Cuatro meses más tarde me encontré haciendo y deshaciendo a merced de la voluntad de mi querida suegra. Era como perderme a mi misma poco a poco y estar encerrada en una jaula de cristal.
No me faltaba de nada, la señora Leona se aseguraba de que tuviera todas las comodidades, hablaba por teléfono una o dos veces a la semana con el padre de mi hija y podía tener las visitas de Mónica o Karen de vez en cuando.
Mi sobrina Miri cumplía ocho años en dos días y como debido a mi estado no iba a poder acudir, Mónica la trajo a la residencia Mejía para que pudiera felicitarla y darle su regalo. Bueno solo uno de ellos, ya que a casa le llegaría una enorme casita de muñecas que estaba segura le iba a encantar tanto o más como el estuche de hacer pulseras que le di en persona.
— Gracias, tita. Me gusta mucho. — Me agradeció Miri con un abrazo.
— Me alegro. — Le dije, poniendo mis manos en su espalda y correspondiendo a su abrazo.
— No te eches encima de ella o vas a aplastar a tu prima. — Habló Mónica y Miri se levantó riéndose.
Recientemente se le había caído un diente de leche y se veía tierna con ese hueco entre sus dientes.
— ¿Cuándo nacerá mi prima? — Preguntó Miri, sentándose a mi lado y abrazándose a mi cintura.
— En un mes más. — Le indiqué y sonrió.
— Tengo muchas ganas de conocerla.
— Yo también. — Le acaricié el cabello y miré a mi hermana. — Gracias por traerla y perdón por no ir a su fiesta. — Me disculpé.
— No te preocupes. Una fiesta de niños no es el mejor lugar para una mujer embarazada y cansada. — Mónica sonrió y se dirigió a Miri. — Miri, cariño, porque no vas a la mesa del afuera a hacerle una pulsera a la tita.
Fuera de la sala de estar en la que las recibí, había una antesala con más sofás y una mesita baja. A veces, Olivia se sentaba allí por las largas horas que dedicaba a leer.
— Sí, mami. — Dijo mi sobrina, que agarró el maletín de las pulseras y salió de la sala.
Mónica aprovechó entonces para sentarse a mi lado.
— ¿Cómo estás? — Me preguntó, esperando que fuese sincera ahora que Miri no estaba.
— De verdad estoy bien. — Dije tocándome la barriga. — Madre me cuida muy bien y Olivia también.
— ¿Madre? Ni siquiera llamas así a tía Carla. — Vi en la cara de mi hermana lo mal que le sentó escucharme llamar así a la señora Leona. — Ella te echa de menos, ¿crees que podrías ir a visitarla o dejarla venir?
— Tendría que pedirle permiso a…
— ¿Qué te está pasando? — Me recriminó Mónica. — ¿Pedir permiso para que te visite tía Carla?
— Entiende que no es mi casa, Mónica. No quiero importunar a la abuela de mi hija. — Respondí y me agarró las manos.
— ¿De verdad que estás bien aquí? Desde que te mudaste no sales de esta casa.
— Por el embarazo.
— He estado embarazada y eso no tiene nada que ver. ¿Te ha dicho el doctor que es un embarazo de riesgo?
Negué y sonreí.
— Eleonor está bien. No te preocupes tanto, solo me he hecho perezosa. — La calmé y Mónica suspiró.
— Como digas.
Las dos oímos entonces a mi sobrina Miri entrar corriendo y llorando. Miri fue directa a los brazos de su madre.
— ¿Qué ha pasado? — Pregunté y Miri me miró sin soltar a su madre.
— Esa señora me ha dado un tortazo en el culo. — Me contó y miró a Mónica llorando. — ¡Yo no he hecho nada malo, mamá! Solo quería coger unas piedras que se han metido debajo de un mueble.
— Y casi tiras mi preciado jarrón, señorita. — Leona habló de pronto al entrar en la sala y al igual que Mónica, me levanté.
— ¿Le ha pegado a mi sobrina? — Pregunté.
— Si Miri dice que le ha pegado es que lo ha hecho. — Dijo Mónica, molesta por lo ocurrido y porque yo pusiera la palabra de mi sobrina en duda. — Aquí la cuestión es cómo se le ocurre pegar a mi hija. ¿Qué derecho cree que tiene? Ya se está disculpando.
— ¿Disculparme? — Leona se lo tomó a broma. — Por supuesto que no voy a disculparme por hacer algo que tendrías que hacer tú como su madre. Y claro que tengo derecho, esta es mi casa y si no le gusta creo que sabe dónde está la puerta.
— Nos vamos de aquí, Miri. — Le dijo Mónica a su hija y la agarró de la mano llevándola sin ni siquiera decirme nada.
— ¡Mónica, espera! — La llamé angustiada y la seguí por la casa hasta la puerta principal. — Mónica.
— ¿Pero qué demonios te pasa? — Me preguntó Mónica mirándome. — Esa mujer ha pegado a tu sobrina y no le dices nada.
Miré a Miri que se agarraba asustada al brazo de su madre y no fui capaz de hacer lo que mi hermana esperaba de mí.
— Lo siento… — Sollocé.
— No quiero que nos pidas perdón. Si quieres vernos ve a casa, porque Miri y yo no regresaremos a esta casa.
Mónica se marchó con mi sobrina y me eché a llorar tan desesperada que sentí un fuerte dolor punzante en la barriga. El dolor me dobló a la mitad dando un grito y mis ojos se abrieron con espanto al ver unas líneas de sangre corriendo por mis piernas.
— ¡Roxana! — Olivia llegó hasta mí y me sostuvo al tiempo que gritó pidiendo ayuda.
«Eleonor», pensé…
Era lamentable que Danilo no apareciera nunca cuando estaba embarazada de su hija, pero a las tres semanas de haberla perdido entró por la puerta de su habitación, la cual yo usaba y en la que me había quedado encerrada por no ser capaz de aceptar que mi Eleonor ya no estaba en mi vientre.
Danilo me convenció para salir de la habitación, me abrazó y me trató con cariño.
— Intentaremos tener otro hijo. — Me dijo, tomando mi mano y sonriendo.
«¿Cómo puede sonreír?», pensé mientras me le quedaba mirando.
Nuestra bebé había muerto. No veía dolor en su mirada. Él no sufría como yo.
— No quiero otro bebé. — Dije rotunda y solté mi mano de la suya. — Lo único que quiero es irme a casa.