Estaba temblando de los pies a la cabeza, no podía creer que iba a tener mi primera cita con un chico y quería causarle una buena impresión. Si bien ya nos habíamos visto con otra ropa distinta al uniforme del colegio, esta iba a ser la primera que me vista para salir sin intervención de Ruth, quería verme original, fiel a mis principios y gustos, pero sin parecer vulgar ni aburrida. Además estaba el hecho que Elvis era un muchacho muy fuera de lo común y elegir la ropa inadecuada haría que piense que era como todas las demás chicas ¡Luna, no podés echarlo a perder!
Elegí mi ropa con muchísimo cuidado, no tenía mucho tiempo pero me adecué a lo que me imaginé que iba a ir con su personalidad y con la mía: Unos jean un tanto holgados que me los sujeté debajo de la línea del ombligo con un cinto negro de remaches, una musculosa blanca, zapatillas del mismo color y mi gorra cerrada de los Ángeles Dodgers que Ruth me había traído de regalo de Estados Unidos. Me lavé los dientes y me puse un poco de maquillaje. Cuando escuché el timbre de casa mi corazón empezó a latir con locura, me puse desodorante y perfume (nada más poco sensual que un sobaco pestilente) y bajé las escaleras corriendo mientras Lola ladraba contra la puerta.
Rápidamente tomé a mi perra del collar rosado y la saqué al patio, respiré hondo y fui a abrirle la puerta tratando de disimular lo obvio.
Elvis estaba dándole la espalda a la puerta y cuando escuchó que ésta se abría se dio vuelta para mirarme. Llevaba puesto un jean con las botamangas recogidas hasta más o menos mitad de la tibia y tiradores colgando, una remera negra lisa y tenía borceguís militares.
-Hey, hola-lo saludé. Nuevamente me miró de arriba abajo con ojo crítico ¿Y ahora qué?
-Eres un cartel de promoción para Limp Bizkit, ¿lo sabes?-masculló, estaba a punto de cerrarle la puerta en la cara pero…-Prefiero verte así a la muñequita Barbie que estabas echa el sábado en la fiesta. Al menos así eres realmente tú.
No sabía si decirle “gracias” o quedarme callada, así que simplemente le sonreí.
-¿Vivís por acá cerca?-le pregunté mientras tomaba mis llaves y salía de la casa.
-Algo así-masculló. Al parecer no quería revelar mucha información de sí mismo, sí que era una tumba de secretos.
-Encontraste rápido la ubicación.
-Vine en taxi.
Empezamos a caminar por el barrio mientras él iba con las manos metidas en los bolsillos, en cambio yo las tenía bien a la vista, esperando, tontamente, que sus dedos toquen los míos.
Tres Cerritos, el barrio dónde vivía, era una zona residencial muy bonita, llena de verde y con una tranquilidad increíble, los niños del barrio todavía podían salir a jugar a la calle sin peligro a que alguien los atropelle o secuestre, los abuelos sacaban sus sillas a la vereda a tomar fresco o ver como jugaban sus nietos y los fines de semana el barrio se llenaba del perfume del pasto recién cortado y del asado familiar, los adultos lavaban sus autos o motos o regaban el césped mientras sus hijos jugaban con toda la tranquilidad del mundo. En épocas de carnaval, los adolescentes y jóvenes se paseaban por todo el barrio tirando bombuchas[1] a las chicas que pasaban (Ruth y yo habíamos sido víctimas de eso todo Febrero) y los niños también armaban su propio carnaval con lanzanieve y baldazos de agua. Para las fiestas decembrinas, luego de las doce, todos los vecinos salían a la calle y se saludaban entre ellos mientras los más pequeños jugaban con sus juguetes nuevos y en Año Nuevo los fuegos artificiales más bonitos se podían encontrar en ese barrio.
Los únicos problemas de vivir allí eran el terreno y la ubicación: El barrio había sido construido ganándole terreno a los cerros, provocando así unas bajadas y subidas bastante pronunciadas, cuando llovía por varios días el agua corría y formaba un musgo bastante resbaloso con el que había que tener cuidado y las veredas estaban llenas de escalones, por eso la gente caminaba por la calle y los conductores respetaban a los peatones. Por otro lado, ubicarse en las calles era casi imposible para alguien que acababa de mudarse o que conocía el barrio por primera vez, ya que todas las calles tenían nombres de plantas, árboles o flores y no estaban señalizadas, todas las calles eran doble mano y había que tener especial cuidado con las que subían hacia los cerros porque los autos y colectivos aceleraban a fondo. Ni yo que hacía ya cinco años vivía allí sabía los nombres de las calles y me ubicaba por los locales que había.
-¿Qué tal va la adaptación a la Argentina?-pregunté luego de un rato de estar los dos en silencio.
-Va bien.