Cuando Israel me sujeta del cuello y me empuja contra la pared del pasillo interno del edificio, intento aferrarme a algo que me permita golpearlo e intentar escapar de él. Que me quite sus horribles manos de encima.
Entonces se acerca a mí y me besa.
El corazón se me encoge y salgo rápidamente del pensamiento que acaba de hacerse presente mientras escuchamos a la presidenta hablar de cuán buen hombre fue nuestro fallecido fiscal de distrito, teniendo que entrar uno nuevo esta vez. Que ella le defienda y hable como si fuese una eminencia no es más que una estrategia de su parte para desviar la posibilidad de que la gente piense que ella tuvo algo que ver, cuando en verdad, no me cabe ninguna duda de que es la verdadera culpable.
No obstante, considerando la manera de ser que tenía Israel, no me sería de extrañar que este último tiempo se haya cargado unos cuantos enemigos que le hayan querido muerto.
—Cierre los ojos, por favor—me dice la maquilladora, antes de tener posibilitado salir al anuncio que haré desde la Biblioteca Central de la Ciudad.
Lo hago e inspiro profundo para tratar de despejar mi cabeza de esos pensamientos. Tengo un llamado a declarar en relación a él, luego de haberse hecho público que no teníamos la mejor relación, al fin y al cabo vino a sustituir a mi marido en el lugar que se ganó con mérito en elecciones.
E intentó matarme, pero esa parte de la historia no trascendió, precisamente por lo que implicaba el peso de los grupos de poder que le respaldaban.
—¡Mira si estás quedando bellísima!
La voz de Judith me llega desde un costado y la distingo antes de abrir los ojos y encontrármela sonriente a mi derecha en el reflejo que el cristal me devuelve.
Intento controlar mi ritmo respiratorio a fin de intentar traer un poco de paz a mi mundo interior...sin mucho éxito.
Judith parece notar mi gesto así que se acerca a la maquilladora y le dice:
—Cariño, ¿nos dejas a solas un momento con la candidata?
—Oh, claro—dice ella, terminando por acomodar mi cabello y sale—. Con permiso.
Cierra la puerta de la sala de lectura de la biblioteca que hemos improvisado en tanto camerino para guardar la ropa y retocarme el maquillaje.
Judith se sienta sobre un escritorio con libros y me vuelvo a ella.
—Hey—dice, con una sonrisa clavada en el rostro—. ¿No es este el momento más feliz de tu vida? Podríamos pensar también que muchas otras personas estarían deseosas de ocupar tu lugar, pero eso sería pensar que todas esas personas tienen las capacidades magnánimas que tu tienes y nadie, ni de cerca, posee tu habilidad. ¿Me escuchaste? Absolutamente nadie.
Asiento y me vuelvo a ella:
—Me gusta mucho ese rol que cumples de darme ánimos, pero esto es un tanto complejo… Estaba pensando y no puedo creer lo que sucede.
—Te lo mereces, chica.
—Con Israel.
—Oh, ya.
—Era una persona sumamente malvada, ambicioso, con pésimas intenciones y peligroso a extremos horribles. No puedo creer lo que ha sucedido, pero estoy casi al borde de las ganas de echarme una vomitona con todo esto que no tolero ya el haberme visto involucrada con ese sujeto alguna vez.
—Cielo—ella se incorpora con los codos sobre sus rodillas y endurece su mirada en dirección a la mía, aunque intente hacer de su tono una modalidad aterciopelada al hablar—: No tienes que pensar en ello ahora. Mañana podrás desligarte de eso una vez que despejemos a la justicia que no tuviste en absoluto que ver, ¿estamos? Ahora solo concéntrate en tu discurso de candidatura. Si hay algo más que tengas que confesar, lo veremos en la reducción de riesgos con el personal especializados.
—¿Algo más? ¡Claro que no! ¡Nunca tuve que ver en nada más con él, por todos los cielos!—me quejo, como si hubiese insinuado que tuve algo que ver en su muerte y como si su equipo pudiese limpiarme de ello en caso de haber sucedido.
Puede que algo la gente no sepa y es que me besó una vez y en que me propuso en más de una ocasión irme a la cama consigo.
Pero eso jamás debe salir de nadie, no lo hice ni me hubiera atrevido a hacer algo así con él, jamás.
—Entonces, no hay de qué preocuparnos—sonríe como si nada.
—Sí lo hay—intervengo, segura de que lo que tengo para plantearle puede que nos revolucione los asuntos—: El ladrillo en la habitación de mi hija.
—Oh, sí, lo hablamos con Jesed y creo que es un poco temprano plantear algo así justo ahora que la gente debe verte como alguien fuerte. ¿Cómo es que no tenían ya los vidrios blindados? Quizá nos sea útil cuando los medios quieran poner en duda al sistema de seguridad de esta presidencia, eso suele suceder al menos una vez al mes, cariño. Descuida, estarán bien.
—Me refiero a… Al mensaje que trajo ese ladrillo.
Ella se aparta de mí sin quitarme la mirada.
—También lo sé. Jesed me cruzó antes de venir acá.
—¿Y? ¿No piensas decir nada al respecto? ¡Es un símbolo mafioso! ¡Nos están persiguiendo y amenazando a mi hija!
—En cuanto salgamos, pondré a mi equipo a trabajar para investigar quién fue la persona que intentar amedrentarles.
—Descuida, que ya te he ahorrado algunos movimientos. Creía no tener ninguna clase de conexión con las mafias de ninguna clase, pero, adivina quién es hijo del padre de la mafia o de alguien que se atribuye ese galardón.
Ella suelta un intenso suspiro y se apresura en advertirme:
—Netsaj no tiene en absoluto que ver con el pasado de su padre.
—¡Judith, cómo diantres se te olvidó advertirme que el padre de Netsaj es un vil mafioso! Hasta lo de su abuelo lo sabía, lo acepto, fue víctima de una injusticia por una sucia campaña electoral, pero si en verdad se trató de un ajuste de cuentas, eso lo cambia absolutamente todo.
—Creo que es mejor que arreglemos esto luego.
—No—intento bajar la voz para decirle lo siguiente—: Netsaj NO puede ser mi candidato en estas elecciones. No subiré a la mafia al poder, no le atribuiré legitimidad a personas así.
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Editado: 09.06.2021