En Busca de un Papá

Epílogo

El invierno había cubierto los acantilados de la mansión Drakos con un manto de nieve, pero dentro de la habitación principal, el calor del amor y la anticipación llenaban el aire. Valeria, ahora con el vientre redondo y prominente, caminaba de un lado a otro frente a la chimenea, sosteniendo su espalda con una mano mientras Kyril la observaba con una mezcla de admiración y preocupación.

—Deberías estar acostada —gruñó, acercándose para rodearla con sus brazos.

—Si me quedo quieta un minuto más, voy a explotar —replicó ella, aunque se dejó abrazar, hundiendo su rostro en el pecho de él.

Kyril posó una mano sobre su vientre y, como si el bebé lo hubiera estado esperando, un fuerte puntapié sacudió su palma. Valeria rio entre dientes.

—Parece que alguien está tan impaciente como tú.

—O como su padre —murmuró ella, pero antes de que Kyril pudiera responder, un dolor agudo la hizo doblarse. Un líquido cálido corrió por sus piernas.

Kyril no necesitó palabras. En un instante, todo fue caos controlado.

—¡Sergey! —rugió, mientras levantaba a Valeria en brazos como si pesara menos que una pluma—. ¡Llama al médico, ahora!

Las mellizas aparecieron como fantasmas curiosos en la puerta, sus ojos brillando con emoción.

—¡El bebé viene! —gritó Mía, saltando de emoción.

—¡Vamos a tener un hermanito o una hermanita! —añadió Lili, corriendo hacia la cocina en busca de toallas, como había visto en las películas.

Valeria, entre jadeos y risas nerviosas, se aferró al cuello de Kyril.

—Tranquilo, lobo feroz. No es la primera vez que paso por esto.

—Pero es la primera vez que yo paso por esto —respondió él, con una voz más áspera de lo habitual.

La clínica privada, ubicada en un exclusivo sector de la ciudad estaba en completo silencio bajo la luz dorada del atardecer. Solo el murmullo de la enfermeras y el roce de las sábanas de lino almidonadas rompían la calma. Valeria, apoyada contra las almohadas, respiraba con dificultad mientras Kyril, más pálido de lo habitual, apretaba su mano como si temiera que ella se desvaneciera entre sus dedos.

—Esto duele más de lo que recordaba —masculló Valeria, con una sonrisa tensa mientras otra contracción la sacudía.

—Tu bisabuela me rompiste el hueso de mi mano durante el parto. —recordó Segery desde el rincón, donde intentaba (y fallaba) parecer despreocupado.

—Cállate, abuelo o serás el siguiente —gruñó Kyril, sin apartar los ojos de Valeria.

El médico, un griego de voz tranquila y manos expertas, se acercó.

—Es hora, Valeria Drakos.

Las horas se desvanecieron en un torbellino de dolor y sudor, hasta que, finalmente, el llanto de Adrei Drakos llenó la habitación.

—Es un niño —anunció el médico, colocando al bebé en los brazos de Valeria.

Kyril miró a su hijo por primera vez, y algo dentro de él, algo que ni siquiera sabía que estaba roto, se sanó. El pequeño tenía el pelo oscuro como el suyo, pero los ojos claros de Valeria, brillando como estrellas recién nacidas.

—Adrei —susurró Valeria, acariciando la mejilla del bebé con un dedo tembloroso—. Como todo un Drakos.

Kyril no pudo hablar. Se inclinó y besó la frente de Valeria, luego la de su hijo, sellando un pacto silencioso entre los tres.

La mansión Drakos, el calor de una nueva vida los envolvía a todos. Las mellizas entraron en puntillas, maravilladas ante su nuevo hermanito. Sergey, desde la puerta, asintió para sí mismo, como si el universo finalmente hubiera encontrado su equilibrio.

Y así, entre lágrimas, risas y promesas silenciosas, la historia de Kyril y Valeria encontró su final... o más bien, un nuevo comienzo.

Porque Adrei Drakos, con sus pequeños puños apretados y su corazón valiente, era solo el primer capítulo de una leyenda que duraría generaciones.

No necesité un anillo para ser tuya, ni un juramento para amarte... pero hoy, al sostener a nuestro hijo, entendí que hasta los monstruos como tu pueden ser redimidos por un amor como el tuyo.

—Kyril Drakos —susurrando al oído de el, mientras Adrei dormía. Las mellizas y Sergey testificando que hasta las almas m

ás rotas pueden sanar en los brazos correctos.

Fin




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