En Busca del Amor

CAPÍTULO 004

¿Y esta loca… por qué me gusta?

Anthony

Yo solo iba por un helado. Literalmente. Un helado. Eso decía su mensaje. Eso y unas respuestas sarcásticas que me hicieron reír más de lo que debería admitir. Pero jamás imaginé que mi dulce antojo se convertiría en una contusión en la cabeza y una discusión con una chica que parece salida de una comedia romántica… o de un manicomio.

Cuando me abrió la puerta y me dio aquel sartenazo, pensé que me había equivocado de apartamento. Luego la vi y supe que no. Era ella. Roxxy. La chica de las respuestas atrevidas y los puntos suspensivos.

Me llevó adentro casi arrastrándome. A decir verdad, me gustó que se preocupara. Aunque lo negara. Aunque me pusiera el hielo con cara de “te lo mereces por existir”.

Y ahora estábamos en una heladería. Nunca pensé que una clínica terminara llevándome a esto, pero aquí estoy. Sentado frente a una mujer que no sabe decidir entre fresa y limón, que amenaza con objetos domésticos y que, sin embargo, me está mirando con esos ojos llenos de todo y de nada al mismo tiempo.

—¿Sabes conducir? —le pregunté antes, solo para molestarla. Su cara fue mejor que cualquier comedia.

Y ahora, mientras come su helado como si fuera su último recurso emocional, no puedo evitar sonreír. Ella no se da cuenta, pero tiene algo. Algo que no sé si me intriga o me fastidia. O las dos.

La conversación fluyó sin que yo lo notara. Me reí, ella me atacó verbalmente, yo contraataqué con sarcasmo. Era agotador… y entretenido.

—No es una cita —declaró de repente, como si quisiera convencerse a sí misma más que a mí.

No. Solo un castigo dulce por una agresión violenta —dije. Y me di cuenta de que estaba disfrutando demasiado todo esto.

Pagamos. Bueno, yo pagué. Ella protestó, claro. Tenía que mantener su papel de mujer independiente, aunque su bolso parecía tan lleno de recibos como de orgullo.

Salimos caminando. El aire fresco de la noche me despejó un poco la cabeza. O eso pensé, hasta que me di cuenta de que seguía mirándola. Cada gesto. Cada bufido. Incluso cómo se subía la correa del bolso como si estuviera lista para pelear con el mundo.

—¿Te llevo a casa, agresora?

—Te acompaño hasta la esquina, víctima.

Solté una risa. No sé si por lo absurdo o por lo encantador. Pero fue real.

Y mientras caminábamos, no podía sacarme una sola pregunta de la cabeza:

¿Qué tiene esta loca… que me gusta tanto?

Pensé que después del helado, cada uno iría por su lado. Ella lo había dejado claro unas veinte veces. “No es una cita.” “No quiero volver a verlo.” “Ojalá se le caiga la cabeza por el golpe.” Sí, todo muy sutil.

Pero aquí estoy, caminando a su lado mientras refunfuña por todo: por el clima, por los taxis que no paran, por el mundo en general… y por mí, especialmente por mí.

—¿Sabes que nadie te obliga a seguir caminando conmigo? —le digo mientras me acomodo la chaqueta y finjo indiferencia.

—¿Y dejar que te desmayes en medio de la acera? No, gracias. No quiero un cadáver en mi conciencia.

Sonrio. No por lo que dice, sino por cómo lo dijo. Con esa voz altiva que intenta cubrir la preocupación. Ella no lo admitirá nunca, pero se preocupa. Aunque sea un poco. Aunque me haya golpeado sin preguntar.

Nos detemos frente a su edificio. Levanta la mirada al cielo como si pidiera paciencia al universo.

—Bueno, llegaste vivo. Misión cumplida. Adiós.

—Ni una gota de agradecimiento —murmuro.

—¿Te golpeé o te salvé de un ataque cardíaco? Porque con ese estrés con el que llegaste, te hice un favor.

—¿Así justificas tus actos de violencia doméstica?

—No vivo contigo —bufa.

—A este ritmo, no falta mucho —digo en voz baja.

Ella me mira como si hubiera dicho que quería tener diez hijos y vivir en una cabaña. A veces me olvido que mis pensamientos se me escapan con más frecuencia de la que debería.

—¿Perdón?

—Nada, estaba hablando conmigo mismo. El golpe afectó mi filtro.

Silencio. Por un segundo me mira como si tratara de descifrarme, como si por fin entendiera que no vine solo por un helado.

No vine por el helado.

—Gracias por acompañarme, Roxxy.

No me responde. Solo me mira, asiente ligeramente y luego abre la puerta de su edificio. Antes de entrar, se vuelve hacía mi.

—No te acostumbres —dice.

Y desaparece.

Me quedo parado unos segundos. Ni idea de por qué. Tal vez porque hace tiempo que nadie me descolocaba tanto. Y ahora que conocí a esta chica explosiva, contradictoria y, por alguna razón, inolvidable… me doy cuenta de algo inevitable:

Ya es demasiado tarde para ignorarla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.