Maldición, maldición, maldición.
Thiago tenía entre sus manos la caja de música de mi madre, el único recuerdo que me traje conmigo de aquella época de mi vida.
Quise echarme por la ventana y no mirar hacia atrás, las piernas me temblaban demasiado y no sabía qué demonios hacer o decir.
Él parecía demasiado estupefacto como para hablar o para decir cualquier cosa, analizando con todas sus fuerzas el objeto. Le dio la vuelta y notó nuestras iniciales grabadas con marcador dorado, la última prueba que necesitaba para confirmar que era la caja que recordaba.
—¿Cómo demonios tienes esto?
La voz se me fue antes de darme cuenta y no supe qué responder. ¿Cómo podría explicar que tenía la caja donde su mejor amiga muerta y él juraron ser amigos durante toda la vida?
Una tarde de verano en el jardín trasero de su abuela materna, Thiago y yo estábamos echados bajo un gran árbol, yo leyendo un libro de romance mientras que él se adentraba aún más en sus estudios. Ese año había sido uno de los peores para nosotros, pues su padre perdió su último empleo y tomaba durante todo el día sin parar, haciéndolo más violento e incontrolable que de costumbre. El día anterior habían discutido y producto de aquella revuelta, Thiago tenía un enorme morete en su ojo derecho, pues su padre le había propinado tremendo puñetazo del coraje.
Observé como soltó un grito de frustración y lanzó sus preciados libros de estudio al suelo con mucho odio. Me sorprendí de su actitud, ya que Thiago no solía explotar de esa manera y dejé mi lectura de lado.
—¿Crees que en serio vale la pena intentar salir de esta miseria? —preguntó con la mirada perdida.
—¿Por qué piensas que no podremos?
—Solo míranos —dijo sarcástico apuntando hacia su cara destrozada y mi ropa harapienta—. A nadie le importamos, nadie intenta ayudarnos o cualquier cosa, nunca podremos escapar de nuestras estúpidas familias.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y yo me quedé en silencio. Podía comprender demasiado lo que estaba sintiendo, así que sin ser capaz de decirle que en algún momento las cosas estarían bien, porque sería una mentira demasiado cruel, me puse de pie y lo abracé.
Thiago enterró su cara en mi hombro y dejé que llorara hasta que se tranquilizara por completo. No fue hasta que se calmó, que busqué en mi bolsa la caja de música que usualmente llevaba conmigo, por miedo a que mis hermanastras la dañaran y saqué mi rotulador favorito, para poner nuestras iniciales.
—Poco antes de que mi madre falleciera, ella me dijo que me entregaba esta caja con todos sus buenos deseos adentro. Dijo que si ponía toda mi fe en ella y le contaba mis sueños, estos se harían realidad. Nunca había sido capaz de pensar en algo que valiera la pena anhelar, pero ahora me gustaría pedir porque siempre continuemos siendo amigos. Pues estoy segura que mientras estemos juntos, hallaremos una manera de salir adelante, aunque la vida sea una basura.
Thiago la miró fijamente, cerró sus ojos y luego depositó un pequeño beso en mi mejilla, susurrando un gracias.
Después de aquella repentina muestra de afecto, mi rostro se tornó completamente rojo y no supe qué hacer, así que sentí un gran alivio cuando observé como se acostaba dándome la espalda en ese gran árbol y tomaba una siesta a mi lado.
—Contéstame —volvió a decir Thiago, sacándome de mi ensoñación—, ¿cómo demonios lo obtuviste?
La vena de su cuello estaba saltada y su frente fruncida. Todas mis terminales nerviosas gritaban peligro, que un paso en falso y estaba acabada.
¿Qué debería hacer? ¿Contarle la verdad de que era Destiny Baker, su amiga de la infancia?
No, eso jamás.
Yo había asesinado a Destiny aquel día y no pensaba traerla de vuelta por nada del mundo. Ahora no era solo yo a quien tenía que proteger, y ni por Thiago u otra persona en el mundo, aceptaría que fui otra persona diferente a Dee Grace.
—¿Es un artículo valioso? —Fingí ignorancia—. La compré hace varios años en una venta de garaje y como me parece bastante linda, la uso de decoración.
Le dediqué mi mejor cara de inocencia, pretendiendo que no tenía ni la menor idea de qué hablaba.
Thiago me escudriñó con la mirada pero no agregó nada más, perdido en sus pensamientos.
—Pensé que había desaparecido —respondió en un hilo de voz.
Caminó hasta el único sofá que había en mi sala y se sentó. Colocó sus codos en sus muslos mientras seguía mirando fijamente la caja de música.
—¿Conoces ese objeto?
Thiago asintió.
—Le pertenecía a aquella amiga, de la que te hablé el otro día.
Un tic nervioso se apoderó de mi labio inferior, pero como pude me coloqué contra la pared donde no tenía que verlo de frente, solo para que así mis expresiones no me delataran.
—Vaya, nunca creí que podría tener algo como eso.
Se pasó las manos por la cara mientras negaba lo que estaba sucediendo.
—Supongo que ninguno de los dos —soltó con ironía—, nunca pensé que algún día volvería a encontrar esta caja de música, la busqué por todos lados cuando ella se marchó.