—Ha pasado un tiempo desde que no volvía a esta ciudad por un buen motivo —suspiró mi tía mientras veía el paisaje en el taxi.
Me sentí apenada por ella, porque siempre que venía al país era para asistir a alguna tragedia, primero a mi supuesto funeral, luego al de mi padre y después a las peleas legales con la familia de este por la herencia de mi madre biológica.
—Verás que ahora estarás muy contenta de estar acá —sentencié intentando subirle los ánimos—. Realmente amarás a Clarisse, ella es una chica muy vivaz y llena de afecto, es muy parecida a ti de hecho.
Ella se río.
—Entonces creo que si será de mi agrado. Pero si te confieso algo, yo ya soy inmensamente feliz de solo saber que puedo estar contigo nuevamente mi niña.
La tía Rebecca me agarró las manos con sumo cariño y eso me calentó el corazón, pues la única figura materna que tuve durante muchos años fue solamente ella. Siempre que nos visitaba, era la época más feliz que pasaba en mi casa, porque mi padre nunca me regañaba en su presencia y mi madrastra y sus hijas tampoco se atrevían a tratarme mal o a no darme alimentos, porque sabían que ella sería capaz de todo con tal de defenderme, y no dudaría ni siquiera un segundo en echarles a la policía o las agencias de cuidado de menores para obtener mi custodia.
Ahora que lo pensaba, nunca entendí porque simplemente no me dejaban irme con mi tía a Canadá cuando tuvieron la oportunidad, pero ahora que sabía que Ivy estaba peleando a capa y espada un dinero que no le correspondía, supuse que mi madrastra siempre estuvo detrás de mi herencia.
—Yo también me siento sumamente dichosa de solo estar a tu lado, tía.
Continuamos conversando un poco más mientras llegábamos a nuestro destino, donde Clarisse y Matthew ya nos esperaban en la acera.
—Hola, hola, ¡bienvenidas! —Clarisse nos recibió con una enorme sonrisa y Matthew fue rápidamente a buscar las maletas que venían en la cajuela.
—Pero qué bonito recibimiento, hasta me siento en casa, y este muchacho tan guapo, ¿es el padre de tu hija? —dijo mi tía guiñando un ojo.
Los tres nos congelamos en nuestro sitio y yo negué rápidamente con la cabeza.
—No, no. Él es el prometido de Clarisse.
—Pues que buenos gustos tienes muchacha.
Matthew se sonrojó un poco y Clarisse asintió.
—¿Verdad que sí? —contestó entusiasmada—. Nosotros estamos muy contentos de finalmente conocer a la familia de mi amiga Dee, digo Destiny.
Ella negó con la cabeza, como si hubiera cometido un error y luego me miró, como si estuviera pidiendo ayuda.
—No te preocupes, ya le he explicado a mi tía más o menos como está la situación.
—Así es, no tienen por qué sentirse cohibidos o nerviosos, simplemente actúen como tienen haciéndolo desde hace tiempo, yo seré la que se adapte a ustedes.
A pesar de la edad de mi tía, era una mujer independiente, fuerte y muy abierta de mente. Siempre fue una persona con la que se podía dialogar y darse a entender, porque ella no intentaba meter sus ideas por la fuerza, más bien digería lo que sucedía y luego tomaba una decisión sobre qué o no hacer.
—Entonces pasemos rápido, ya tenemos todo preparado para ustedes.
Subimos hasta el departamento y nos acomodamos en la sala, mientras Clarisse iba en busca de vasos y unos pequeños postres que compró en la panadería de la esquina.
—Dee me contó que ama los buñuelos, yo también soy una fan de lo dulce.
—Muchas gracias, justo lo que necesitaba para poder hablar de cosas tan amargas.
Mi tía asintió buscando algo en su bolsa y me tendió los papeles del nuevo juicio que tendría lugar en unos días.
—Cuando leí tu mensaje —me dijo a mí, que estaba sentada frente a ella—, sentí como si fuera una señal divina, porque no podía creer que llegara ante mí justo en el momento en que volvería a pelear con la aprovechada de Ivy.
—No es una señal divina —le corregí pensando en todo lo que había sucedido—. Fue gracias a Candy, quien parecía estar al tanto de mi verdadera identidad y de la situación que se estaba llevando a cabo con la herencia.
—Aún sigo sin fiarme mucho de esa jovencita, nadie de ellas es buena.
—Puede que no sea una santa paloma, pero es verdad que me ha ayudado bastante —confesé.
—Pues es lo mínimo que puede hacer, después de lo miserable que te hicieron sentir durante tantos años —dijo Clarisse esbozando una mueca y mi tía asintió a sus palabras, casi podía palpar la ira que fluía por el torrente sanguíneo de ambas.
—¡Exacto! ¡y es por eso que nunca dejaré que nadie de ellas obtenga ni un centavo de tu dinero!
El lazo que se acababa de formar entre ellas luego de que supieran que tenían a las mismas enemigas fue inesperado. Sabía que ambas se caerían bien, pues tenían personalidades afines, pero ahora parecían una especie de cómplices.
—¿Entonces cómo haremos para que esas arpías finalmente conozcan su lugar? —preguntó Clarisse cruzándose de brazos.