quieta en medio de la banqueta y sonrió al ver el lugar. Saludo al guardia y él me sonríe de vuelta dándome paso libre entre la gran fila para entrar de nuevo y subir las maltratadas escaleras. Al instante veo a Keila que ahora lleva su cabeza rapada y con manchas rosas. Se viene contra mi y me abraza.
— ¡Dios!, ha pasado tanto. — No me suelta ni yo lo hago — ¡Creímos que nunca te volveríamos a ver, mujer!
— ¿Creímos? — pregunto sorprendida por el gesto.
— ¡Por supuesto! Enzo y yo, estaba muy angustiada.
Nos separamos pero ambas mantenemos la sonrisa.
— Pero si solo nos habíamos visto dos o tres veces, Keila.
— Solo me bastó una vez Ellie. — me toma de las manos y al instante me regaña, parece que al fin nota que vengo entrando de un diluvio. — ¡Por dios, estás congelada! No puedes quedarte en ese estado, te puedes enfermar, vamos arriba.
¿Arriba? No pregunto nada mas y me lleva por la multitud de personas que cantan y bailan como si fuera la última vez. Entramos a un pequeño cuarto de almacén detrás del “escenario” donde hay unas escaleras de caracol. Oh, dios. Esto es una de las cosas más bellas que he visto. El piso está lleno de ventanas donde se puede ver la ciudad en todo su esplendor, Keila prende las luces y deja ver a un muy bonito y arreglado departamento.
— Bienvenida a la fortaleza — me dice mientras va a un armario del fondo a sacar ropa.
#3239 en Joven Adulto
#2261 en Novela contemporánea
drama, romancejuvenil, primer amor adolescente odio superacion
Editado: 23.08.2024