Embarazada del hombre equivocado

Capítulo 6 Sueños truncados

Entro a mi apartamento como alma que lleva el diablo. Ofendida, ofuscada, pero también, sorprendida con lo que me ha pasado. Cierro con un portazo que hace temblar los vidrios y las paredes de todo el edificio. Hago resonar mis tacones sobre el piso reluciente, debido a lo enojada que sigo, y todo gracias a ese arrogante pervertido que se atrevió a hacerme una propuesta tan descabellada.

―Pero, ¡¿qué se ha creído ese idiota?! ―vocifero indignada, repasando los acontecimientos suscitados algunos minutos atrás―. ¿En qué momento se le ocurrió que siquiera consideraría semejante absurdo! ―sigo refunfuñando y soltando la lengua como cotorra―? ¿Ese sinvergüenza piensa que con su cara de modelo de revista es suficiente para que las mujeres caigan rendidas a sus pies y acepten cualquier locura que se le ocurra? ¡Es un neandertal!

Dejo los tacones a un lado de la puerta y me calzo las chanclas para ingresar a mi refugio. Atravieso la sala con pasos acelerados y me dirijo a la cocina para buscar a mi fiel compañero de desdichas y desilusiones, el señor Ben & Jerry's.

―No debí dejar mi apartamento ―me comento a mí misma―, no estaba preparada para enfrentarme al mundo y, mucho menos, a otro rufián de poca monta como ese ladino asqueroso que pensó que me convertiría en su prostituta de turno.

Gruño con enojo y despotrico hasta que no me queda un taco más en mi reserva de insultos. Saco una cuchara de la gaveta y, con tarro en manos, me siento en una de las sillas del desayunador. Desprendo la tapa y hundo la cuchara hasta obtener una cantidad suficiente como para congelar mis pensamientos y evitar que siga recordando a ese bruto, pero, sobre todo, ese beso que me dio. La meto en mi boca y sigo disfrutando del delicioso postre mientras repaso la cadena de sucesos que propicié cuando vi a al infiel de mi exprometido, estacionándose frente al restorán. Estaba tan enojada que ni siquiera me di cuenta de que el auto que hice pedazos era idéntico al de ese miserable. ¿Tengo culpa de que ambos decidieran usar el mismo modelo de coche?

―¡Por supuesto que no la tengo! ―niego con la cabeza en apoyo a mí misma―, fui una víctima más de las casualidades.

Mientras sigo deleitándome con mi postre, la imagen de aquel hombre vuelve a colarse en mis pensamientos. Esos ojos se me quedaron clavados entre ceja y ceja, sobre todo, el olor de aquel perfume que invadió mis fosas nasales y me hizo entrar en un trance temporal. No puedo negar que el tipo es una absoluta bellezura por donde quiera que se le mire; es atractivo, sexy, apuesto y muy masculino, pero…

―¡Un pervertido a toda potencia!

Pronuncio aquello en voz alta, porque puede ser un monumento de hombre, no obstante, eso no le quita lo cínico y arrogante. Juro que, si me hubiera dado la oportunidad, le habría estampado los cinco dedos de la muerte en la mejilla. Me leyó casi al instante y eso evitó que tatuara cada uno de ellos en su cara. Chasqueo mi lengua y me lamento por perder aquella bonita oportunidad de ponerlo en su lugar por baboso.

Pero, ¿qué estoy haciendo? Me obligo a hacer desaparecer aquellos pensamientos, sobre todo, al tener en cuenta la clase de pervertido que se esconde detrás de aquella preciosa sonrisa de pasta dental. Me llevo la cuchara a la boca y tengo que presionar con los dedos, los arcos de mis ojos para reducir el dolor producido por el frío que tiene a punto de congelarme las neuronas. De un momento a otro, un nuevo pensamiento se cruza por mi cabeza y me hace explayar los ojos con preocupación.

―Pudo haberme contagiado un herpes o, peor aún, una enfermedad de transmisión sexual.

¡Madre mía! Tomo la cuchara y el envase de helado y lo lanzo al cesto de la basura. Las náuseas me llegan a la garganta y provocan una sensación amarga dentro de mi boca. Cruzo la habitación a toda velocidad y me dirijo al baño de invitados. Llego justo a tiempo para devolver todo lo que tengo dentro de mi estómago en la taza del baño.

―¡Juro por Dios que lo demando y le arranco hasta el último centavo de sus cuentas bancarias!

Sigo vomitando hasta que escupo la bilis y pierdo todas mis fuerzas. Me dejo caer de culo sobre el piso y espero a recuperar el ritmo de mi respiración. Estoy muy agitada, pero, por encima de todo, preocupada de lo que pueda pasarme.

Pocos minutos después, me levanto del suelo y me acerco al lavamanos. Abro el gabinete y saco del interior todo lo que sirva para desinfectar mi boca.

―Algo de esto debe servir para evitar cualquier contagio.

Saco mi cepillo y el tubo de crema dental, un frasco de enjuague bucal y cualquier otra cosa que sea de utilidad para conseguir mi objetivo. Me cepillo hasta casi arrancar el esmalte de mis dientes y me enjuago la boca hasta que no queda ni una gota de líquido en la botella. Finalmente, mezclo un chorro de agua oxigenada con suficiente agua y me enjuago la boca con ella hasta asegurarme que no queden resquicios de ese beso en mis labios. Satisfecha, me seco la boca y abandono el cuarto de baño.

Desde lejos puedo escuchar el timbre del teléfono local. Me acerco a la mesa telefonera y lo levanto.

―¡Aló!

Camino hacia uno de los sillones y me dejo caer como peso muerto. Me siento agotada.

―Por fin te dignas a responder mi llamada.

Ruedo los ojos. Germán.



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En el texto hay: romance, amor, embarazo

Editado: 26.08.2023

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