Cuando era una niña, siempre soñé con asistir al baile de graduación. Veía las películas de adolescentes con ojos románticos, imaginándome que una gran noche me esperaría junto al chico que me gustaba y podría pretender que tuve una infancia normal, con un padre comprensivo y una madre amorosa. Pero cuando finalmente llegó aquel día a mi vida, irónicamente se convirtió en el momento en que el infierno terminó de tragarme.
Recuerdo vívidamente como me miré en el espejo aquella mañana. Había transcurrido casi un año desde el cambio total de personalidad de Thiago y seguía estancada pensando en cómo demonios podría hacer para reconciliarnos, cuando ni siquiera nos habíamos peleado.
Pues una mañana solo desperté, fui al bachillerato y ya no éramos amigos. Había intentado encontrarme con él en aquella mesa de siempre, esa escondida detrás de un gran roble en la parte trasera de la escuela, pero Thiago nunca llegó.
Pensando que era demasiado extraño, pues jamás me dejaba plantada sin tener algún motivo. Fue entonces que me acordé de que tal vez estaba en alguna práctica del equipo de fútbol americano, al cual le costó tanto esfuerzo ingresar. Le habían rechazado por un año completo, diciendo que no cumplía con ninguno de los requerimientos que pedían, por lo que cada tarde le acompañaba a entrenar mientras leía un libro en una banca a su lado. El tiempo transcurrió hasta que finalmente comenzó a tener cambios muy notorios y uno de los jugadores más importantes empezó a fijarse en él en las clases de gimnasia.
Thiago estuvo brincando de alegría cuando finalmente fue invitado a dar otra demostración, y cuando lo aceptaron, no hubo persona más feliz en la faz de la tierra que yo por sus logros.
Me levanté de un salto, llevando en mi bolsa el emparedado que preparé para su comida, pues con su situación familiar nunca tocaba la cocina, y caminé hasta el área de deportes, donde esperaba verlo en medio de algún entrenamiento sorpresa.
Miré entonces el gran campo abrirse ante mis ojos y contemplé como Thiago se movía como un pez en el agua. El antes chico delgado y encorvado, ahora se paraba con confianza y corría con todo su empeño por el sitio. Su cabello mojado por el sudor lo apartaba con su mano como si no fuera nada y corría sin parar.
Siempre estuve enamorada de él. Porque era una persona de buen corazón, comprensivo y empático. Había perdonado a su madre a pesar de su negligencia, lidiaba con su padre por más que lo detestara y siempre intentaba procurar a sus hermanos, aunque fueran unos desagradecidos. Thiago Laupper era aquel chico que se detenía en la calle a ayudar a las señoras mayores con las bolsas del supermercado, era esa persona que acompañaba a los niños perdidos a la estación de policía, rescataba animales, hacía de todo. Su alma altruista siempre brillaba tanto o más que su inteligencia, y por más que intentara pensar en algún defecto suyo, nada venía a mi cabeza.
Me senté en una de las gradas del fondo, sin querer molestarlo y apreté la bolsa donde tenía su almuerzo con fuerza. Era bastante gratificante saber que al menos uno de los dos consiguió salir del hoyo social en el que estábamos condenados desde que tenía uso de razón. Aguardé a que todos sus compañeros del equipo de fútbol americano salieran del campo y me puse de pie, para poder platicar y saber cómo le estaba yendo.
Avancé hasta casi llegar al área de vestidores y me paralicé cuando miré una silueta femenina familiar acercarse a mi amigo. Aquella cabellera sedosa y ese cuerpo perfecto, no eran nada fáciles de olvidar. La mejor amiga de mi hermanastra se movía por los pasillos del instituto como si fuera el ser más hermoso e intocable en el mundo. Era ese tipo de chica que estaba completamente consciente de lo bonita y cotizada que era, por lo que la confianza que exudaba era inmensa.
Se paró frente a Thiago y sonrió. Esperé que él retrocediera e intentara evadirla, como siempre solíamos hacer cuando nos topábamos con su grupo de amigos, pero esa vez fue diferente, se pasó una mano por el cabello y noté el ligero sonrojo en sus mejillas.
Estaba disfrutando de su atención.
Un ligero dolor se cruzó en mi corazón al ver aquella escena y me mordí el labio con fuerza. Thiago nunca me había mirado de aquella manera y me destrozó ser consciente de ello.
Era bastante claro para mí que él nunca albergó nada más que sentimientos de amistad hacia mi persona, pero verlo tan animado porque aquella chica que participó activamente en el acoso de su amiga de toda la vida, era un trago demasiado amargo para soportar. Y aunque tuve que reclamarle, enojarme y mandar al bote de basura nuestra supuesta amistad luego de su traición, simplemente no pude hacerlo.
Ese día no salí de mi escondite y nunca le conté acerca de cómo lo observé coquetear con una de las chicas que más daño me hizo. Nunca le hablé de lo terrible que me sentía por la envidia que me carcomía todas las noches que pensaba en él y ella saliendo a citas, nunca fui sincera sobre cómo me mataba que se alejara de mi por pasar tiempo con las personas que antes nos trataban peor que insectos, y sobretodo, nunca le conté lo mucho que lo amaba y deseaba seguir estando a su lado, aunque fuera simplemente como amigos.
Por lo menos, no lo hice hasta aquel último día en la graduación, y jamás me había arrepentido tanto como en esa ocasión de armarme de valor.
—¿Dee? —preguntó al otro lado de la cortina—. ¿Ya estás lista?