Embarazo Millonario 3

4. LA ZORRA

Había una vez, en un reino muy, muy lejano, una zorra.

Una zorra que vivía en una cueva. Salía de vez en cuando, observaba lo que había fuera y volvía a entrar a su cueva, con temor a lo que la gente pensaría de esa cosa que se consideraba fea, desaliñada, sucia, muy distinta al resto de los habitantes de ese reinado, sobre todo de la gacela esbelta que se mantenía en la corona.

Sin embargo, un día la zorra salió a buscar comida y se dio cuenta de que había otras zorras como ella que eran viles depredadoras. Comían carne. De la mejor. La incluyeron a la zorra marginada y le invitaron a comer carne con ellas, mientras que toda su vida se la había pasado comiendo de a poco no más que las sobras del pueblo, quizás algunos vegetales y cosas que ponían aún peor su aspecto.

Este grupo de animales le dieron el coraje suficiente para caminar con la cabeza en alto por todo el reinado, consiguiendo que otras liebres y gacelas salieran corriendo al verlas pasar sembrando el pavor en todo el lugar.

Un día, ordenaron en todo el reinado la prohibición al ingreso de las zorras.

Ellas, a regañadientes, quedaron al otro lado del cerco observando una manera de poder entrar y atacar o de huir y recluirse en otro pueblo lejos de este que las vio nacer, cuando eran tan miembro como todos los demás.

Pero la zorra marginada tuvo una idea.

Quedarse dentro del cerco, escondida.

Ya era inteligente para mantener apartada de todos, para que no la vieran, para huir, por lo que fue hábil para esconderse en el sitio donde menos pensaban que iba una de ellas a meterse.

En el castillo de la reina gacela.

Un día, mientras la reina gacela subía a su trono para comenzar su aburrido día de dar órdenes y regocijarse en su trono, la zorra cruzó el umbral y entró.

La reina gacela intentó correr, pero quedó atrapada entre las cuatro paredes y la alta seguridad de su propio castillo.

Y así, la zorra, que ahora había aprendido a comer carne y a cazar, se la devoró de un bocado.


 

—¿Ya salimos al aire?

—En cinco minutos.

—Claro, gracias—le digo al productor de TV quien acaba de colocarme el micrófono. Le miro, atenta a sus indicaciones y tomo asiento en mi posición frente a la conductora y el conductor del noticiario quienes van a entrevistarme y donde daré el anuncio de que la próxima semana será mi postulación oficial por la candidatura a la presidencia, luego de la guerra que desató años atrás la presidenta actual.

Primero, queriendo absorberme para incrementar su poder, robarme mi gente y aplastarme acorde a sus intereses.

Segundo, intentando deshacerse de mí.

Tercero, al quedar expuesta, intentando exponerme a mí arrojando piedrillas luego de que el mercado de las apariencias supiera involucrarme.

—Buenas tardes, Genesis. ¿Ya almorzaste?

—Sí—miento. Bueno, tenía el almuerzo servido, pero ante la tensión de la situación actual me siento incapaz de pasar bocado.

La conductora es una mujer esbelta, de cabello corto, pómulos afilados y nariz respingada. Tiene unos ojos oscuros que la hacen casi imposible de leer.

—Fabuloso. Quiero que te sientas cómoda, ¿sí?—me propone ella.

Y ya conozco este discurso, luego sucede lo que sucedió antes con Don. En su programa que suele llevarse todo el rating del prime time.

Donde años atrás, luego de las causas judiciales en las que quedó enredada la presidenta, determinasen su culpabilidad en los ataques que sufrí.

—Estoy bien—le aseguro y llega luego su compañero quien también me saluda con una de sus sonrisa impostadas.

En mi cabeza, mientras la cámara se cierne en mí y una chica termina de arreglarme un poco el maquillaje en los últimos segundos antes de dar AIRE, viene a mi mente la declaración que casi rompe mi relación con Jesed.

Que instauró una grieta que aún sangra.


 

—¡ALÉJATE DE MI!

—¡ESTO ERES, JESED! ¡ESTO!

—¡CIERRA LA BOCA, GENESIS! ¡NO TE ATREVAS!

—¿Que no me atreva? Luego de todo lo que hiciste...

—¡Fue para salvar lo nuestro!

—¡¿A QUÉ PRECIO?! ¡Te detesto!

En la pantalla de todos los noticiarios y de todos los periódicos rezaba la misma leyenda: “Jesed Ivanov se acost* con la presidenta a cambio de entrar en la política”. Se prostituyó a cambio de tener un perfil público, una cuota de poder, en declaraciones de ella, apuntando contra lo más sagrado entre nosotros y lo único que ella nunca tuvo ni lo podrá tener: una unión de amor.

Y Jesed reconoció que sí…

Lo cierto es que ahora es mi turno.


 

—¡Damos aire en cuatro, en tres, en, dos, en uno…!

Y empieza el show.

 

 

La zorra olfateó, clavó sus garras en el bordillo y entró al palacio.

 




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