En Busca del Amor

CAPÍTULO 006

Sola contra el mundo

Anthony

Me quedo quieto, helado en mano, mientras ella camina hacia la puerta. La forma en la que se mueve… como si tuviera que prepararse para una guerra diaria. Es pequeña, pero hay una fuerza silenciosa en sus hombros, como si llevara más peso del que debería.

—Quédate aquí —me dice sin mirarme.

—¿Estás segura? —pregunto, ya levantándome del sofá.

—Sí. Esto es mío. No tuyo.

Esa frase me corta más de lo que debería.

—¡Vamos, Roxana! ¡Abre de una vez! —insiste la voz del casero, golpeando con más fuerza.

Su espalda está recta, y en su silencio hay más dignidad que en todos los trajes caros que he usado en mi vida.

Ella respira hondo, suelta el seguro de la puerta y la abre solo lo justo. Desde donde estoy, veo al tipo: un hombre calvo, barriga prominente, expresión de hastío y voz de trueno.

El tipo la mira como si tuviera algún derecho. Como si ella le debiera algo más que una deuda monetaria. Esa mirada de superioridad me enciende la sangre.

—¡Te di tres días más, Roxana! ¡Tres! ¿Y aún nada? ¿Sabes cuántos quieren este lugar? ¿Tú crees que me importa tu cara bonita?

—Le dije que esta semana lo tendría —responde ella, con una firmeza que no esperaba.

Su valentía me desconcierta y me fascina al mismo tiempo.

—Ya no me interesa. Podemos arreglarlo de otra manera —responde él, dejando que las palabras se arrastren como babosas por el suelo.

Mi cuerpo se tensa en cuanto escucho su voz. Esa forma de hablar… repugnante. Como si tuviera algún poder real. Como si su autoridad se construyera en algo más que un contrato de renta y un ego inflado. Es exigente, baboso, vulgar. Y en cuanto deja escapar esa insinuación, lo sé: no se trata del alquiler. Se trata de abusar. De oler el miedo y buscar sacarle provecho.

—Estoy proponiéndote un trato —gruñe—. Si no tienes dinero, podemos arreglarnos como adultos.

Mi mandíbula se aprieta. Su mirada se arrastra por ella como una maldita cucaracha. Y su sonrisa... una mueca torcida de alguien acostumbrado a salirse con la suya.

—Eres bonita. Podrías pagar de otras formas. No me quejaría.

Todo se vuelve blanco por un instante. El aire se llena de un zumbido. Me pongo de pie y camino hacia ellos con pasos firmes. Si me detengo a pensarlo, podría hacer algo de lo que me arrepienta.

—Te convendría pensarlo —añade el imbécil, avanzando un paso hacia ella—. No creo que tengas muchas opciones.

—Si le tocas un centímetro, vas a necesitar algo más que abogados para sacarme de encima —le digo desde el marco, mi voz baja pero firme.

Me interpongo entre ellos sin pedir permiso.

—No tiene muchas opciones. Pero acostarse con basura como tú no es una de ellas.

Lo veo dudar. Lo veo medir. Cree que todavía puede tener el control, que puede asustarla. Pero no contaba conmigo.

—¿Y tú quién diablos eres? ¿Su nuevo novio o su guardaespaldas?

No contesto de inmediato. Solo doy un paso más. Él retrocede. Bien. Ya entendió.

—¿Importa? —pregunto, cruzándome de brazos, el tipo aprieta los labios—. La próxima vez que insinúes algo así, voy a olvidarme de ser civilizado —le digo—. Y créeme, no querrás saber qué pasa después.

No espero respuesta. Cierro la puerta con un golpe seco. Lo suficiente para que la pared tiemble.

—O me paga mañana antes del mediodía, o saco tus cosas —grita.

Ella no se mueve. Está inmóvil, como conteniendo la respiración. Me acerco, despacio, y paso una mano por su brazo. Su piel está fría.

—Gracias… —murmura, casi sin voz.

La miro. No como se mira a alguien débil, sino como se contempla a alguien que ha aguantado demasiado.

—No tenías por qué enfrentarlo —me dice.

—Claro que sí —respondo sin pensarlo—. Alguien tiene que hacerlo.

Y si ese alguien tengo que ser yo, entonces que así sea.

Ella vuelve a mirarme, cansada, pero aún con fuego en los ojos.

—Anthony… no deberías estar aquí.

—Pero estoy. Y pienso quedarme, Roxxy.

Esta vez, no me pide que me vaya.

Quiero acercarme más. Decir algo. Ofrecerle lo que tengo. Pero no lo hago. Porque entiendo algo en ese instante: ella ha aprendido a pelear sola, incluso cuando no debería tener que hacerlo.

Y yo… me siento un idiota de traje en un mundo donde ella sobrevive con uñas, dientes y cucharadas de helado barato.

Verla intentando contener el derrumbe, me parte en mil pedazos.

—Roxxy… —digo con suavidad.

Ella no se mueve, pero sé que me ha escuchado. Me acerco despacio, con pasos medidos, como si temiera espantar a un animal herido.

—Déjame ayudarte —suelto, al fin, con sinceridad desnuda—. No soy un salvador ni pretendo jugar a serlo. Pero no puedo quedarme mirando mientras tú sola sostienes un mundo que está decidido a aplastarte.

Ella abre los ojos. Están húmedos, pero no hay lágrimas. Solo orgullo. Furia. Dignidad.

—¿Por qué querrías ayudarme? —susurra—. Apenas me conoces.

—Porque desde que te vi no dejo de pensar en ti. Porque tu silencio dice más que mil gritos. Porque cuando te fuiste, me sentí vacío. Y ahora que te encontré, no quiero volver a perderte.

Ella me mira como si no supiera si debe creerme o correr.

—No quiero que me debas nada —agrego—. Solo… déjame estar.

Un segundo. Dos. Tres.

—No necesito un héroe, Anthony.

—Bien —respondo—. Entonces seré tu testigo. Y si me dejas, tu compañero.

No me responde. Solo se gira, camina hacia la ventana y abre las cortinas. Afuera, la ciudad sigue girando, indiferente. Pero aquí dentro, entre nosotros, algo empieza a girar también.

Tal vez… solo tal vez, no estamos tan rotos como creemos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.