Embarazo Millonario 3

6. EL MERCADO DE LAS APARIENCIAS

Jesed permanece tras de mí y sus manos me envuelven alrededor del torso luego de haberme masajeado el cuello. El día de hoy ha sido tan difícil que me ha dejado horriblemente tensa.

Mientras me abraza a orillas de la cama, observo por el monitor la habitación de nuestra hija cuya cámara nos permite observarla desde su cunita. Duerme bien. Es hermosa… No puedo creer cómo fue que hicimos algo tan bonito trayéndola a este mundo.

—¿Te sientes bien?—me pregunta Jesed desde mi lado.

—Preocupada, quizás.

—¿Por las elecciones?

—Por nuestra hija. Realmente no quisiera que nuestras obligaciones dificulten nuestras tareas como padres.

—Creo que las palabras de Judith calaron en ti hasta los huesos.

—Es probable, pero en verdad lo digo—me vuelvo a él mientras una de sus manos ahora acaricia mi cabello—. Lo que más quiero en este mundo es asegurarle que estará bien, que tenga un mundo donde crecer en paz.

—Lo cierto es que no está al alcance de sus seres queridos hacer del mundo un lugar cien por ciento mejor, pero sí, quizá, una parecita de este. Que crezca. Que conozca que su madre lo intentó, porque tanto su madre como su padre tienen una pequeña oportunidad de mejorar el país y lo intentarán. Que crezca sabiendo que sus padres no se conformaron y lo intentaron.

Asiento.

—Lo intentaron…

—Y que lo hicieron—asegura, reposando un beso en mi frente con toda la calidez que es posible concentrar en un beso.

Luego reposa su beso en la punta de mi nariz y termina en mis labios mientras me estrecha fuerte contra sus brazos.

Retrocedemos en la cama mientras mi mano se arrastra por la mesita de noche al costado y encuentro la perilla de la lámpara hasta apagar la luz.


 

—Ay, Don. Tú ya sabes que esa manera barata de hacer política es la mayor cobardía que puede haber. Que sean serios y que respeten a la gente a que dicen representar, en honor a los mismos que les están siguiendo si es que tienen un mínimo de consideración por esa supuesta confianza sagrada a la que suelen referirse.

Tomo agua fresca mientras escucho la entrevista por enésima vez. Tratando de entender su jugada. ¿Cómo fue que lo logró? ¿Cómo fue que supo lanzar su proyectil, aun sabiendo que le traería consecuencias negativas, pero tomando conocimiento de que el daño que haría sería mucho mayor que el que le caería a sí misma?

Cada tanto decido volver a ver esta entrevista, sobre todo porque aunque pase el tiempo, sigue estando vigente en mis pensamientos y en mis intento de distinguir qué es lo que realmente busca además de su propia impunidad.

Afuera está a punto de amanecer.

—¿Te refieres que no son honestos con su propia vida íntima?

—A ver, Don, una cosa es lo que cada quien hace de su vida privada y otra muy diferente es la que haces en tu mundo laboral. Lo profesional no tiene por qué involucrarse con lo personal a final de cuentas, ¿no? Bien, acá el tema es que saben más de lo que dicen creer, mucho más, su mundo está envuelto en apariencias, esa pinta de liebre inocente no tiene ya lugar para nadie.

—¿En qué sentido la inocencia no les cabe lugar, entonces?

—Todos sabemos cómo va la cadena alimenticia.

Risas.

Don también ríe:

—¿Y eso cómo aplica?

—Que en la política, muchas veces se juega bastante sucio para poder trepar, como ellos hicieron. Genesis se comió al fiscal de distrito y el entonces fiscal de distrito se comió a la presidenta del partido para poder tener un poquito de confianza.

—¿Perdona? Pero tú eres… Usted es… La presidenta del partido. ¿Y lo era para aquel momento?

—Exacto, Don. Jesed me buscó haciéndome creer que le importaba, cuando en verdad solo quería poder.

—Pero tú estás divorciada.

—En ese momento estaba casada, aunque mi matrimonio ya había caducado hacía mucho tiempo.

—¿Tu no eres veinte años mayor que Jesed?

—Exacto. Y no me da pudor reconocer mi edad, los años te dan experiencia. ¿Sabes a cuántas como a esa chica he conocido ya en mi vida? Mamita, las palmeras que te quedan trepar aún.

Risas.

Y más risas.

Y más carcajadas.

Haciéndome quedar en ridículo.

Hasta que Don esclareció todo:

—Lo que dices es que Jesed Ivanov se acostó contigo e intentó enamorarte solo para obtener un beneficio político, ¿verdad?

—Lo que posiblemente esté haciendo ahora con Genesis. Y como ella ha crecido mucho este tiempo, al menos en el mundillo de las redes sociales, se piensa que podrá hacer mucho más. Escúchame una cosa, Genesis—mira a la cámara y me habla a mí directamente—. No seas boba, no le creas, ¿okay? Sé más inteligente y no te vuelvas una loba en selo hambrienta y preñada más porque ya sabemos lo que sucede con esas perritas alzadas que andan por la calle.

Más risas.

Carcajadas.

Y carcajadas.

La detesto.

La detesto tanto como nunca creí que podría odiar a nadie salvo a Israel.

Sin embargo, mis auriculares se ven irrumpidos por un ruido que viene desde el exterior. Es un estallido de cristales…

...que llega desde arriba.

¡LA HABITACIÓN DE CHRISTINE!

De inmediato ella comienza a llorar, dejo el móvil y me encamino corriendo a toda prisa hasta el piso de arriba.

—¡JESED!—grito—. ¡MAMÁ! ¡ES CHRISTINE!

Y llego hasta su cuarto encontrándome primero un reguero de vidrios sobre el suelo...

 




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