En contra de mis deseos

Cap. 2: Cambios

25 de diciembre del 2010

—Con cuidado, mami —Le dije cuando intentó bajarse del auto.

—Espera, amor, ya te ayudo —agregó papá, quitándose el cinturón.

Mamá nos miró con algo de fastidio mientras papá rodeaba el auto para ayudarla a salir del carro, con cuidado de que no se lastimara su pancita. Ella agradeció con una sonrisa y caminó hacia la casa de nuestros tíos, mis hermanos bajaron del auto en eso y miramos a papá.

—¿Cuándo mamá digerirá a nuestra hermana? —preguntó Camilo viéndola sostener su barriga.

—Tonto —dijimos Carlos y yo.

—¡Papá, me están molestando! —Se ofendió y papá se rió, guardando las llaves del carro.

—Vale, ¿por qué no van con Toñito y Sofía a jugar? Los llamo luego para arreglarse.

Dándonos un empujoncito por la espalda, nos hace caminar hasta la casa de nuestros tíos, dejándonos correr directo a las habitaciones de los primos en tanto él se dirigía a la cocina, saludando por lo alto a la familia. Alejándose de su hermana, Toñito y mis hermanos saltaron a recibirse, mientras yo me arrodillé frente a Sofía y sus muñecas; ella tenía nueve y es como mi hermana mayor.

—¿Cómo está mi tía? —preguntó mientras le cambiaba la ropa a su Barbie preferida.

—Muy bien, me dijo el otro día que la acompañaría la próxima vez para ver a mi hermanita.

—¿Nacerá pronto? —Asentí con la vista baja, peinando la muñeca—. Luz, ¿algo te molesta?

Negué tan pronto lo escuché, pero se me quedó viendo fijamente, poniéndome nerviosa.

—No lo sé… Papá y mamá me dijeron muchas cosas, algunas no entiendo y… no me gusta la idea de compartir mi cuarto con ella. Ayer pusieron su cuna, ¡es gigante!

—¿En serio?

—No queda espacio para mis juguetes —Hice un puchero—. Y mamá ya no juega conmigo, papá tampoco… Mis hermanos menos… Me siento sola.

—No digas eso, no creo que lo hagan a propósito.

—Claro… —Dejé la muñeca.

Se quedó en silencio y yo también, de repente ya no quería jugar y deseaba irme a casa; pero entonces mi nombre fue gritado, seguido del de los demás, nuestros padres nos llamaban adentro para cambiarnos.

Pronto sería la hora de cenar, el resto de la familia ya venía en camino. Estaba emocionada por la fiesta, pero un poco triste también. Tenía la seguridad que muchos, como yo, se fijarían en el vientre hinchado de mi madre y preguntarían hasta el cansancio por el bebé, no como el otro año en que entraron y vinieron directo a mí.

Ese día no era mi cumpleaños, era día de ponerse al corriente con el nuevo miembro de la familia.

—¿Luz? —preguntaron. Era Carlos—. ¿Te sientes mal? ¿Le digo a mamá?

—No.

No quería molestarla.

—¿Qué tienes? —Se sentó conmigo, ambos en el cuarto y ya arreglados.

—¿Las luciérnagas se enferman? —Nos sobresaltamos al oír a Camilo, entraba recién peinado, la gelatina secaba su cabello.

Me encojo sobre la cama y Carlos ve mal a su morocho*, confundiéndolo.

—¿Y ahora que dije?

—¿Luz? —insistió mi hermano y suspiré, mirándolos por encima de mis rodillas.

—¿Cómo fue cuando yo nací? —susurré.

—Molesto —dijo Camilo sobre Carlos y volvió a mirarlo mal—. ¿Qué? ¡Es verdad! Papá y mamá siempre estaban ocupados o muy cansados, no jugaban mucho con nosotros porque tenían que cuidarte y, cuando llorabas cerca de nosotros, nos regañaban sin ser nuestra culpa.

—Suena feo…

—Y lo fue —Aseguró, cruzándose de brazos—. Pero luego fue muy divertido.

—¿Eh? ¿No se sintieron solos?

—Somos dos por uno —Se acercó abrazando a Carlos—. Estábamos el uno para el otro.

—Pero yo no tengo una morocha…

—¿Y nosotros? —dijo Camilo, llevándose una mano al pecho, ofendido.

—Nunca juegan conmigo —Les recriminé y se miraron, pensándolo un segundo como si se comunicaran con la mente.

—Mm… Bien.

—¿Quieres jugar ahora?

Por primera vez en toda la tarde, levanté la vista y ellos me sonrieron, enseñando cada uno de sus dientes. Mi cara se iluminó y grité, abrazándolos; desde entonces, con cuatro años de diferencia, ya no eran dos, sino tres morochos.




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