Elvis y Luna

Luna y Estrella Roja

Conocí a Elvis allá por el 2003. No era la gran cosa... Un muchacho que apenas pesaba poco más de sesenta kilos para su metro setenta y cinco, casi metro ochenta.

Recuerdo que destacaba de la multitud por tres rasgos que hacían a Elvis... Elvis: Su gran nariz, prominente y ancha, sus orejas grandes haciendo que parezca que estaba entre paréntesis y su mirada dura y fría, la cual lo hacía lucir enojado todo el tiempo por más que esté riendo a las carcajadas. Siempre le dije que tenía una mirada muy fea, a lo que él me respondía "¡que te den por culo!". Sí, Elvis era español.

-¡Catalán, coño!-me dijo cuando le pregunté de qué parte de España venía-Maleït imperialisme espanyol!

Tuve que aprender un poco de catalán porque era imposible mantener una conversación con él cuando estaba de mal humor, algo que sucedía la gran mayoría de las veces.

Elvis renegaba de todo: Del calor, del frío, del Sol, la lluvia, el día, la noche... Pero su tema de conversación favorito para hacer el round de renegadas era la política. Mi mejor amigo era comunista, fiel seguidor del comandante Stalin y de la dictadura de los Castro en Cuba; su fanatismo y devoción hacia la estrella roja eran tales que bautizó a su perro con el humilde nombre de Tovarich Iosif Stalin. Era como que a mi perro le ponga Hitler. Su papá, Ignaci, fue el que llevó a su hijo mayor por el camino del comunismo, y los abandonó cuando él tenía catorce años, dejándolos a la buena de Dios y sin ningún tipo de sustento económico, en medio de una gran crisis financiera y con muchas deudas que pagar. Esto fue suficiente para que la madre de Elvis venda absolutamente todo en Barcelona y se venga con sus dos hijos varones y Maximus, el perro cruza de corgi con vaya uno a saber cuál otro can, hacia la Argentina.

Aquí la madre de Elvis consiguió un empleo como mucama de un hotel y pudo inscribir a sus hijos en el mismo colegio al cuál asistía.

Nos conocimos en una fiesta en casa de Ruth, mi íntima amiga, quién todos los años hacía una pequeña reunión en su casa de veraneo e invitaba a los dos cursos completos de nuestra promoción más los integrantes de los cursos mayores.

Ser la mejor amiga de una de las chicas más populares del colegio tenía sus ventajas. Una de ellas era que conocía chicos nuevos todos los años, aunque estaba lejos de ser como ella: Exitosa con el sexo opuesto.

Ruth tenía (y tiene, hasta el día de hoy) una capacidad única para hacer que los hombres caigan rendidos a sus pies. Tenía mucho que envidiarle: Su cabello rubio manteca, abundante y vaporoso, que enmarcaba su rostro ovalado con graciosos y muy seductores rizos alborotados. Cuando Ruth quería coquetear con un muchacho simplemente tenía que peinar su cabello hacia el costado y ¡voilá!, otro más para su lista. Si eso no funcionaba, mi amiga tenía otras armas de seducción, como sus hermosos ojos verdes claros, esos faroles nunca fallaban; pero si no caían en la trampa de mi amiga ella sólo tenía que desplegar su sex-appeal y la actitud que ella le ponía a la vida para que el teléfono de su casa estalle en invitaciones de muchachos.

Pese a que su familia era dueña de una de las distribuidoras de golosinas al por mayor más grande la provincia, ellos nunca hicieron alardes de su fortuna, por eso todo el mundo la odiaba y la amaba al mismo tiempo: Era rica, sexy y natural. Pero su único talón de Aquiles era su cerebro: Karina Jelinek1 tenía más neuronas en sinapsis que mi amiga. Ruth hacía agua cuando hablar de cosas serias se trataba, frente a un mapamundi confundía Asia con África, para ella el Dalai Lama le copió el nombre a Dalma Maradona porque "sonaban muy parecido" y en su humilde opinión, la hambruna mundial se solucionaría con una "puesta a dieta mundial y que la comida sea mandada a los países pobres".

-¡Y de paso bajamos de peso, boluda!-había dicho mientras se clavaba sin ningún remordimiento una cuarto de libra con queso.

Amaba a mi amiga, pero era bien pelotuda. Ella y Karina no eran de la generación los libros2.

Yo no tenía todas las cualidad físicas de Ruth pero al menos sabía en qué parte del continente vivía. Pero, ¿cuándo a los hombres les interesó una mina3 inteligente? Nunca, jamás, en la vida.

A su lado yo pasaba a ser parte del decorado, no era fea; de hecho, la naturaleza me había bendecido con unos bellos ojos celestes verdosos, un cabello castaño cobrizo bastante rebelde pero sano y brilloso, un rostro ovalado con lindos pómulos y buenas curvas, una nariz pequeña y respingada, y labios carnosos en forma de arco. En lo único que Dios había sido tacaño era mi altura (no superaba el metro sesenta), pero cuando estaba junto a amiga todas las atenciones iban a parar a ella puesto que mi carácter introvertido y tímido contrastaban abismalmente con la forma de ser de mi amiga; creo que por eso me enamoré de Elvis: Porque fue el único que no cayó en sus redes de seducción.

-Hoy te conseguimos novio-canturreó Ruth al entrar a su dormitorio para maquillarnos juntas. La casa de campo de los Cornejo quedaba en las afueras de Salta, en la localidad de San Lorenzo, una villa de veraneo muy bonita, llena de verde y tranquilidad. La casa contaba con quincho4, asador, piscina, jacuzzi, mesa de ping-pong y una cancha de fútbol. Los hermanos de Ruth, Alejandro y Facundo, ya estaban preparando el fuego para hacer hamburguesas a la parrilla, los papás de Ruth se habían ido de segunda luna de miel a Estados Unidos y no volverían hasta dentro de un mes.




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