Esta mujer me tiene fascinado. No hay nada de ella que no despierte mi interés. Sobre todo, esa furia salvaje que la domina y la hace actuar con vehemencia. La observo por última vez, antes de que baje del auto. Me gustaría pedirle que se quede, rogarle para que pase la noche conmigo y me deje conocer cada rincón de su cuerpo, sin embargo, eso sería traspasar mis propios límites.
Me veo resignado a abandonar mis intenciones y observarla desde la distancia.
―Mantén la velocidad al mínimo, Ángelus.
Aquella solicitud lo toma por sorpresa, incluso, a mí mismo. Puedo sentir su mirada sobre mí, a pesar de no estar viéndolo. Mis hombres me conocen mejor que nadie, saben que no soy hombre de preocuparme por una mujer, de rogar o suplicar para que se acuesten conmigo. Así que, ver un cambio en mi actitud, los deja desconcertados.
Mantengo la mirada puesta sobre ella, hasta que la veo subir al taxi.
―¿Tienes los datos del conductor?
Le pregunto a mi chofer al verla desaparecer en el interior del auto. Fijo la mirada en el retrovisor y cruzo la mirada con la suya.
―Sí, señor, ya está siendo rastreado.
Asiento en respuesta. Saco el móvil del bolsillo de mi chaqueta y me comunico con Marcus, el ingeniero con más experiencia del departamento de informática y un genio en las telecomunicaciones.
―Señor ―me contesta al primer repique―. Tengo al auto en el radar, los datos del chofer y su dirección de residencia ―me satisface saber que cuento con el mejor equipo del mundo―. Envié un par de nuestros hombres a seguirlos para que se aseguren de que la dama llegue sana y salva a su casa. Lo mantendré informado en todo momento.
Cuelgo la llamada al sentirme conforme y satisfecho con la información recibida.
―¿Mantendremos el mismo itinerario, señor?
Lo pienso durante algunos segundos, en tanto analizo las opciones.
―Sí, llévame a casa.
Tengo suficiente por el día de hoy. Llevo la mano hacia el interior de mi chaqueta para guardar mi teléfono, pero recibo una nueva llamada antes de que llegue a hacerlo. Observo la pantalla y al confirmar el nombre que aparece en ella, decido responder.
―Rufus ―separo el teléfono de mi oreja al escuchar el bullicio―. ¿Dónde demonios estás?
Pongo el altavoz para preservar intactos mis tímpanos.
―Decidimos ir a la disco con las chicas ―anuncia, con excesivo ánimo―. Ellas querían divertirse y nosotros no somos quienes para rechazarlas.
Esta vez se suman las risas al ruido del fondo. Parece que se están divirtiendo.
―¿Crees que puedas recuperar el prototipo?
Bufa, resignado.
―No estoy muy seguro si pueda salvar algo de él ―escucho la voz de una mujer, susurrarle con coquetería―. Mañana me encargaré de eso, Kurt ―menciona, distraído―. Ahora mismo, tengo otros asuntos mucho más interesantes y que requieren toda mi atención.
Cuelga la llamada sin despedirse. Respiro profundo y observo la ciudad a través de la ventana. Los recuerdos me llevan al momento exacto en el que le robé el beso a la pelinegra. Sus labios eran suaves y apetitosos, frescos y exquisitos. Nunca antes me sentí tan interesado por besar a una mujer, sin embargo, desde que la vi, me provoca todo con esa preciosura de mujer.
¿Qué tiene ella de diferente a las demás?
La tomé por sorpresa y su reacción fue justo lo que esperaba: impulsiva, agresiva y salvaje. ¿Sus acciones impetuosas serán una actitud normal de su carácter o hay motivos que la están haciendo actuar con tanto desenfreno?
Abandono mis pensamientos, al escuchar una vez más el timbre de mi teléfono. Tal vez sea Marcus. Respondo rápidamente.
―Kurt, lamento que te hayas ido sin probar el platillo especial que te habíamos preparado para esta noche.
Sonrío agradecido.
―Gracias, Rinaldo, pero tuve un imprevisto y me vi obligado a retirarme.
Le explico mientras pienso en la razón que me hizo salir apurado de allí sin probar la cena.
―Pudo enviarlo a tu casa si así lo prefieres.
La sugerencia me viene como anillo al dedo, la verdad, es que le dije a la cocinera que se tomara la noche libre. Así que no encontraré nada preparado para la cena.
―Me parece una idea genial, viejo amigo.
Respondo agradecido.
―Kurt, no sé si tengas que ver algo con esto, pero hace media hora que, Rufus y el resto de tus amigos, se retiraron de nuestras instalaciones, pero una de las chicas que los acompañaba dejó su cartera olvidada debajo de la mesa. Supongo que ninguna de ellas la vio ―¿una cartera?―. No quise revisarla sin tu autorización, pero es la única manera de identificar a su dueña y pedirle que venga por ella.
Ruedo los ojos. Nada tengo que ver con ese tipo de asuntos, pero no puedo ser grosero ni descortés con un viejo amigo de la familia.
―Revísala y pásame el nombre de su propietaria en un mensaje de texto, Rinaldi ―le digo para salir del paso―, me comunicaré con mi personal y les pediré que vayan por ella y se la lleven a su destino.
Editado: 26.08.2023