Kyril salió de la mansión de su abuelo con una mezcla de alivio y preocupación. Aunque el anciano no había explotado en ira como temía, sabía que las mellizas habían cruzado una línea peligrosa. Sin embargo, también notó algo inusual en la reacción de su abuelo: una especie de respeto disfrazado de irritación. Tal vez, solo tal vez, las travesuras de Mía y Lilí estaban logrando algo que él no había podido conseguir con palabras.
Mientras caminaba hacia el coche, donde Valeria lo esperaba con las mellizas, no pudo evitar sonreír al recordar la imagen de su abuelo cubierto de harina. Aunque sabía que debía reprender a las niñas por su comportamiento, también sentía un orgullo secreto por su ingenio. Valeria, al verlo acercarse, bajó la ventanilla y le lanzó una mirada inquisitiva.
—¿Qué pasó? —preguntó, con voz tensa—. ¿Está furioso?
Kyril se inclinó hacia la ventanilla y sonrió.
—No tanto como podrías pensar. De hecho, creo que le cayó bien la jugada… aunque no lo admitiría ni bajo tortura.
Valeria frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir algo, Mía y Lilí, que estaban sentadas en el asiento trasero, se inclinaron hacia adelante con ojos brillantes de curiosidad.
—¿Se enojó mucho, Kyril? —preguntó Mía, tratando de parecer inocente, aunque no lo lograba del todo.
—¿Le cayó la harina en la cabeza? —añadió Lilí, conteniendo una risita.
Kyril miró a las niñas con una expresión seria, aunque no pudo evitar que una sonrisa se asomara a sus labios.
—Sí, le cayó la harina. Y sí, se enojó… pero no tanto como esperaba. Aunque, déjenme decirles algo, chicas: no pueden seguir haciendo este tipo de cosas. No es correcto.
Las mellizas bajaron la mirada, fingiendo arrepentimiento, pero Kyril sabía que no duraría mucho. Eran demasiado astutas y traviesas para dejar pasar una oportunidad de diversión.
—Lo siento, Kyril —dijeron al unísono, aunque sus voces sonaban más a burla que a disculpa.
Valeria suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—No sé qué voy a hacer con ustedes dos —murmuró, aunque también había un brillo de cariño en sus ojos.
Kyril se subió al coche y arrancó el motor, mientras las mellizas comenzaban a susurrar entre ellas en el asiento trasero. Aunque no podía escuchar lo que decían, sabía que estaban planeando algo. Siempre estaban planeando algo.
Al día siguiente, el abuelo de Kyril despertó con una determinación inusual. Aunque no lo admitiría ante nadie, las travesuras de las mellizas lo habían dejado intrigado. No estaba acostumbrado a que alguien, mucho menos dos niñas pequeñas, lo sorprendieran de esa manera. Decidió que era hora de devolver el favor.
Mientras desayunaba en la cocina de la mansión, el anciano comenzó a idear un plan. No quería ser demasiado duro con las niñas, pero sí quería enseñarles que no se podía jugar con él sin consecuencias. Con una sonrisa casi imperceptible, llamó a su mayordomo y le dio instrucciones precisas.
—Necesito que prepares algo especial para la próxima visita de esas… pequeñas brujas —dijo, con un tono que mezclaba seriedad y diversión.
El mayordomo asintió, aunque no pudo evitar notar el brillo inusual en los ojos del anciano. Sabía que algo interesante estaba por suceder.
Mientras tanto, en casa de Valeria, las mellizas no podían dejar de hablar sobre su próxima visita a la mansión. Aunque Kyril les había advertido que se portaran bien, no podían resistir la tentación de idear un nuevo plan.
—¿Qué tal si le cambiamos el azúcar por sal? —sugirió Mía, con una sonrisa pícara.
—O podríamos ponerle pegamento en su sillón favorito —añadió Lilí, riendo entre dientes.
Valeria, que estaba en la cocina preparando el desayuno, las escuchó y decidió intervenir.
—Mía, Lilí, ya es suficiente —dijo, con voz firme pero cariñosa—. No pueden seguir haciendo estas cosas. Kyril está intentando que su abuelo las acepte, y si siguen así, solo van a empeorar las cosas.
Las mellizas bajaron la mirada, pero Valeria sabía que no era el fin de sus travesuras. Solo esperaba que no fueran demasiado lejos esta vez.
Cuando llegó el día de la próxima visita, Kyril y Valeria estaban nerviosos. Sabían que las mellizas tenían algo planeado, pero no podían adivinar qué era. Por otro lado, el abuelo de Kyril los recibió en la puerta con una sonrisa que parecía demasiado amable para ser real.
—Pasen, pasen —dijo el anciano, con un tono casi jovial—. He preparado algo especial para las… pequeñas.
Las mellizas intercambiaron una mirada de sospecha, pero no dijeron nada. Entraron en la mansión, siguiendo a Kyril y Valeria, mientras el abuelo las observaba con una expresión que mezclaba curiosidad y diversión.
En la sala, había una mesa llena de dulces y pasteles, algo que el abuelo nunca había hecho antes. Las mellizas se acercaron con cautela, pero no pudieron resistir la tentación de probar un poco.
—¿Qué es esto? —preguntó Mía, mirando al abuelo con desconfianza.
—Un gesto de paz —respondió el anciano, con una sonrisa—. Pensé que podríamos empezar de nuevo.
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Editado: 21.06.2025