Mientras nos dirigíamos con rumbo a su departamento, pensé si mi razón de aceptar tan rápido se debía a que siempre fui de naturaleza pasiva o que Thiago era demasiado bueno convenciendo a la gente. Miré de reojo su traje y lo exitoso que era, y opté por decir que era la segunda opción. Tampoco es que era una persona totalmente sumisa que aceptaba todo lo que le pedían, pero me costaba un poco menos ceder que a él, siempre había sido así, en la escuela, competencias todo.
“Te voy a ganar esta vez.” Sentenció un Thiago adolescente mientras ambos aprendíamos a jugar póker. Por alguna razón, tenía un talento nato para ese tipo de juegos, y él que no sabía perder, me había hecho estar sentada por más tiempo del que me hubiera gustado admitir, mientras daba todo de sí para no ser un perdedor.
Me reí de lo ridículo que podía llegar a ser, lo que atrajo la atención de él.
—¿De qué te ríes? —preguntó intrigado.
Negué con la cabeza mientras intentaba volver a mi serenidad de antes.
—Nada, nada. Solo recordé algo y me causó mucha gracia.
Thiago alzó una ceja pero no dijo nada al respecto.
Miré la calle mientras andamos y pensé en la cena de hoy, pues me moría de hambre. Después de mi pérdida de peso, me había convertido en una persona que no comía mucho, pues el miedo de volver a lo que era antes siempre me respiraba en la nuca, sin embargo, ahora que estaba embarazada y tenía otra persona que cuidar además de mí, me aseguraba de obtener mis tres comidas diarias, ya que no quería que naciera con déficits por mi descuido o algo similar.
—¿Podrías parar en alguna tienda de conveniencia?
—¿Por qué? ¿necesitas algo?
—Me gustaría comprar algunas cosas para la cena, no quiero molestarte.
—¿Piensas que en mi casa no hay nada más que cerveza o algo como eso?
Medité mi respuesta por no más de tres segundos y espeté algo apenada.
—Sí, lo creo.
Y es que nadie me podía culpar por suponer eso. Thiago era un hombre adulto soltero que trabajaba todo el día, no tenía mucho sentido que tuviera todo un refrigerador lleno de comida si ni siquiera pasaba ahí demasiado tiempo al día.
—¿No te acuerdas de la vez que nos conocimos?
Fue entonces que pensé que la única vez que pisé su departamento había sido cuando nos acostamos en aquella noche de copas, donde me invitó a desayunar lo que preparó la mujer que le ayudaba.
—Oh, es verdad —dije ahora sabiendo que contaba con una persona que le cocinaba—, pero ya es muy tarde, no creo que ella esté en tu casa ahorita, ¿o sí?
—No, no, ella no viene todos los días. Sería un desperdicio que fuera diario a una casa vacía, sin embargo, se encarga de hacer las compras todas las semanas, te aseguro que comida si tengo.
Alzó el mentón claramente orgulloso de ser un adulto responsable, lo que me pareció todavía más gracioso que el Thiago adolescente competitivo.
—Además, —agregó—no tienes que preocuparte por eso, pues seré yo quien te cocine esta noche.
—¿Tú? —pregunté en tono burlón.
—¿Dudas de mis habilidades culinarias? Esto que sí que comienza a ofenderme.
—Bueno, es solo que no pareces alguien que tiene que saber cocinar.
Thiago esbozó una especie de triste sonrisa sin quitar la vista de en frente.
—Debo admitir que pasaron muchos años antes de que aprendí a hacerlo. No fue hasta que tenía diecinueve años que aprendí.
Fruncí el ceño, pensando en que eso había sido prácticamente un año después de que Destiny se marchó.
—¿Tuviste que aprender por la universidad?
—No, me escapé de mi casa y en el restaurante donde me dieron empleo aprendí unas cuantas cosas del chef, además que es mucho más económico simplemente cocinar que estar comprando comida.
Asentí ante lo último, pues yo también tuve que contar hasta el último centavo que tenía en mi bolsillo y siempre buscaba maneras de economizar, sin contar que cuando vivía con mi padre y mi madrastra, me tenía que cocinar si es que quería comer en todo el día. Esa mujer jamás me había brindado un emparedado o algo parecido, ni siquiera cuando era una niña. Todavía la recordaba mirándome con asco y desprecio, cuando me encontraba robando las sobras en la noche, y decía: —Antes pensaba que si dejaba de alimentarte dejarías de ser tan redonda, pero ahora veo que eres un caso perdido, simplemente quieres ser una bola de grasa.
—Es por ese tipo de cosas que valoro mucho una buena comida —continuó Thiago sacándome de mi ensoñación—. Uno nunca puede saber cuándo será la última vez que tenga una.
Suspiré, lamentándome de que hubiéramos tenido que vivir unas infancias y adolescencias tan retorcidas, y recordé al popular y carismático Thiago, el cual se había graduado de la preparatoria y tenía un futuro brillante al lado de una novia guapísima y también popular.
—Supongo que tus amigos te visitaban en tu tiempo libre, ¿no? Tienes todo el aspecto de que eras el chico cool de la preparatoria.